Abre tus heridas. Deja ver tu dolor.
Desnuda tu alma. Desnúdala como el cielo mortecino del alba.
Deja que la mente se vacíe y no te avergüences al derramar tus lágrimas.
Deja que la pena se deslice por tu mejilla, así como el rocío se extiende en la mañana, cubriendo de nostálgico manto la tierra que allí abajo aguarda.
Abre tus heridas. Desnuda tu alma. Deja que la mente se vacíe y llora hasta que ya no queden lágrimas.
Deja que la sangre brote por aquella herida que duele más en el recuerdo, porque es allí donde arrasa.
Una conocida sensación te somete a su voluntad, y el nudo en la garganta te asfixia, quitándote el vigor día a día... Dejándote otra vez muerta en vida.
Hundiste un puñal en la herida cicatrizada, y la sangre que brota es el dolor que más te calma.
Sin darte cuenta te amigaste con aquello que se deleita con tu destrucción.
Forjaste lazos con el monstruo que al ver en el espejo reconoces como tu propio exterior.