El sonido de los patines rozando el hielo llena la pista casi vacía. Las luces están encendidas, pero ya no hay gritos de entrenadores ni golpes de juego. Solo queda él.
Rider.
Patina con el casco ya quitado, el cabello mojado por el esfuerzo, y la camiseta negra del equipo pegada a su espalda. Lo observo desde las gradas mientras me ajusto la bufanda. Me mandó un mensaje hace diez minutos: "Estoy por terminar. ¿Te animas a patinar conmigo?" Y claro que sí. Siempre que se trate de él, me animo.
Bajo por las gradas, cruzo el cristal y camino directo hacia la banca donde dejé mis patines más temprano. Me los pongo rápido y lo veo acercarse.
—Sabía que no te resistirías —dice con una sonrisa divertida mientras frena justo delante de mí.
—¿Y perderme el espectáculo de Rider Jeroff intentando bailar sobre hielo? Jamás —respondo, levantando una ceja.
Se ríe. Me ofrece la mano y yo la tomo. Nos deslizamos juntos hacia el centro de la pista, la música aún sonando suavemente por los parlantes, una mezcla tranquila que nadie más escucha... salvo nosotros.
—¿Estás lista? —pregunta con esa mirada traviesa que ya reconozco.
—¿Para qué?
—Para que veas arte en movimiento.
Y entonces, sin avisar, gira. Bueno, intenta girar. Sus patines resbalan, su cuerpo se tambalea, y se salva solo porque se agarra a la baranda.
—¡Guau! Eso sí fue arte moderno —digo entre risas.
Saco el celular del bolsillo interno de mi chaqueta y abro la cámara. Rider me lanza una mirada de advertencia.
—No te atrevas...
—Muy tarde —sonrío mientras comienzo a grabar—. Ahí va el prodigio del hielo, el inigualable, el que casi se rompe la cadera por querer lucirse...
Él patina de nuevo hacia mí, finge estar indignado y luego, con una risa suave, me rodea la cintura con ambos brazos.
—Ya que me grabas, hagámoslo bien.
Me aprieta suavemente contra él. La cámara tiembla con el movimiento, pero logro enfocar nuestros rostros justo cuando él me besa en la mejilla y sonríe.
—Dime que eso quedó en la historia —murmura con voz baja, todavía divertido.
—Oh, quedó.
Subo el video sin filtros, con una canción suave de fondo. Lo etiqueto y escribo: "Mi jugador favorito, aunque no sepa girar."
En menos de un minuto, los corazones rojos empiezan a aparecer en la pantalla. Cientos. Miles. Las notificaciones llegan una tras otra, como una cascada interminable.
—¿Qué pasa? —pregunta Rider, viendo mi expresión de asombro.
Le muestro la pantalla. Comentarios de amigos, fanáticos del equipo, compañeras del club de patinaje. Todos están emocionados. "La pareja más linda." "¡Son la pareja ideal!" "Rider en modo romántico, ¿quién lo diría?"
—Creo que acabas de romper internet —le digo.
—Tú fuiste la que subió el video.
—Y tú el que no supo girar.
Él se ríe de nuevo, se inclina y me roba un beso lento. Nos quedamos así por unos segundos, olvidándonos del hielo bajo nuestros pies, de las notificaciones que siguen llegando, del mundo entero que nos está mirando ahora.
Solo nosotros dos.
Patinando sobre el mismo hielo, compartiendo la misma historia.
—¿Sabes qué? —dice después, con la voz aún cerca de mi oído—. Si por cada historia tuya me llega un millón de likes... voy a tener que seguir haciéndote reír.
—Y yo voy a tener que seguir grabándote.
Nos miramos, cómplices, mientras giramos suavemente en el centro de la pista.
Y esta vez, él no se cae.
***
La puerta del gran salón se abre lentamente y yo estoy allí, parada junto al umbral, vestida con un vestido negro sencillo pero elegante, que resalta la piel clara y mi cabello recogido en un moño discreto. El ambiente está cálido, iluminado por candelabros y luces tenues que reflejan el brillo de la vajilla fina sobre la mesa larga. La decoración es clásica, con cuadros antiguos y flores frescas en jarrones de cristal.
Mis pasos hacen un leve eco en el piso de madera mientras me acerco a la entrada. Justo entonces, aparecen ellos: Rider, con su porte habitual, jeans oscuros y una camisa blanca perfectamente planchada, y detrás de él, su padre, un hombre imponente pero con una sonrisa amable, vestido con un traje sobrio. Ambos caminan con confianza hacia mí.
—Bienvenidos —digo con una sonrisa cálida, intentando esconder la mezcla de nervios y orgullo que siento—. Gracias por venir.
Rider me mira con esa sonrisa suya, la que mezcla complicidad y ternura. Su padre, en cambio, me observa con una mirada que parece evaluadora pero no crítica, más bien curiosa y tranquila.
—No podíamos perdernos esta cena —dice el padre de Rider, estrechando mi mano con firmeza—. Es un honor estar aquí.
—Claro que sí —agrega Rider, apoyando la mano en mi cintura con suavidad, como si dijera "estoy aquí contigo".
Editado: 05.09.2025