Kewan es uno de los continentes lleno de magia donde viven en armonía maravillosas criaturas, desde pequeñas hadas hasta altos elfos. Un reino donde tanto humanos como elfos tienen una conexión tan fuerte con los animales que han llegado a convertirse en compañeros inseparables. Cada humano o elfo tiene uno o varios amigos animales que lo acompañarán de por vida allá donde vaya y se protegerán mutuamente.
Aunque la vida es injusta para muchos, llegando a separar de manera cruel a dos almas gemelas que siempre pensaron que estarían juntas para toda la vida.
Lejos de los cuatro diferentes reinos al noreste de Kewan, en el interior de una mística cueva llena de todo tipo de plantas y setas luminiscentes, un joven hechicero pide ayuda al rey de una de las más fantásticas criaturas que habitan en Kewan: Los maagilyns.
Unas criaturas con aspecto de pequeños ciervos con cuernos de distintas formas y garras; y finas púas que van desde su cabeza hasta su larga cola, dándoles cierto aspecto de erizo. Sus ojos son grandes y brillantes, de colores luminosos y sin pupilas; y en su frente poseen una gema mágica que hace juego con ellos y que usan para defenderse, transformarse en enormes y hermosos dragones alargados y para cosas que ningún humano ha llegado a descubrir todavía, ya que lo mantienen en secreto de éstos. Excepto de él.
El joven humano le ruega al rey que lo ayude con su magia. A su lado está una joven tigresa blanca tumbada, sin vida, en el frío suelo, iluminado por un tipo de musgo brillante.
—Por favor, sálvala. Ella no merecía esto —dijo, con sus ojos azules llenos de lágrimas.
«Es demasiado tarde. La vida ya ha abandonado su cuerpo, ya no se puede hacer nada», respondió el rey telepáticamente, la forma que tienen ellos de comunicarse con los humanos y los elfos.
—¡Tiene que haber alguna forma! ¡Su espíritu sigue aquí, conmigo! Puedo sentirla... —insistió el humano, sin poder contener ya las lágrimas—. Por favor… ¡Tienes que hacer algo! ¡Es mi única mejor amiga!
«No se puede volver atrás en el tiempo. Perdóname, Eraxium. Sabes que me gustaría ayudarte, pero me temo que es imposible».
El llanto desconsolado de Eraxium retumbó por todos los rincones de la cueva sobresaltando al joven príncipe de los maagilyns, quien se acercó a él, preocupado mientras éste abrazaba el cuerpo de su compañera.
«Tienes que dejarla marchar. Sabes que no se irá mientras sigas sufriendo así por ella», continúa el rey.
—¡No! ¡Ella no debería haber muerto! —gritó Eraxium, convirtiendo su pena en ira—. ¡Todo esto ha pasado por mi culpa! ¡Debería haberla cuidado mejor! ¡Nunca voy a perdonármelo! No hasta que consiga traerla de vuelta.
«Es imposible, tienes que comprenderlo. Su enfermedad era mortal, no habrías podido hacer nada. Ella no te culpa».
—¡¿Es que no vas a ayudarme?! ¡Sé que tenéis el poder para hacerlo!
El rey cerró los ojos y negó con la cabeza, sin saber qué más hacer y le dio la espalda.
«No se debe jugar con la vida o la muerte, Eraxium»
Eraxium se levantó entonces dispuesto a marcharse.
—Bien. Tendré que buscar yo la manera de hacerlo —dijo, su voz sonó ronca y tenía un cierto tono amenazador.
Entonces cegado por la ira y el dolor, el hechicero utilizó su magia contra el príncipe que se quedó petrificado por la confusión y el miedo. No entendía por qué el hechicero que tanto tiempo pasaba junto a ellos le estaba haciendo eso. Empezó a chillar cuando sintió un terrible dolor en su frente. Sus ojos empezaron a tornarse de color negro.
El rey al darse cuenta de lo que estaba pasando corrió junto a su hijo para salvarlo. Pero ya era demasiado tarde.
La gema de celeste de su frente ahora estaba en las manos de Eraxium.
La magia que poseía la gema, que hasta ahora había sido pura y limpia, comenzó a volverse oscura al haberse separado de su portador, al igual que la magia de tierra de Eraxium.
Sus ojos azules a la par que la gema que estaba sosteniendo, se volvieron de un fuerte y brillante violeta.
Antes de esfumarse de allí mediante su magia pronunció unas últimas palabras.
—Espero que podáis perdonarme. Pero he tenido que hacerlo, por Haze —dijo, refiriéndose a la tigresa.
Entonces desapareció de allí como si nunca hubiese estado.
«No sabes lo que has hecho, Eraxium» dijo el rey aunque éste ya no pudiese oírlo. Le lamió la profunda herida que ahora tenía su hijo en la frente, intentando disminuir su dolor.
Desde ese día, todas las criaturas mágicas empezaron a alejarse o a esconderse de los humanos, algunos furiosos por lo que el hechicero le había hecho al futuro rey de los maagilyns, otros preocupados por lo que podría pasar de ahí en adelante.
Y, sin saber por qué, los humanos que no tenían la culpa de lo que el hechicero había hecho empezaron a dejar de ver criaturas mágicas por los bosques. Y así pasó el tiempo empezando a convertirse en una lejana leyenda.