Una loca sorpresa

Capítulo 4: Viper

Creí que no volvería a hacer algo estúpido como cuando aposté mi portátil en una fiesta universitaria, convencida de que podría ganarle a mi contrincante bebiendo shots mientras me equilibraba sobre una pierna en una silla. Mi lógica era impecable: años de yoga y habilidades de bailarina. Mi error: no calcular que la borrachera convierte cualquier pose en una caída asegurada.

Me equivoqué. Y esta vez, me superé. No solo perdí, también terminé casada con alguien que detesto.

Aquí estamos, con resaca, tratando de reconstruir la noche anterior como si fuera un rompecabezas al que le faltan piezas. El dolor de cabeza es una punzada constante, un martillo golpeando mi cráneo al ritmo de mi pulso. El estómago se me revuelve con cada movimiento brusco, un recordatorio ácido de los excesos de la noche. Fox no puede ayudarnos porque no me vio en ningún momento y a su hermano lo vio antes de irse. Y yo no le escribí a ninguna amiga para anunciar nada. Skyler pensó que me fui unos minutos después que ella.

Después del desayuno vamos al lugar donde nos casamos. El exterior es triste: una fachada color crema descascarada y un letrero apagado que cuelga torcido como si estuviera igual de resacoso que nosotros. Dentro huele a café recalentado y desinfectante barato. La persona que nos casó no está, pero una mujer tras el mostrador nos confirma lo que el certificado de matrimonio —ese que dejamos en la recepción del hotel junto con mis zapatos, y que la recepcionista guardó— es real y no una broma de mal gusto.

—Pueden anularlo si estaban incapacitados para casarse —dice Fox, convencido—. Ninguno de los dos era consciente. Eso es suficiente, y están de acuerdo en la anulación.

La mujer hace una mueca que nos corta la ilusión de golpe. Es una mueca de aburrimiento y cansancio, como si ya hubiera visto este show un millón de veces. Dogan y yo, ambos abogados, sabemos que esto no es cosa de un par de firmas y listo. Hay que solicitar presentar papeles, solicitar audiencia con un juez, exponer el caso y esperar que él esté de buen humor y no haya tenido un mal día.

Miro el anillo en mi dedo y lo giro lentamente, como si fuera un trompo que pudiera devolver el tiempo. Spoiler: no funciona.

Cuando Dogan se gira para hablar, noto que la luz que se filtra por la ventana enorme le da un brillo particular a su piel. Sus ojos oscuros tienen un destello que no había visto antes, y su barba de tres días, que normalmente me parece un descuido, ahora lo hace ver... diferente. Aprieto los puños, negándome a seguir ese tren de pensamiento.

—Nunca voy a entender por qué es tan fácil casarse y tan difícil anularlo o divorciarse. —exclama Dogan.

—Y no basta con decir que estábamos ebrios. Hay que demostrarlo —aclaro, mirando el anillo en mi dedo—. ¿De dónde salieron estos anillos?

Dogan mira el suyo y suspira.

—Ojalá lo supiera.

—Tenemos una selección de anillos en la tienda —la mujer señala un costado—. Los compraron aquí porque dijeron que no tenían.

—¿Y la persona que nos casó no se dio cuenta de que no estábamos aptos para casarnos? —pregunta Dogan con tono de fiscal.

—Los dos parecían ebrios y discutían bastante, pero se reían, así que pensé que bromeaban —responde ella—. Tú —señala a Dogan— dijiste que ese abogado era un idiota. Y tú —me señala a mí— le reclamaste por rescatarte porque no necesitabas ser rescatada.

Fox se ríe por lo bajo, hasta que Dogan lo mira.

—Se les preguntó tres veces si estaban seguros y dijeron que sí —agrega la mujer, dándonos un formulario—. Complétenlo y que su abogado lo presente en el registro. En unos días los llamarán para la audiencia. Necesitarán testigos y pruebas de que no eran conscientes. Suerte.

Tomo la hoja como quien agarra una multa injusta y la aprieto con fuerza, sintiendo que me va a arder la mano. El papel es áspero contra mi piel, un recordatorio tangible de la pesadilla en la que estoy atrapada. Un nudo se forma en mi garganta, denso y amargo. Dogan abre la boca para protestar, pero Fox lo empuja suavemente hacia la salida.

—¿Días? —reclama Dogan afuera, su voz suena a gruñido—. Esta noche vuelo a Londres y vuelvo solo para la boda… a la cual planea asistir Charlotte.

—La audiencia no será esta semana —expreso—. Podemos presentar los papeles mañana y, con suerte, la próxima semana nos llamarán. Hasta entonces fingimos que no estamos casados y que nada pasó.

—No puedo irme a Londres con mi novia y ocultarle que pasé la noche con otra mujer que es mi esposa. ¿Pretendes que aparezca en la boda de Fox con ella sabiendo esto?

—Nadie aparte de nosotros, el juez, la señora, Lexy, Sky… bueno, tal vez un par más —dice Fox, restándole importancia—. El punto es que nadie dirá nada. Yo llamaré a Dilan para que nos diga algo. Tal vez él sabe algo, pero si estaba ebrio como ustedes, dudo que lo recuerde.

—Ese Dilan es todo un caso.

—Es un corredor excelente, pero cuando no está corriendo, le gusta divertirse, aunque no hace locuras estando ebrio—explica Fox—. Llamaré a los chicos.

—Mi problema ahora es que le fui infiel a mi novia y la culpa me mata.

—En teoría podrías porque no lo recuerdas. Si no lo recuerdas, no pasó —digo.




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