Una loca sorpresa

Capítulo 3: Dogan

Intento abrir los ojos y me pesa hasta el alma. Un dolor me atraviesa la cabeza como si me hubiera atropellado un tren. Y no, no tengo idea de cómo se siente eso en carne propia, pero es una expresión común. Lo cierto es que no debí beber tanto. No debí dejarme arrastrar por los amigos de Fox. Tengo un problema serio con los retos. Cuando me provocan, no siempre me controlo, aunque llevaba años sin descontrolarme. Se suponía que había madurado. Y ya veo que no por completo.

Todo me duele. El cuello, la espalda, incluso el orgullo, aunque eso probablemente sea por otra cosa. Tengo la boca seca, la lengua pastosa y un sabor amargo que no sé si es tequila, arrepentimiento, o ambos.

Me muevo un poco y algo me roza el pecho. Una mano que no es mía y que no debería estar ahí.

Abro los ojos de golpe y el mundo se detiene, como si alguien hubiera presionado pausa en un control remoto universal. No, no puede ser. No es posible que haya amanecido con una mujer que no es mi novia. Yo no hago estas cosas. Soy de los que creen en la fidelidad y resuelven los problemas en terapia de pareja. De los que hacen listas de pros y contras antes de tomar una decisión impulsiva. ¡No soy de los que despiertan en una cama extraña, con resaca brutal y una mano femenina en el pecho!

Me incorporo lentamente, con el corazón en la garganta, y confirmo lo que ya temía: la mujer en la cama no es mi novia. Ella es rubia y esta no lo es. Pequeño detalle.

Aparto su brazo con cuidado, como si fuera una bomba a punto de estallar, y me deslizo fuera de la cama con la agilidad de un ninja… ebrio. La culpa me golpea más fuerte que la resaca. Me siento como el peor ser humano del planeta.

—Cálmate, Dogan. —me digo a mí mismo—. No necesariamente pasó algo.

Es cierto. No recuerdo nada de la noche anterior, lo que probablemente significa que tomé tanto que no pude hacer nada. Sí, exacto. Nada.

Voy al baño tambaleándome, me echo agua helada en la cara e intento no desmayarme frente al espejo. Miro mi reflejo como si esperara que el tipo del otro lado tuviera las respuestas que yo no tengo, pero el idiota del espejo está igual de confundido.

Por un segundo pienso que todo esto es una alucinación provocada por la resaca. Me asomo al dormitorio y la veo moverse. Genial. Una alucinación con animación de alta calidad.

—Dogan, sé un hombre y huye. —susurro.

No es la frase más valiente que he dicho, pero ahora me parece una estrategia viable. Si no recuerdo nada, técnicamente no pasó nada. ¿Verdad?

Empiezo a buscar mi ropa, esparcida por toda la habitación como si se hubiera dado una pelea entre mi dignidad y mis pantalones, y mi ropa hubiera perdido.

—¿Dónde estoy? —pregunta una voz femenina detrás de mí.

Me congelo. Esa voz la conozco.

Me giro en cámara lenta, como si estuviera en una escena dramática, y mi corazón se cae directo al estómago. No puede ser.

—No puede ser. —murmuro.

Ella se sienta en la cama, se cubre con la sábana y se lleva la mano a la cabeza. Tiene puesto un velo. ¿Un velo? ¿Quién duerme con un velo? ¿Nos disfrazamos anoche? ¿Era una boda temática?

—¿Qué haces aquí? —pregunta, con cara de que acaba de descubrir que se despertó al lado de un mapache—. ¿Por qué tengo esto en la cabeza?

Mi estómago se encoge. No solo amanecí con una mujer que no es mi novia: amanecí con ella. Con la última persona con la que habría imaginado. Con Viper.

—Viper… —murmuro, sintiendo que mi hígado se rinde oficialmente.

Ella palidece.

—No. No, no, no. Dime que no pasó nada —mira alrededor, como si buscara cámaras ocultas—. ¿Cómo terminamos aquí? ¿Me drogaste y me trajiste a la fuerza?

Frunzo el ceño.

—¡Claro que no! Yo podría pensar lo mismo de ti. Estoy igual de perdido. No entiendo nada. Te juro que no hago estas cosas. Tengo novia.

—¡Y yo no me acuesto con tipos que no me gustan! ¡Y menos contigo! —hace una pausa—. Aunque bueno… sí me acuesto con hombres, pero no con enemigos. ¡Y menos con enemigos con novia!

Se queda en silencio, su rostro cambia de golpe.

—No es momento para entrar en pánico. —exclamo.

—Dime que si pasó algo, al menos nos cuidamos.

Siento que me voy a desmayar. Busco mi billetera con manos temblorosas. Ahí está. La protección está ahí, y no sé si es buena noticia porque significa que no pasó nada o que pasó y no nos cuidamos.

—Carajo. —susurro.

Ella corre al baño. La escucho vomitar mientras yo intento encontrar mi teléfono. Por supuesto, está sin batería.

Un grito agudo me hace correr al baño. Está sentada en el piso, mirando su dedo con los ojos muy abiertos.

—Dime que esto no es lo que creo que es, porque me va a dar un infarto y estoy demasiado joven y guapa para morir así.

—¿De qué hablas?

Me señala el dedo.

—Tengo un anillo de matrimonio. ¡Un anillo! ¡Estoy casada! ¡Y anoche no lo tenía puesto!




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