He dejado a Charlotte conversando con mi padre. Mi madre, en cambio, está con Lexy y sus amigas ultimando los detalles de la ceremonia. Me pidió que no metiera a Charlotte en ese grupo. Sé que tiene razón. Lexy jamás la habría echado, pero tampoco le apetecía compartir un momento íntimo con alguien con quien apenas logra ser cordial. Además, mamá está allí porque para Lexy es como otra madre, un lugar que se ganó a pulso. No pude discutirlo.
Charlotte ya recibió suficiente cortesía de parte de Lexy, incluso cuando lanzó comentarios sobre el dinero que incomodaron a todos. Lexy los ignoró con elegancia, y yo me mordí la lengua para no generar más drama.
A estas alturas no sé cuánto más podré sostener esta farsa. Hace dos noches inventé cansancio para evitar la intimidad; anoche fue ella quien se quedó dormida enseguida por el viaje. La verdad es simple y es que no quiero intimidad con Charlotte hasta no resolver lo que me pasa con Viper.
Charlotte empieza a notar que algo no está bien, mientras que Viper se comporta como si todo fuera normal. Incluso pasó la noche anterior con ese tal Héctor, un ligue pasajero que no significa nada para ella. Pero al final, la que debería importarme es mi novia.
Y ahí está mi tormento, lo que debería sentir y lo que realmente siento no coinciden. Ese contraste me está enloqueciendo.
Ayer me molestó ver a Viper con su cita. Fue un malestar breve, pero me caló hondo. Charlotte lo notó, claro. Cuando mencioné que Viper era abogada, se tensó. Estuve a punto de contarle todo; sin embargo, retrocedí o destruiría la relación. Aunque últimamente me pregunto si no sería mejor darme un tiempo, no por Viper, sino porque hay algo roto que ninguno de los dos quiere admitir.
Charlotte insiste en compromisos que incluye una casa y estabilidad, de hijos no hablamos. Eso que yo siempre quise, ahora me suena a cadena. No entiendo por qué.
Detesto sentirme así, confundido. Siempre fui un hombre claro, alguien que sabía lo que quería y lo obtenía. Hoy mi vida sentimental es un enredo y no sé si quiero seguir con mi novia, evitando la atracción que siento con Viper, o terminar de una vez por el bien de mi estabilidad mental y por respeto a Charlotte.
—¡Dogan!
La voz de mi hermano corta mis pensamientos en seco. Lo encuentro en la habitación, paseando como un animal enjaulado.
—Relájate, Lexy no va a huir. Papá está con Archer, lo acompañará al altar.
Él asiente.
—Mi camisa se arrugó.
—¿En serio? —no puedo evitar reírme—. Es una boda en la playa, nadie va a mirar si tu camisa está perfecta.
—¡Claro que sí! —replica con dramatismo—. No quiero que recuerden a Lexy como la mujer que se casó con el tipo de la camisa arrugada.
Río a carcajadas.
—Fox, ni que fueras portada de revista.
—Voy en serio, Dogan. Hay tabla de planchar, pero no plancha.
—Yo llamo a recepción—la recepcionista me dice que están saturados y tardarán en subirla—. Olvídalo, voy yo mismo a buscarla.
—Y que venga alguien que sepa planchar —añade Fox—. Yo no tengo idea.
Hago una mueca exagerada.
—Tranquilo, yo la plancho.
Me observa como si le hubiera confesado un secreto oscuro.
—¿Tú?
—Sí. Me gusta tener todo impecable.
Él suspira aliviado, como si acabara de salvarle la vida.
Salgo de la habitación y bajo a recepción; la plancha ya me espera pacientemente. Agradezco y regreso.
Y entonces, como si el destino quisiera jugar conmigo, Viper aparece en el pasillo contrario.
Lleva un vestido amarillo que abraza sus curvas delicadas. Los tirantes delgados dejan a la vista sus hombros y el escote en V resalta su silueta. La tela fluye con cada paso, marcando su cintura. La luz del pasillo se refleja en su piel cálida y en su cabello oscuro. Yo, idiota, me quedo mirándola con la plancha en la mano.
—¿Qué haces con eso? —pregunta, sonriendo como si fuera la cosa más ridícula del mundo.
—Fox arrugó la camisa.
—Qué sorpresa. Él seguro no sabe planchar.
—Para suerte de él, yo sí —respondo con una sonrisa torcida—. No es tan difícil. Superficie plana, calor y paciencia.
Ella ríe apenas.
—Toda una revelación, Dogan el planchador.
—No lo digas muy fuerte o me arruinas la reputación.
Su risa es suave, peligrosa. Luego suelta, como quien lanza una piedra:
—¿Charlotte no plancha?
Aprieto la mandíbula. El simple sonido de su nombre me devuelve de golpe a la realidad.
—No lo sé.
Ella asiente con naturalidad, como si no hubiera lanzado una bomba. Se gira para irse, no obstante, sin pensarlo, la tomo del brazo. El contacto me sacude.
—Ese tal Héctor no parece encajar contigo. —me atrevo a opinar, aunque debería morderme la lengua.
Ella sonríe, con esa calma provocadora que me desarma.
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Editado: 25.08.2025