El dispensador de agua de la facultad suelta un chorro lento y tibio que hace resonar el metal de mi termo con un eco hueco. Aprieto el botón con más fuerza, como si eso fuera a acelerar el proceso de llenado, pero no. Esto va a tomar más tiempo del que tengo... o del que deseo pasar aquí, rodeada de pasillos cargados de estudiantes, risas lejanas y pasos apurados.
Es entonces cuando lo escucho.
—¿Agua esta vez? ¿No prefieres jugo de naranja?
No necesito girarme. Esa voz tiene un tono entre divertido y provocador que solo puede pertenecer a una persona: Rider.
Sus palabras cuelgan en el aire como un intento disimulado de iniciar una conversación. O de recordarme su gran momento de gloria empapada.
—¿Lo dices porque estás considerando bañarte en otro sabor? —respondo sin mirarlo, aún presionando el botón del dispensador.
Él se ríe, esa risa baja que, en otro contexto, podría resultar encantadora. Hoy solo me irrita.
—Podría intentar con frutilla. Aunque dudo que sea tan impactante como la naranja.
—Difícil superarlo, sinceramente. Fue como ver a una pintura moderna cobrando vida —digo, girando finalmente para mirarlo de reojo—. Solo que esta pintura apestaba a vitamina C durante horas.
Él se apoya contra la pared con los brazos cruzados, como si disfrutara demasiado de este tira y afloja que yo solo quiero cortar de raíz.
—Al menos logré hacerte reír —dice, y hay algo ahí... algo en su mirada, como si de verdad creyera que eso significa algo más profundo.
Suelto una risita sin gracia y vuelvo a mirar el dispensador, que sigue su maldita lentitud.
—Sí, claro. Qué gran logro, Rider. ¿Ya te dieron la medalla al héroe trágico bañado en cítricos?
—Me encantaría que firmaras la solicitud.
—¿Puedo incluir un comentario en la nominación? Algo como "provocó su propia humillación por observar fijamente a una chica que no quiere saber nada de él".
Se queda en silencio unos segundos. Puedo sentir su sonrisa apagándose un poco, pero se recompone rápido. Es bueno en eso: en fingir que nada lo toca. Que todo le resbala, como el jugo en su cuello ese día.
—¿Siempre fuiste así de cruel o solo conmigo?
—Solo con los que se lo ganan. Y tú... vas liderando el ranking.
Termino de llenar el termo. Lo cierro con un clic fuerte, como si cerrara también esta conversación absurda. Camino hacia la salida del pasillo, pero antes de irme, me detengo un segundo, justo a su lado.
—Sabes, pensé que eras rápido en la pista, pero lo de esquivar el sentido común te sale mucho mejor.
Él suelta una carcajada, esa risa desarmada, la que surge cuando uno no puede evitar reírse de sí mismo.
—Tienes un talento, Syd —dice mientras yo ya estoy caminando—. Uno muy agudo.
—Lástima que no sirva para olvidar cosas idiotas que la gente dice a tus espaldas.
No se lo espera. Lo sé por cómo su risa se apaga de golpe. Por cómo deja de apoyarse en la pared. Por cómo el silencio lo embiste.
Y yo solo sigo caminando, termo en mano, sonrisa invisible en los labios. Porque, por una vez, es él quien se queda quieto. Y yo quien sigue avanzando.
***
La pista de hielo está iluminada con un tono frío que hace que todo luzca más blanco de lo que debería. Julie y yo nos sentamos en las gradas, acurrucadas en nuestras chaquetas, con vasos humeantes de café entre las manos y el único objetivo de burlarnos amablemente del ego inflado de los jugadores.
—Kam nos cambió por un nerd con lentes y teorías del multiverso —comento, dándole un sorbo a mi café mientras mis ojos siguen los movimientos caóticos de los jugadores.
—¿Y sabes qué? Me alegra. Max es tierno, y a Kam se le nota en la cara que está feliz. ¿Viste cómo se peinó hoy? ¡Usó mousse! Eso es compromiso.
Río, inclinándome hacia adelante mientras uno de los defensas del equipo de Rider tropieza sobre sus propios patines.
—¿Eso fue un intento de giro o acaba de ver su reflejo y se distrajo?
Julie se ríe conmigo, agitando su vaso.
—Probablemente ambas. ¿Ese no es el número 14? El que una vez confundió una pizarra táctica con una hoja para firmar autógrafos.
—Definitivamente, mi nuevo ídolo.
Continuamos bromeando, lanzando comentarios sarcásticos en voz baja mientras el equipo practica formaciones y pases. El ambiente tiene un ritmo repetitivo, casi monótono, hasta que un par de jugadores patinan hacia los bancos para descansar. Uno de ellos, el defensa del tropiezo épico, se acerca a la baranda donde estamos.
—¿Están disfrutando del espectáculo? —pregunta con una sonrisa torcida.
—Solo si redefinimos "espectáculo" como comedia improvisada —respondo, mirando mi café como si fuera más interesante.
Julie se ríe, pero el jugador no se ofende. Parece acostumbrado a lidiar con chicas con carácter.
—¿Vienes al partido del sábado? —pregunta, inclinándose hacia mí con una ceja arqueada.
Editado: 05.09.2025