Una Luna Creciente

CAPÍTULO 5

Caminaba hacia el castillo con las cajas en brazos. El sol ya estaba alto y mi espalda empezaba a protestar. Las cajas no eran livianas, y cada paso me parecía más largo que el anterior.

Pero no me detuve. Sabía que podía llegar.
Estaba acostumbrada a cargar cosas desde que tenía fuerza en los brazos… aunque en ese momento, me hubiera encantado tener Agua.

De repente, escuché una voz que me hizo girar levemente la cabeza:

—¿Señorita? ¿Necesita ayuda?

Levanté la vista y vi a un joven montado en un caballo castaño. Vestía ropa limpia, con bordes finos, pero sin exagerar. Se notaba que no era cualquier aldeano.

Lo miré con cierto recelo, apretando más fuerte las cajas contra mí.

—¿Siempre haces eso? —pregunté sin pensarlo mucho.

Él frunció el ceño, confundido.

—¿Qué cosa?

—Ayudar a gente desconocida —repliqué mientras una de las cajas casi se me resbalaba. Volví a acomodarlas, haciendo un leve quejido.

Él no dijo nada más. Bajó del caballo con agilidad y se acercó.

—Venga, la ayudo —dijo mientras me quitaba las cajas de los brazos con cuidado.

Suspiré aliviada, sintiendo como el aire va bien a mis pulmones.

—Y respondiendo a su pregunta… —añadió mientras colocaba las cajas sobre los aperos del caballo— a veces es agradable ayudar a personas "desconocidas".

Me miró con una sonrisa suave, bajando un poco la cabeza en un gesto educado.

—Y más si son tan bonitas como usted.

Solté una pequeña risa, sin poder evitarlo.

—Pues gracias… —murmuré, divertida.

Él terminó de asegurar las cajas y luego se giró hacia mí.

—¿Hacia dónde va, señorita?

Me ofreció la mano para ayudarme a subir al caballo. Dudé un segundo, pero luego acepté. Me subí con cuidado, acomodándome justo adelente.

—Voy al palacio —le respondí—. A entregar unas cosas de mi madre.

—Justo allá iba yo también —dijo mientras montaba con facilidad detrás mío—. Mi primo es el rey.

Lo dijo tan tranquilo que por un momento pensé que hablaba en serio.

Pero luego le lancé una mirada de lado, medio divertida.

—Estás totalmente mintiendo, ¿sabes?

Él sonrió sin mostrar los dientes, como si ya supiera que lo había descubierto.

—Tal vez —respondió—. Pero si lo dijera en serio, ¿me creería?

—No mucho —dije cruzando los brazos con aire desafiante.

Él rió por lo bajo mientras el caballo comenzaba a avanzar con paso constante por el camino.

Pasamos por varios lugares: caminos empedrados, fuentes con estatuas antiguas, jardines que olían a lavanda y romero. A medida que nos acercábamos al castillo, el aire se volvía más frío… y más solemne.

Finalmente, llegamos a las puertas del 𝗣𝗮𝗹𝗮𝗰𝗶𝗼 𝗥𝗲𝗮𝗹.

El joven detuvo al caballo con un suave tirón de las riendas y bajó primero, luego me ofreció la mano para ayudarme.

—Si quieres —dijo con una sonrisa suya tan calmada.— puedo acompañarte.

Negué suavemente con la cabeza con una mezcla de determinación y nervios.

—Es una tarea que mi madre me asignó —respondí firme, bajando del caballo—. Así que… es mi responsabilidad.

Él me miró un segundo con una ceja levantada, como si no estuviera del todo convencido, pero no insistió.

Bajó las cajas y caminó con ellas hacia la enorme puerta tallada del castillo. Golpeó dos veces con la aldaba de bronce.

Me puse a su lado y me crucé de brazos, mirándolo de reojo con una sonrisa incrédula.

—¿Es en serio? —murmuré.

Las puertas se abrieron con un sonido grave y elegante. Desde dentro salieron dos soldados y un mozo guiando caballos. Uno de los guardias lo reconoció de inmediato.

—¡Oh! Joven Esteban, espero que se encuentre bien. Venga, le ayudo con las cajas.

—Gracias, pero puedo solo —respondió él con educación, se adelantó un paso.

El soldado asintió y le hizo una seña al mozo para que se ocupara del caballo. Luego me miró directamente

—¿Y usted?

Sonreí leve, algo incómoda con tanta formalidad.

—Vengo a dejar algunas cosas para el rey.... Están en esas cajas.

El guardia no preguntó más. Se hizo a un lado con respeto.

—Bienvenida. Pase por aquí, por favor.

Caminé detrás de ellos, encantada.
Las puertas, enormes y doradas, se abrieron al mismo tiempo con un sonido pesado, y el interior del palacio me dejó sin aliento.

El piso era de mármol pulido, las paredes decoradas con tapices bordados en hilos dorados y pinturas que mostraban antiguas guerras, coronaciones y criaturas que solo conocía en libros. Candelabros colgaban del techo, brillando con fuego suave. Todo parecía sacado de un sueño.

El soldado que nos había recibido levantó una mano.

—Espere aquí. Le avisaré al rey.

Asenti en silencio, y el guardia se alejó por un pasillo.

Miré a mi alrededor, deslumbrada. Todo era tan brillante, tan… elegante.

—Wow… qué hermoso —murmuré casi sin darme cuenta.

Esteban me miró con una sonrisa divertida.

—Parece ser que eres importante —comentó con tono ligero.

Fruncí el ceño, aún observando una gran pintura en la pared: un rey joven, de cabello oscuro, con una corona de oro y mirada intensa.

—¿Por qué lo dices? —pregunté al fin.

—Porque el rey no deja entrar a cualquier persona. - dijo curioso -

—Creo que es por mi madre… —susurré, sin estar tan segura.

El soldado regresó al poco tiempo, con paso firme y voz clara.

—Señorita, pase por aquí. El rey la recibirá.

Yo asentí con un leve movimiento de cabeza. Pero apenas di un paso, sentí que Esteban se acercaba un poco más… y sin decir nada, me tendió las cajas con ambas manos, esta vez con un gesto más lento, más consciente.

—Toma… ya vas a entrar —dijo en voz baja, suave—. El rey no permite que nadie entre a la sala del trono acompañado, menos si no fue llamado.

Lo miré mientras recibía las cajas. Había algo distinto en su expresión. No era la broma ligera de antes. Era… más real. Más cercano.



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En el texto hay: omegaverse, alfas, omega

Editado: 25.06.2025

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