Una idea equivocada

Extra

Vuelvo al hielo.

Después de semanas sintiéndome atrapada en el sofá, odiando cada minuto que pasaba sin patinar, finalmente estoy de vuelta. Mi tobillo aún no está perfecto, pero lo suficientemente fuerte como para deslizarme con cuidado. La pista se siente como hogar, como si el hielo me recibiera con una bienvenida suave, deslizándome entre recuerdos, risas y triunfos.

Y a mi lado, está él.

—¿Estás segura de que esto es una buena idea? —pregunta Rider, con sus patines ya puestos, parado junto a la barrera como si el hielo fuera un océano desconocido.

—Estoy segura de que es la mejor idea —le respondo con una sonrisa mientras ajusto los conos de práctica sobre la pista—. Vamos, campeón de hockey, hora de brillar.

—Esto es una trampa —murmura, pero se adentra conmigo al centro. Sus pasos son torpes, cautelosos. Sus patines rechinan un poco en cada giro.

Yo me deslizo con naturalidad, con la confianza que extrañaba tanto. Le muestro un movimiento básico, un pequeño giro con cambio de pie, algo simple para empezar.

—Ahora tú —le indico, señalando con una ceja alzada.

Rider frunce el ceño como si acabara de desafiarlo a escalar el Everest. Pero lo intenta. Con toda la concentración del mundo, hace el giro... y cae. De espaldas. Con un golpe sordo que retumba.

—¡Rider! —grito entre risas, acercándome.

—Estoy bien. Solo fue mi dignidad la que se rompió —gruñe desde el suelo, mirando al techo de la pista.

Le ofrezco la mano. Cuando la toma, yo jalo con fuerza, pero él también tira de mí y casi terminamos los dos en el piso. Me tambaleo, pero logro mantener el equilibrio.

—Oye, ¿estás tratando de derribarme también? —le digo entre carcajadas.

—¿Y si sí? —responde, con esa sonrisa que siempre aparece cuando me ve feliz.

Volvemos a intentarlo. Le muestro otro paso, más lento, con una leve inclinación. Él lo repite. Y cae de nuevo. Esta vez directo sobre un cono que chilla bajo su peso.

—¡Ese cono te odiaba! —le grito, riéndome sin poder evitarlo.

—Ese cono tiene un pacto con el diablo —replica, quitándose pedazos de plástico del pantalón del uniforme.

Después de la cuarta caída, yo ya estoy llorando de la risa. Literalmente. Las lágrimas me escurren por las mejillas mientras él resopla, mirándome desde el hielo como si fuera una villana de película.

—Esto no es justo. Tú eres una diosa sobre hielo y yo parezco una cabra recién nacida.

—Una cabra muy guapa —le digo, bajando para ayudarlo de nuevo—. Pero si quieres, puedo premiarte con un beso por cada paso que logres sin caerte.

Eso le cambia el ánimo en segundos.

—¿Dónde firmo?

El siguiente intento es mejor. Se tambalea, sí, pero se mantiene de pie. Me mira con la sonrisa más orgullosa del mundo, como si acabara de ganar una medalla de oro.

—¿Eso cuenta? —pregunta, entre jadeos.

—Cuenta —digo, y me inclino para darle un beso corto en los labios.

La pista se llena de nuestras risas. Jugamos entre conos, giros fallidos y besos robados. Y aunque él sigue cayendo, también sigue levantándose. Y yo lo amo por eso.

Después de un rato, me detengo cerca del borde, sentándome en el hielo para descansar. Él se deja caer a mi lado, sin preocuparse ya por parecer torpe.

—Extrañaba esto —le digo, mirando el techo.

—¿Caerme o patinar?

—Todo. Pero sobre todo, compartir esto contigo.

Él me mira, serio por un instante, y luego acaricia con suavidad mi tobillo, ahora cubierto por una venda discreta.

—Prometo no volver a hacerte sentir inútil. Nunca más.

Le sonrío.

—No lo hiciste. Solo me hiciste sentir querida.

Nos quedamos allí un rato, riendo, empujándonos suavemente con los hombros. El hielo ya no es tan frío. No cuando él está a mi lado, resbalando torpemente por el arte que tanto amo, solo para hacerme feliz.

Y sí... tal vez siga derribando conos, pero para mí, Rider Jeroff acaba de conquistar la pista.

***

Rider aparece en la pista con una sonrisa desafiante y un equipo de hockey que parece gigante, incluso para mí, aunque sé que es mi talla. Me lo ofrece con un brillo en los ojos, como si estuviera a punto de lanzarme a una batalla épica.

—¿Lista para intentarlo? —me reta, con ese tono suyo que mezcla broma y seriedad.

Yo respiro hondo, dudando. No estoy segura de poder. Mi tobillo aún duele si no tengo cuidado, y el hockey es un deporte de choque, fuerza y velocidad. No como el patinaje artístico, donde el control es todo. Pero no puedo retroceder. Quiero demostrarle que puedo.

Me pongo el equipo, que se siente pesado y extraño, como si estuviera envuelta en una armadura. El casco me aprieta la cabeza y apenas puedo escuchar con claridad, pero no importa. Estoy aquí, lista o no.

Rider y sus compañeros rodean la pista, todos preparados para lo que viene. Los chicos son fuertes, rápidos y hábiles. Sé que no intentarán lastimarme, pero el riesgo siempre está.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.