Una idea equivocada

Capítulo 3

El sonido de las cuchillas raspando el hielo es música para mis oídos. Respiro profundo y siento el frío en mis pulmones, pero no importa; aquí, en la pista, todo cobra sentido. El brillo del hielo bajo las luces me hace sentir viva, conectada con cada movimiento que hago. Patinar no es solo un deporte para mí; es una pasión, un escape y una expresión de quién soy.

Empiezo con mis giros, y la sensación de velocidad me llena. Giro, impulso y vuelo sobre la superficie lisa. Cada salto, cada pirueta, es un desafío que disfruto. Mi cuerpo responde con precisión, aunque sé que debo seguir perfeccionando cada detalle. A medida que practico, la música en mi cabeza crea el ritmo perfecto; es un acompañamiento que solo yo escucho.

De repente, en la esquina de la pista, noto a una figura observando. No es nadie más que Rider Jeroff, con su postura confiada y mirada penetrante. No me sorprende verlo aquí, en la universidad, siempre apareciendo en los momentos menos esperados. Me lanza una sonrisa ladeada que no me gusta, pero tampoco me detiene.

Sigo con mi rutina, concentrada, pero sus ojos no se apartan de mí. Al final de mi serie de saltos, cuando intento un complicado triple toe loop, fallo y caigo. Me duele la rodilla, pero me levanto rápidamente, ignorando el pequeño dolor. Sé que tengo que intentarlo de nuevo.

Rider se acerca, y sin siquiera saludar, dice con ese tono arrogante que tanto detesto:

—Pensé que eras mejor que eso. ¿Ya perdiste la magia, pelirroja?

Respiro profundo, tratando de no dejar que su comentario me afecte. Pero esa voz, siempre desafiándome, me calienta la sangre.

—Quizá tú no entiendes que caer es parte del proceso. ¿Te gustaría probarlo? —respondo con firmeza, sin apartar la mirada.

Él sonríe con superioridad.

—No necesito caer para saber que soy mejor. Pero supongo que eso es mucho pedir para alguien que se dedica a hacer piruetas bonitas.

El sarcasmo en sus palabras me impulsa a demostrar lo contrario. Tomo impulso, repito el salto y, esta vez, aterrizo perfectamente. Siento la satisfacción recorriéndome, y me giro para mirarlo con orgullo.

—¿Viste eso? —le digo, sin miedo.

Rider levanta una ceja, divertido, pero sin palabras. Se cruza de brazos y me observa, como si estuviera calculando si debería admitir que lo hice bien.

Continúo con la práctica, con más confianza que antes. Sus comentarios me molestan, pero también me motivan, aunque no lo admitiré en voz alta. El hielo bajo mis patines es mi territorio, y nadie, ni siquiera Rider, va a quitármelo.

Mientras patino, reflexiono sobre cómo cada caída y cada error son solo oportunidades para ser mejor. Y aunque él lo vea como arrogancia, para mí es pasión pura. No necesito su aprobación para saber que amo esto con todo mi corazón.

***

Estamos en el aula, rodeados de estudiantes atentos. La clase es sobre liderazgo y poder en el mundo empresarial, y Rider y yo somos los encargados de dirigir el debate. Él toma la palabra primero, con esa confianza natural que posee, y comienza a dar ejemplos de personas que alcanzaron poder simplemente por tener un apellido millonario o una alianza con socios influyentes.

—Miren a muchos de esos tipos —dice, con voz firme—. No han hecho nada realmente extraordinario. Simplemente nacieron en cuna de oro o se colgaron del prestigio de sus padres o de socios millonarios. Y ahí están, en la cima, aunque no sepan administrar ni un negocio pequeño.

Asiento, aunque sé que el tema da para discusión. Cuando me toca hablar, busco defender la otra cara de la moneda.

—No niego que el dinero y las conexiones abren puertas —empiezo, mirando a la clase—, pero también hay quienes trabajan duro para ganarse su lugar. No todos llegan por herencia. Muchos emprendedores comienzan desde cero, con esfuerzo y sacrificio.

Rider me observa con una mezcla de escepticismo y desafío. Se acerca un poco, y su tono se vuelve más directo.

—Claro, pero tú, Sydney, no puedes negar que tu camino ha sido diferente. Usas el dinero de tu padre y sus socios para financiar tu entrenamiento y oportunidades. Eso te da una ventaja que otros no tienen. No es lo mismo que alguien que lucha por cada centavo.

Su comentario me golpea como un puño inesperado. Siento un nudo en la garganta y un calor incómodo en el pecho. No esperaba que me lo dijera de forma tan directa, frente a todos.

—No se trata solo de dinero —trato de responder, aunque mi voz tiembla un poco—. He trabajado duro y he sacrificado mucho para llegar hasta aquí.

Rider me observa, sin suavizar su mirada.

—No lo dudo, pero no puedes negar que esa ventaja que tienes hace la diferencia. No es lo mismo competir con recursos limitados que hacerlo con el respaldo de millones.

Las palabras quedan flotando en el aire, y yo bajo la mirada, sintiendo cómo una mezcla de rabia y tristeza se arremolina dentro de mí. No quiero que me vean vulnerable, pero ese comentario toca una parte sensible.

Sin más que decir, dejo que el debate continúe sin mí. Me cruzo de brazos y miro hacia la ventana, intentando calmar la tormenta que siento por dentro.

Rider prosigue hablando con los estudiantes, pero ya no escucho. Estoy atrapada en mis pensamientos, cuestionando cuánto de lo que he logrado es realmente mérito mío y cuánto es solo un reflejo del dinero y el poder que me rodean.




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