La chica que esperaba en la lluvia

Era una cafetería normal, eso creo, con mesas redondas y una barran, con un barista y con un par de cocinero o cocineras. Era de color café, bastante acorde, y el olor a café circulaba por todos lados, gracias a los ventiladores de techo.

La gente pasaba por fuera, y los comensales tenían libre vista de ellos, gracias a los ventanales con los logos de la cafetería pegados. Las personas que circulaban por la acera generalmente nunca veían hacia dentro, ellos vivían sus propias vidas.

Yo era solo un simple cliente, tan normal como otros. Salía de mi trabajo a las cinco, y caminaba para relajarme, entraba a la cafetería y tomaba un café mientras leía, hasta que la noche llegaba.

El café era liderado por un hombre muy amable, el era joven y tenia el cabello largo y de color castaño claro. Nunca me pare a pensar que tan higiénico era, pero nunca me llegue a encontrar ningún cabello en la comida o el café.

Como otros clientes, no solía hablar con los demás, la cafetería era lo suficientemente espaciosa para que esa interacción no se diera. Aun así, veía a los clientes frecuentes, que con el tiempo me saludaban con la mano, o quitándose el sombrero.

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Ese año era caluroso, no había, ni era temporada de lluvias. Pero, una tarde, de repente, se puso a llover como si de primavera se tratara. Fue en ese primer día que, igual de repentina que la lluvia, una mujer se apareció fuera de la cafetería.

Yo, de un corto tiempo hacia ahí, había estado distraído viendo a la gente de afuera. Los conocía a muchos por la mirada; gente que trabajaba cerca, gente de paso, gente que tomaba ese camino diario, autos con el mismo tipo de gente.

Pero ella no había aparecido nunca ahí. Me pregunte si seria una empleada nueva de algún local, o algo parecido, pero era difícil de deducir. Ella se quedó quieta fuera de la cafetería, con un paraguas negro que combinaba con su gabardina del mismo color y su cabello atado, siempre en una cola de caballo del mismo tono azabache.

Solo ella traía paraguas ese día, como si hubiera adivinado el repentino clima, que ni siquiera los noticiarios más serios hicieron.

Pensé, tal vez, que ella venia de un velorio, eso explicaría el paraguas, que usaría para frenar el sol. Seria una magnifica coincidencia que ese día pudiera usarlo dos veces. Pero la teoría se desvaneció un poco cuando ella se quedo parada hasta el anochecer. Cuando yo me levanté, volteé la mirada para pagar, y ella se había ido.

Al siguiente día ella volvió a aparecer, fue ahí que mi teoría del funeral quedo descartada. La pude ver mejor, usaba la misma ropa del día anterior, pero noté una falda larga por debajo de la gabardina, una falda negra, junto a mallas negras, en terminación de unas zapatillas normales, de color negro. Ella llevaba un maletín negro en la mano izquierda, con la derecha tomaba el paraguas.

Se veía joven, egoístamente de mi edad. Pensé en un susto en que ella pudiera ser una colegiala bastante desarrollada, pero lo descarté al pensar que yo, que tenía 23, también me veía joven.

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Ella siempre se iba, o desaparecía cuando yo me levantaba a pagar, lo cual me dolía en la intriga. Al principio, la curiosidad era mi escusa para verla, pero con el pasar de los días me di cuenta de eso, solo era una triste escusa, era para no admitir que la mujer cautivo mis ojos en el primer instante que su imagen se proyecto en ellos.

Las gotas de lluvia reflejaban las luces exteriores, todas esas combinaciones de vividas luces de todos colores. Eso mezclado a un satisfactorio tono oscuro en el cielo, se mezclaban junto a mi café y el relajante ambiente de la cafetería, para que mi experiencia viendo a aquella chica fuera simplemente idílica.

Mi curiosidad se mezclo con el enamoramiento, la idealización de aquella misteriosa mujer, que mientras la lluvia durara, estaría ahí, siempre debajo de ella, siempre fuera de la cafetería. Me imaginaba escenarios en los que ella y yo por fin hablábamos; yo un loco saliendo de la cafetería, mojándome de la cabeza a los pies, ella lanzándose a mis enamorados y vacíos brazos. Pero no pasaba.

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Los lugares de la cafetería muchas veces se llenaban, en fines de semana o días festivos. Era otra cosa en común que teníamos ella y yo, siempre estábamos en ese lugar, sin importar la situación.

Recuerdo que visite la cafetería esa tarde todavía sin lluvia. Era el cumpleaños de mamá, pero me excuse en comprar un pastel para estar ahí. Ella lógicamente todavía no estaba ahí, pero basto un rayo en el cielo y una llovizna para que llegara. Me atonte. Al final compre el pastel ahí mismo, pero las ganas de invitar a la chica me invadían tanto como el aroma del café.

Hubo un día en el que la lluvia no llego, por lo tanto, ella no llego. Recuerdo que ese día fue el primero en el que hable con el encargado sobre otra cosa que no era mi cuenta.

—hoy no vino la fantasma — me comento mientras me servía el segundo café de la tarde

Yo aparte la mirada de la ventana, pues mis esperanzas de verla no se iban. Primero mire la taza, luego lo mire a él.

—la… fantasma? — pregunte confundido, ni siquiera yo, su "enamorado" le había puesto nombre

—la chica de negro, la del paraguas, la que siempre ves — el se rio un poco, pero yo solo me quede en silencio

—por qué fantasma?

—bueno, ella solo viene los días lluviosos, y se queda ahí – respondió — antes de que empezaras a venir ella ya lo hacía, y siempre se va en verano

—oh — volteé la mirada