Nunca en mi vida me había sentido tan frustrado.
Llevo varios días buscando trabajo y sigo sin encontrar uno. Al menos no encuentro uno que sea acorde a mis posibilidades, ya que por la carga horaria que llevo en la universidad no me queda de otra que trabajar solamente hasta el mediodía.
En mi antiguo trabajo me desempeñaba como repartidor de flores, nada más. Y aunque era el único trabajo en el que me permitían trabajar hasta el mediodía, el pago era escaso, al menos para cubrir los gastos en la universidad.
Me siento en la banca del parque y reviso el periódico por enésima vez. Me encuentro buscando empleo ya casi 4 horas, en esta mañana, sin contar los demás días en los que pasé buscando empleo. Estoy perdiendo valioso tiempo de mi vida aquí sentado sin hacer nada más que hojear las páginas de un periódico, buscando esperanzado algún empleo de buena paga y poca carga horaria. Sé que se oye un tanto imposible, pero aun no pierdo las esperanzas de encontrar alguna empresa que se apiade de los estudiantes que desean trabajar, pero también seguir estudiando.
Suspiro, resignado. Vuelvo a leer los artículos de la sección de empleos, y todos tienen escrito en negrita: “Se necesita empleado de tiempo completo”. Creo que hoy tampoco será mi día.
Ruedo los ojos y estoy dispuesto a cerrar el periódico, cuando un artículo que se encuentra al final de la página llama mi atención: “La empresa Caván necesita empleado de medio tiempo para el puesto de encargado de recursos humanos”. Leer eso es suficiente para agendar el número y llamar.
―Buenos días―saludo―. Llamo por el articulo de empleo en el periódico. Estoy interesado.
―Buenos días—responde una mujer—. Bien, en el artículo dejamos indicado la dirección de la empresa. Si puede acercarse en el transcurso del día, la encargada se comunicará con usted acerca del empleo.
—De acuerdo. Estaré allí para las 2 p.m.
—Okey, hasta luego.
Se corta la llamada y yo me dispongo a levantarme de la banca para ir a la parada de buses, y tomar uno que me lleve a casa.
(…)
La empresa Caván es mucho más grande de lo que me había imaginado. Es un amplio edificio con paredes de vidrio, donde uno puede ver a través de ellos el reflejo de la ciudad.
Camino hasta la recepción, donde se encuentra una amplia mesada de mármol negro, y detrás de ella, hay una joven que aparenta tener casi la misma edad que yo, o menos. Tiene puesto un uniforme azul, que he visto en varias personas que deambulan por el edificio de un lado a otro. Me acerco a la joven y le informo que vengo para la entrevista de trabajo.
—Pase, por favor.—al escuchar su voz, me doy cuenta de que es la misma mujer con la que había hablado por teléfono.
Me indica donde queda la oficina de la encargada y me encamino al ascensor.
Espero unos minutos hasta llegar al tercer piso, y cuando las puertas se abren, una amplia sala de espera aparece ante mis ojos. No hay alguna secretaria, así que supongo que debo dirigirme directamente a la puerta que se encuentra al fondo, que deduzco ha de ser la oficina.
Camino hasta la puerta y me detengo frente a ella para fijarme si la carpeta está ordenada, y para acomodar mi corbata antes de golpear la puerta. Debo estar presentable para la ocasión, asi que espero impresionar aunque sea un poco a la encargada con el traje negro que llevo puesto.
Cuando siento que estoy listo, golpeo la puerta con mis nudillos. Una voz femenina al otro lado de la puerta me indica que pase.
Abro la puerta y entro sin siquiera observar a la mujer, o a la oficina en sí. Me encuentro un tanto nervioso así que evito mirarla. Cierro la puerta y camino hasta el asiento que se encuentra frente al escritorio. Una vez que me siento, alzo la vista, y me encuentro con una intimidante y bella mujer, que parece envolverme con su hipnótica mirada.
Tiene la tez blanca, cabellos ondulados de color miel y unos ojos color avellana que podrían engatusar a cualquiera que se quede observándolos por mucho tiempo. Aparenta tener más de 30 años, pero es muy bella.
—Buenas tardes—habla, con voz autoritaria—. ¿Quién es usted?
—Buenas tardes—me enderezo y dejo sobre el escritorio la carpeta que contiene el currículo.—. Me llamo Joel Quevedo. Tengo 20 años, sigo la carrera Ingeniería Industrial. Y estoy muy interesado en el cargo.
—¿Por qué cree merecer el puesto?—se recuesta en su silla y me examina, sin prestar siquiera atención a la carpeta.
—Porque sé desempeñarme bien en todo lo que hago. A parte de eso, sé que podría seleccionar a los empleados mejores cualificados y colocarlos en aquellos puestos en los que sean más adecuados. Sin mencionar que necesito el empleo, por lo que no tendrá quejas de mi parte, ya que pondré mucho empeño.
—¿Estaría dispuesto a hacer todo lo que se le pida, joven?—alza una ceja.
—Todo lo que esté a mi alcance.
Se endereza por un momento y luego se acerca más al escritorio, para apoyar sus codos por el borde de la madera. Entrelaza sus dedos bajo el mentón, y en esa posición, puedo observar que la camisa blanca que lleva puesto no está cerrada por completa, y deja un poco más de su piel a la vista. Mi mirada asciende rápidamente hasta sus ojos, antes de que note que la estoy observando de manera indebida. Aunque parece haberse dado cuenta, pero no dice nada al respecto. Esboza una leve sonrisa, como si fuera cómplice de mi mirada.