Héctor me cuenta de su último viaje a la India. Lo hace con esa pasión que le sale natural, como si hubiera nacido para narrar aventuras. Escribe sobre viajes en su blog, y básicamente ha hecho de recorrer el mundo su estilo de vida. Mientras habla, mueve las manos y yo lo observo con una mezcla de admiración y cansancio anticipado. Sólo de escucharlo me siento agotada.
Amo que ame su trabajo, pero también amo mis comodidades. Y lo mío no es precisamente cargar una mochila en medio de la selva.
—Deberías acompañarme en algún viaje.
Suelto una carcajada tan fuerte que varias mesas voltean.
—Héctor, yo voy a playas con todo incluido y hoteles con spa. No sirvo para acampar ni para convivir con la naturaleza. Todo lo que a ti te parece divertido, a mí me estresa.
Él ríe, claramente ya esperaba esa respuesta.
—Lo sabía.
—No me avergüenza admitir que soy chica de ciudad. Me gustan las duchas calientes, el aire acondicionado y el servicio a la habitación.
Él asiente sin juzgarme.
—Cuéntame de ti.
Tomo un sorbo de mi té helado con el hielo casi derretido. Le cuento sobre Dogan y mi matrimonio improvisado. Él me escucha con atención, como si estuviera oyendo el guion de una serie. Mientras tanto termina su copa de vino con calma.
Yo, en cambio, no bebo alcohol esta vez. No quiero arriesgarme a terminar otra vez en una situación absurda. Casarme borracha una vez ya es bastante. Dos veces sería material para un documental de malas decisiones y no quiero ser bígama.
—En conclusión, soy una mujer casada con un hombre con novia.
Él se queda en silencio unos segundos.
—Vaya. No esperaba eso.
—Yo tampoco. —digo con ironía.
—Encima él tiene novia… —me señala con la copa vacía—. ¿Cómo alguien con novia se casa con otra persona? Nunca estuve enamorado, pero supongo que si lo estás, no te atrae nadie más… ¿o sí?
—No lo sé, Héctor. Ni siquiera entiendo mi propia vida. Solo sé que esto se va a anular. Él volverá a Londres a su vida y yo a la mía.
—¿No sientes nada por él?
—No digas tonterías.
—Vi, tú y yo nos hemos embriagado un par de veces, terminamos juntos en la cama y jamás llegamos al altar.
—Porque eres alérgico al matrimonio. Igual que yo.
—Se supone que él no siente nada por ti y ama a su novia.
Lo odio cuando dice en voz alta lo que yo estoy evitando pensar. Es lo mismo que me sucede con mis amigas. Son espejos molestos que me obligan a mirarme y admitir lo que no quiero. Y lo peor es que tanto él como mis amigas tienen razón. Siempre.
—No tengo idea, Héctor. Es confuso. Mejor no pensar en eso.
Él no insiste, y agradezco el silencio. Decidimos pedir el postre para llevar y comerlo en su habitación.
Intento no pensar en Dogan. Seguramente está con su novia, tal vez sin haberle contado nada. Lexy no la soporta, Portia la detesta, y yo prefiero no imaginarla ni en mi pesadilla más extraña.
Nos levantamos. Héctor me pide que lo espere en la entrada mientras recoge el postre.
El lobby está iluminado de forma tan exagerada que parece un escenario. Camino tranquila hasta que mi estómago se congela y ve a Dogan. Traje impecable, sin corbata, acompañado de una rubia que reconozco de inmediato como Charlotte, la novia tóxica que no esperaba ver hasta mañana.
¿En serio? ¿De todos los lugares posibles tenía que ser aquí? El universo claramente me odia y, además, tiene sentido del humor.
Me doy la vuelta rápido, intentando huir, y termino chocando con una planta artificial de tamaño familiar. La sostengo justo antes de que caiga, y como si fuera poco, me disculpo con ella en voz baja. Perfecto, oficialmente he perdido la dignidad.
Si alguien me ve, seguro piensa que necesito terapia intensiva para gente que habla con adornos.
—Viper.
Su voz me recorre la espalda.
¿No pudo hacerse el ciego? ¿En serio tenía que hablarme? Mi cerebro evalúa opciones: salir corriendo fingiendo ser mi hermana gemela imaginaria, fingir amnesia selectiva o desmayarme.
«Vamos, Vi. Respira. No hiciste nada malo. El problema es suyo, no tuyo».
Me doy la vuelta despacio. Sonrío como si no tuviera un nervio fuera de lugar.
Dogan me mira sorprendido. Charlotte, en cambio, se cuelga de su brazo como si estuviera marcando territorio.
—Vaya, hola —digo, todavía con la planta en la mano—. Justo estaba socializando con la vegetación artificial—suelto la planta, asegurándome de que no se caiga—. Qué coincidencia encontrarnos.
Él se aclara la garganta.
—Sí. Esta es Charlotte, mi novia. Charlotte, ella es Viper, una de las amigas de Lexy.
La rubia sonríe como si acabara de ganar un premio.
—Encantada. Lexy me habló mucho de sus amigas incondicionales.
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Editado: 25.08.2025