Ya han pasado varios días desde que empecé este viaje junto a mi hermano y sus amigos. Todo me parece emocionante y maravilloso, he descubierto animales y plantas que nunca había visto, hemos pasado por unas verdes praderas con una suave brisa que me acariciaban las mejillas y unos bosques tan profundos que creí que nos íbamos a perder en ellos. Jamás me he sentido tan libre; ojalá este viaje no se acabara nunca.
Me gusta escuchar las historias que me dice Claudine sobre los otros reinos. Es increíble la cantidad de cosas que sabe, aunque supongo que es obvio ya que siempre tiene algún libro entre las manos. Me ha hablado sobre, Talamh el reino más caluroso de Kewan. Yo solo sabía que nuestra aldea está entre este reino y Têyren, el reino hacia el que vamos. Dice que Talamh la tierra es seca, con hay poca vegetación, al contrario que aquí, donde hay tantas plantas. También dice que por el día hace un sofocante calor, pero las noches son heladas y que hay un gran desierto cerca de la ciudad.
Me ha hablado además del príncipe de Talamh, el príncipe Akalis. Ha dicho que es un chico de ojos verdes y piel tostada, con el pelo castaño oscuro que le cae por la espalda pero que siempre lleva recogido. Al parecer tiene la misma edad que mi hermano y su leal compañero es un gran león llamado Zareb. Yo nunca he visto un león en persona, solo los he visto en las ilustraciones de algunos libros.
Pero para disgusto del rey de Talamh, el rey Kiros, no tiene intención de casarse con ninguna de sus pretendientes y no le dice a nadie el por qué. Me da mucha curiosidad saber cual será la razón, aunque sé que eso será imposible. Aún así me emociona que Claudine me haya hablado de su reino, ya que al parecer no lo visitaremos en este viaje o en ninguno de los siguientes. Alek no soporta el calor y no le gustan los desiertos.
Mi conversación con Claudine se corta cuando choco contra mi hermano, que se ha quedado parado en medio del camino mirando al frente. Los demás acaban parándose también y le miran interrogantes.
—¿Qué que pasa? —le digo preocupada. Alek me manda callar con un gesto.
Cuando sigo su mirada veo que más adelante hay una persona de espaldas a nosotros que se mueve de un lado a otro como si no supiera por donde ir. Tiene una capa negra y una capucha sobre la cabeza. A su lado hay un zorro plateado que se percata enseguida de nuestra presencia.
Sin entender por qué, mi hermano desenvaina su espada de repente y se acerca con paso rápido hacia ellos. El zorro enseña los dientes entonces pero se esconde detrás de la persona al ver a Nico, haciendo que su compañero se alerte. Cuando se gira su cuerpo se tensa al ver a mi hermano con su espada. Entonces mueve las manos en el aire y sobre ellas se forman varias agujas de hielo.
Un hechicero.
Veo como mi hermano levanta su espada, pero antes de que pueda hacer nada me interpongo entre los dos y le obligo a bajarla.
—¡Alek! ¡¿Qué estás haciendo?! —le digo
—¿Quién eres tú? —le dice él al hechicero, ignorándome.
—Lo mismo podría preguntarte a ti —dice él con una voz tranquila, no puedo llegar a ver su rostro —. Tú eres el que ha venido a atacarme primero.
Mi hermano le lanza una mirada de odio que no puedo entender. ¿Qué tiene en contra de los hechiceros? Que yo sepa no nos han hecho nada, y menos el que tenemos ahora delante. Solo estaba aquí por casualidad. Alek no aparta la mirada de él, instándole a que responda. Finalmente acaba por bajarse la capucha de su capa, haciendo que el hielo que había creado se derrita casi al instante y caiga al suelo.
Mi mirada se encuentra con un ojo verde rasgado que observan a mi hermano con una expresión seria y calmada. El otro lo tapa un largo flequillo negro que le tapa la mitad del rostro y que termina en su barbilla. Su mirada se centra en mí por unos segundos y yo siento que enrojezco. Aparto la vista a mis pies, avergonzada.
—Oshan —nos dice el chico con la tranquilidad que parece caracterizarlo. Mira hacia un lugar por encima de los árboles —. Vengo de la Torre del Sol y la Luna.
Sigo su mirada y a lo lejos puedo distinguir dos picos que parecen ser de dos Torres. Uno es de un blanco brillante y dorado y el otro negro con algunos brillos azulados. Me quedo con la boca abierta observándolos, aunque solo se puedan ver sus picos.
Alek sigue tenso a mi lado pero parece relajarse un poco cuando Claudine se baja de su caballo y se pone junto a él. Para mi alivio ella no parece odiar a los hechiceros.
—¿Qué hace un hechicero fuera del bosque? —le pregunta a éste.
Oshan tarda unos segundos en responder y aparta la mirada hacia un lado cuando los demás se acercan también haciendo que solo veamos su flequillo. Se le ve incómodo y tímido, como si le diese vergüenza ser el centro de atención. Parece buscar las palabras para responder y cambia el peso de una pierna a otra, como si le estuviese costando un gran esfuerzo. Me da algo de pena. Me acerco un par de pasos a él.
—¿Estás bien? —le digo colocando una mano en su brazo para intentar calmarlo—. Puedes responder con tranquilidad, no vamos…
Sin dejarme terminar una mano me coge del brazo y me echa hacia atrás, alejándome del hechicero. Alek me echa una mirada furiosa.
—¡¿Qué haces, Naja?! ¡No te acerques a él! ¡Es un hechicero, podría hacerte daño!
—¡Pero si no nos ha hecho nada! —le grito, irritada. No entiendo qué le pasa.
—¡Pero podría hacerlo! No confíes tanto en él, Naja.
Oshan parece reaccionar entonces y clava su mirada en la de mi hermano. Por primera vez veo como cambia su expresión calmada por una de enfado.
—Los hechiceros no vamos por ahí haciendo daño a la gente —dice con una nota de molestia en su voz—. Vuelvo a recordarte que tú te has acercado a mí por la espalda con una espada.
De repente Alek lo agarra por el cuello de su capa, a pesar de ser más bajo que él, y lo obliga a ponerse a su altura. Ambos parecen medirse con la mirada y yo puedo notar como mi hermano se enfada aún más por momentos. Temo que pueda hacerle daño a Oshan. No sé que hacer para detenerlo.