De pronto me he visto obligado a viajar con personas a las que acabo de conocer. Aunque en el fondo lo agradezco ya que no sabía por dónde ir ni por donde empezar a buscar al príncipe maagilyn y ellos parecen conocerse bien todos los caminos. Aunque no me resulta agradable tener que viajar junto a ese chico tan desconfiado y malhumorado. Los demás parecen ser algo más agradable, menos la pelirroja del coyote que también me mira con desconfianza. Me recuerdan un poco a mis padres, a quienes tampoco les gustaban los hechiceros ni la magia hasta el punto de parecerles peligrosa.
Pero esto solo será algo temporal, al menos hasta que consiga averiguar dónde viven los maagilyns… Y como hacer que no salgan huyendo en cuanto me vean. Cuánto más lo pienso más imposible me resulta la misión que me han encomendado. Quizás ellos puedan ayudarme, por lo menos los que no parecen querer echarme a patadas.
Mientras cenamos algo que ha cocinado Alek, creo que se llama así, todos conversan alegremente contando anécdotas de sus viajes. Yo intento hacerme invisible ante sus ojos para que no puedan preguntarme nada sobre mi vida o sobre cualquier cosa. No me gusta estar rodeado de tanta gente ni me gusta que me miren tantos ojos. Solo pensarlo me da cierto pánico. Pero mi método de pasar desapercibido no dura demasiado tiempo.
—Aún no nos has dicho qué estabas haciendo en medio del camino, tan lejos de tu Torre —me pregunta el rubio, con sonrisa burlona—. ¿Por qué no nos lo dices? ¿Son cosas de hechiceros que no puedes decirnos?
Clavo la vista en el suelo cuando todos se giran hacia mí, incómodo. No sé si debería contárselo, apenas los conozco. No se cómo reaccionarán. Estoy seguro de que si Alek piensa que tengo malas intenciones me echará ahora mismo a pesar de que sea de noche y pueda perderme. Pero a lo mejor al contárselo puedan ayudarme.
Hago un esfuerzo para dejar atrás mi timidez y hablo todo lo claro que puedo.
—Estoy… Estoy buscando a un maagilyn —digo, mas bajo de lo que quería—. A su príncipe para ser más exactos.
Todos se miran confundidos entre sí, como si no entendieran de que les estoy hablando. La única que parece no estarlo es Naja, que me mira con ojos brillantes haciéndome sentir algo incómodo. Lleva mirándome así desde que me vio por primera vez.
La otra chica del grupo, creo que se llamaba Claudine, empieza a hablarme pocos segundos después.
—Pero los maagilyns son solo leyendas antiguas —dice. Que equivocados están—. O al menos eso es lo que dicen los libros.
Mis labios se curvan hacia arriba inconscientemente ante su suposición. Se me ha olvidado incluso la vergüenza para seguir hablando.
—Eso no es verdad —le contradigo. Su expresión cambia a una de sorpresa—. Los maagilyns son los que nos dan nuestra magia a los hechiceros con sus gemas. Yo mismo recuerdo al que me dio la mía, se me apareció en sueños.
Puedo recordar su mirada tranquila, como un océano en una completa calma y como se acercaba a mí para rozarme con la gema de su frente. Pude sentir como parte de su magia pasaba a mi cuerpo y como al despertar me empapé del agua que yo mismo había creado. Mi madre se enfadó mucho ese día, creyendo que me había metido en el lago que había cerca de nuestra casa.
Y después, cuando descubrieron que tenía poderes para la magia, empezaron los golpes y los gritos. En ese entonces yo todavía no tenía un compañero que me defendiese así que solo me escondía entre lágrimas en cualquier rincón que encontrase hasta que todo se calmase.
Mis manos tiemblan un poco al recordarlo y siento algo cálido y húmedo sobre ellas. Shadow está enrollado sobre sí mismo encima de mi regazo e intenta apartar esos pensamientos de mi mente. Ojalá él hubiese estado en esa época, al menos habría tenido a un amigo a mi lado en todo ese sufrimiento.
—¡¿Entonces de verdad existen?! —dice de pronto Naja, sobresaltándome.
—¡Eso es increíble! —le sigue Claudine, también emocionada.
Vuelvo a sonreír con algo de timidez y acaricio la cabeza de Shadow que ha cerrado los ojos y respira tranquilamente. Prefiero no estropearles esa emoción contándoles la historia de por qué nos temen a los humanos ni donde acabará la pobre criatura si es que llego a encontrarla. Empiezo a sentirme mal conmigo mismo al estar participando en esto.
—Pero no se aparecen directamente frente a los humanos —les digo, simplemente—. Así que no sé que haré para buscarlo.
—¡Podemos ayudarte! —dice el chico moreno del perro. Tengo que aprenderme sus nombres si voy a viajar con ellos—. Claudine sabe mucho sobre ellos, ha leído muchos libros.
—¡Sí! —Naja coge mis manos con entusiasmo—. Podemos ayudarte, ¿verdad?
Se me escapa una pequeña sonrisa al ver su emoción. Sabía que ellos querrían ayudarme. Pero al chico se le borra toda emoción del rostro cuando mira nuestras manos unidas. Sé lo que esconde esa mirada triste, yo mismo me siento así cuando veo a Shunaxx hablar alegremente con algún alumno de la Torre del Sol. Por eso suelto las manos de Naja rápidamente. No quiero darles una imagen equivocada sobre hacia donde van mis gustos.
Naja parece sentirse avergonzada entonces ya que se aleja de mí y vuelve a sentarse junto a Ray. No quería hacerle sentir mal.
—Sería un alivio que me ayudéis —digo, con una sonrisa que parece que le hace sentir mejor.
Alek, que había estado ajeno a la conversación, nos mira de uno a otro con el ceño fruncido. No sé que le puede estar pasando ahora por la cabeza, pero espero que no piense cosas que no son.
—¿Por qué tendríamos que ayudarle? —dice entonces. No puedo evitar poner los ojos en blanco—. Es su problema, no el nuestro.
—¡Venga, Alek! —dice el rubio—. No perdemos nada con ello. ¿No quieres tener una aventura emocionante?
—¡Sí! —le anima Claudine—. Nuestros últimos viajes han sido algo aburridos. ¿No quieres cambiar un poco?