Me despierto en una cómoda y mullida cama; hace bastante tiempo que no dormía tan bien. La cama de mi habitación de la torre está bien pero no es tan cómoda como esta. Me siento sobre el colchón, observando la habitación en la que me encuentro. Es pequeña pero confortable, los muebles son de una madera suave y brillante; tienen tallados unas preciosas espirales que han pintado de un oro brillante. En el centro de la habitación había una sedosa alfombra. Shadow, a los pies de la cama, ha levantado la cabeza para mirarme.
Cuando se me despeja la mente recuerdo donde estoy. Òrain, la aldea escondida donde viven seres que nunca he visto, los elfos. No es la primera vez que sé de ellos pero no sabía que habían elfos en Kewan, creía que todos se habían ido a una tierra lejana donde dicen que viven otros elfos y otras criaturas que se parecen a ellos.
Desde que viajo con ellos me están pasando cosas que no pensaba que me pasarían. En tan poco tiempo hemos ido al castillo de Têyren donde estaba la princesa Grisselda para que ayudásemos a una maagilyn que resulta que es la princesa. Justo la que yo tenía que encontrar. Aunque recuerdo que esas personas dijeron “príncipe”, supongo que no sabrían si era un príncipe o una princesa; Y ahora me llevan hasta una aldea élfica de la que no tenía ni idea.
Aún recuerdo las miradas de recelo que me lanzaron los elfos de la entrada, a pesar de que yo no les he hecho nada.
Ahora mismo me encuentro en una situación difícil. Estoy muy cerca del objetivo por el cual tuve que salir de mi Torre, pero estoy en una aldea donde casi todos parecen odiarme. Sin contar el hecho que no quiero tener que llevármela así como así. No después de escuchar su historia.
Me llevo las dos manos a la cara, las tengo congeladas como si el calor hubiese abandonado mi cuerpo. No se qué es lo que debo hacer.
Shadow se cuela entre mis brazos para lamerme la mejilla a modo de ánimo. Sonrío y lo abrazo contra mí.
—Vamos, Shadow. Tenemos que ir con los demás o Alek nos dejará aquí.
Me visto rápidamente y bajo al piso inferior. Le doy unas bayas que recogí del bosque a Shadow y me preparo algo rápido con la comida que hay en la cocina. Me siento en una mesa brillante y redonda para desayunar. Estoy seguro de que a Shunaxx le encantaría vivir en una casa como esta. Desde que me fui no he podido dejar de pensar en él. Lo echo mucho de menos.
Unos golpes en la puerta me sacan de mis pensamientos, sobresaltándome. Me pongo en pie y voy hacia la puerta. Naja me saluda con una amplia sonrisa.
—¿Estás listo, Oshan?
Asiento y miro hacia abajo para encontrarme con los grandes ojos azules de Launeex, que me observa con curiosidad. Vuelven a mí los sentimientos de culpa e indecisión a mi cabeza. Siento que estoy haciendo algo horrible y que no debería siquiera estar cerca de ella.
Ray se ha acercado a nosotros y me saluda con una sonrisa algo incómoda.
—Vamos, Alek nos está esperando.
La aldea es aún más bonita con la luz de la mañana. Ahora, con el sol sobre ella, sus resplandecientes tonos dorados brillan como él mismo. A Shunaxx le encantaría verla, se parece algo a la Torre del Sol. Algunos elfos pasean por las sendas de este lugar y saludan a los demás con una sonrisa cálida. A mí solo me dedican miradas de miedo o desagrado. Me dedico a mirar al frente para tratar de ignorar sus miradas.
—Bueno, ¿ya estamos listos? —dice Lucas, rompiendo el silencio con una radiante sonrisa.
Shenarah, la elfa de ayer, llega montada en su cierva y nos saluda. No pude verla con claridad por la noche. Tiene los rasgos finos y delicados. Su cabello de un rubio dorado le cae por la espalda como una dorada catarata y su mirada es del color del cielo. Parece de mi misma edad pero, por lo que sé, seguro que tendrá siglos de edad.
—Os llevaré junto a mi padre, está deseando volver a veros —dice Shenarah, con una voz suave.
***
Tras un rato caminando por las calles doradas, llegamos a una casa algo más grande que las otras, con multitud de decoraciones élficas y multitud de flores y plantas al rededor. Shenarah baja de su montura y la acaricia con cariño. Me fijo en que la elfa cojea ligeramente, quizás esa es la razón por la que siempre va montada sobre su compañera.
Shenarah parece percatarse de que la estoy mirando y sonríe.
—Un hechicero oscuro me lanzó un hechizo en la pierna; pero no te preocupes, estoy bien.
Temo que ella también nos odie, pero por su sonrisa parece que no lo hace. Es agradable saber que una elfa de esta aldea no parezca querer echarme de una patada de aquí. Acabo sonriendo también, agradeciéndoselo.
Shenarah hace una señal para que la sigamos. Entramos en la casa donde nos espera un elfo mucho más alto que yo con el cabello rubio y una especie de corona dorada en la frente. El elfo saluda alegremente a mis compañeros de viaje, pero a mí ni siquiera me mira. Sus rasgos son más adultos que los de Shenarah pero aún así sigue pareciendo muy joven.
—Hola, Zelphar, que alegría volver a verte —dice Alek, sonriendo.
—Lo mismo digo, amigo mío —dice con una voz melodiosa mientras le da un abrazo—. ¿Qué os trae por aquí?
En ese momento Launeex pasa por mi lado para acercarse al elfo.
“Hola, elfo.”
—Es la hija del rey maagilyn, dice que su padre se está muriendo por culpa del hechicero que le robó su gema —empieza a contarle Ray—, hemos venido para preguntarte si sabes dónde puede estar ahora esa gema para buscarla y así poder salvarlo.
—Lo sé, conozco al rey —dice Zelphar, pensativo—. Aquello ocurrió hace ya muchos inviernos... Pero creo que sé dónde podría estar. Yo conocí a ese hechicero una vez.
—¿Lo conociste? ¿Sabes entonces por qué robó la gema? —pregunta Naja de pronto.
—Sí, se llamaba Eraxium —dice Zelphar con tono melancólico. Me tenso—. Antes no se le habría pasado por la cabeza hacer algo así... Admiraba a los maagilyns y pasaba mucho tiempo con ellos... Pero un día su compañera, una tigresa blanca, cayó enferma y falleció.