Luego de beber el último sorbo de café, la extraña que siempre se sentaba junto a la ventana se marchó.
Ha seguido la misma rutina durante muchos años, siendo la primera en llegar al bar, a veces esperando algunos minutos en la vereda, mientras observaba su alrededor, aún perezoso, por detrás de sus lentes oscuros que nunca revelaron el color de sus ojos.
Hace varios meses que ya no la veo. Extraño el frenético cruce de llevarle la cuenta, cada día decidido a preguntarle su nombre, pero siempre cayendo en la intimidación de su fuerte presencia.
Siempre me pregunté cuál sería la causa de aquella rutina; y he creado, con los años, todo tipo de especulaciones que se han ido deteriorando con el tiempo.
Creí saber sobre ella mucho más de lo que realmente sabía. Y me he obsesionado un par de veces a tal punto de cambiar su habitual cortado por un café con leche... sólo para ver si a partir de aquello se podía iniciar una conversación. Pero ella nada reclamó, y con su cabeza me hizo un gesto dándome las gracias cuando le dije que me hacía cargo del error y no aceptaba la diferencia.
Nunca supe nada, como si no existiera. Pero cada vez que siento su perfume volteo para verla. Ya no la encuentro. Ella se ha ido, pero como un fantasma continúa merodeando mi conciencia intranquila.
Cada día, cientos de personas entran y salen del bar. Muchos son viejos conocidos, clientes habituales del último tiempo, o extraños conversadores que sólo están de paso. Puedo averiguar todo de ellos con sólo prestarme a escucharlos...
Pero sé que nunca jamás habrá otra mujer anónima, capaz de despertar los enigmas de la vida sin siquiera ser consciente de ello.