Una idea equivocada

Capítulo 8

El jardín de la casa de Nolan brilla con guirnaldas cálidas que cuelgan entre los árboles, y la música suena apenas más alta que las risas y el murmullo de las conversaciones. Esta fiesta se siente distinta. No tanto por el lugar, sino por mí. No tengo a mamá respirándome en la nuca, ni pensamientos oscuros nublando la noche. Solo estoy yo. Y mis amigas. Y un chico con una camiseta de Star Wars que me hace reír a carcajadas.

—Entonces le dije al profesor: "¡Pero si la entropía de mi vida es más alta que la de este sistema cerrado!" —suelta Max, empujándose las gafas por el puente de la nariz con el índice.

Suelto una carcajada auténtica. No esa risa educada que tengo entrenada para cenas familiares, sino una verdadera, que me dobla un poco hacia adelante.

—¿Le dijiste eso en serio?

—¡Claro! Y luego me bajó puntos por "actitud sarcástica". Pero Kam estaba ahí, y juraría que se rió. Un poco. Bueno... tal vez fue una exhalación nasal.

—Es lo más cercano a una declaración de amor nerd que he escuchado —respondo, divertida—. Deberías ponerlo en una carta. Querida Kam, tu sonrisa altera la ecuación de mi estabilidad emocional.

—¡Dios! Lo voy a anotar.

Me acomodo el vaso de soda entre las manos, disfrutando la calma absurda que proporciona un buen chiste entre exámenes y caos familiar. Max es raro, encantador, y está profundamente enamorado de Kam, aunque se muere de miedo de decírselo.

—¿Y tú? —pregunta de pronto, medio bajando la voz—. ¿Tú no estás saliendo con alguien? Vi cómo ese tal Rider no te quitaba los ojos de encima en clase el otro día.

Me quedo en silencio un segundo. Siento un escalofrío. Como si el simple hecho de pronunciar su nombre invocara su presencia.

—No estamos saliendo —respondo, con una sonrisa que sabe a dientes apretados—. Él dijo cosas... hirientes. Y yo no estoy para tolerar comentarios baratos sobre superficialidades y chicas ricas.

Max levanta las cejas, pero asiente. Luego hace un gesto ridículo, con la mano en el pecho, como si estuviera prometiendo lealtad.

—En esta república estudiantil, juramos solemnemente que Rider es un idiota.

Estoy por hacer un brindis invisible con mi vaso cuando lo siento.

Esa mirada. Quemándome la espalda.

Me doy la vuelta sin querer, y ahí está.

Rider.

Camiseta blanca ajustada, chaqueta universitaria abierta, cabello revuelto. Apoyado en una columna, observándome. No parpadea. No sonríe. Y camina hacia nosotros como si cada paso fuera inevitable.

Max se encoge un poco, murmura algo sobre ir por más papas fritas, y desaparece con una velocidad que no sabía que tenía.

—¿Te estás divirtiendo? —pregunta Rider, sin rodeos, con la voz grave.

—Mucho —respondo, ladeando la cabeza—. Las analogías termodinámicas son increíblemente estimulantes.

Él entrecierra los ojos.

—¿Ese tipo? ¿En serio?

—¿Y por qué no? —replico, sabiendo exactamente a dónde va esto—. Es divertido, inteligente. Sabe que las mujeres no somos una categoría a ridiculizar. También tiene sentido del humor. Cosa que tú no tuviste la última vez que abriste la boca.

Rider se acerca más. Demasiado. El calor entre nosotros es eléctrico y molesto. Y luego, sin decir nada más, me toma del rostro con ambas manos y me besa.

Así.

Frente a todos.

No es un beso suave. Es posesivo, crudo, como si el mundo entero fuera secundario a ese instante. Como si necesitara marcar algo que cree suyo. Su aliento sabe a arrogancia y rabia, y por un segundo, me quedo inmóvil.

Hasta que reacciono.

Lo aparto de un empujón y lo miro con los ojos entrecerrados, sin importarme que media fiesta nos esté viendo.

—Qué tierno —le suelto, sarcástica—. ¿Te molestó que me riera con alguien que no te necesita para sentirse importante?

Su mandíbula se tensa.

—Sydney...

—No, Rider. No más. Si lo único que te mueve son los celos, no vengas a fingir que te importo.

Y con eso, doy media vuelta. El murmullo a mi alrededor sube de volumen, pero lo ignoro. Camino con la cabeza en alto, tragándome la tormenta que se forma en mi pecho.

Kam y Julie me esperan cerca del borde de la piscina. Julie me tiende la mano sin decir nada. Kam tiene una ceja arqueada.

—¿Eso fue un beso? —pregunta, apenas divertida.

—Fue un error —respondo, tomando la copa que me ofrece—. Y no pienso volver a repetirlo.

Y mientras Rider se queda ahí, mirándome como si el mundo se le hubiera salido de eje, yo brindo con mis amigas. Por nosotras. Por Max, el nerd romántico. Y por todo lo que puedo ser sin necesitar que nadie me valide con un beso impulsivo.

***

La primera sensación es calor.

Demasiado calor.

Y luego, confusión.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.