Después de las compras, cuando la luna ya estaba alta y el aire se sentía más fresco, llegamos al hogar. Guardé cuidadosamente cada cosa que había comprado, doblando el vestido con atención y colocando los accesorios dentro del pequeño baúl que tenía al lado de la cama. Mi madre me dio las buenas noches, como siempre, con un beso en la frente y una sonrisa cálida. Luego, cada una se fue a dormir.
Pero lo que Kil no sabía… era que mientras dormía, cosas extrañas comenzaban a suceder a su alrededor.
Los libros en su escritorio se levantaban levemente, como si alguien invisible los hojeara con delicadeza. Sus zapatos giraban sobre sí mismos en el aire y luego bajaban suavemente al suelo, justo en su lugar.Todo se movía con un orden casi mágico… y sin despertar a Kil.
A la mañana siguiente, el sol apenas se asomaba entre las cortinas cuando la puerta se abrió con fuerza.
—¡Kil! —gritó su madre, entrando con pasos firmes.
—¡Madre! ¿No sabes tocar? ¿Qué pasa? —respondió Kil, aún con los ojos medio cerrados, sobresaltada por el susto.
—Recuerda que hoy es el cumpleaños de tu amiga Azul —dijo su madre con una sonrisa, y fue directamente a su pequeño armario.
Sacó el vestido verde con delicadeza, lo sacudió, revisó los bordes. Luego tomó los tacones, los limpió rápidamente con un paño, y buscó los accesorios que harían juego. Mientras tanto, Kil se arrastró con sueño fuera de la cama, fue al baño, se lavó la cara, se bañó y volvió envuelta en una toalla.
Su madre la ayudó a vestirse. Le colocó el vestido con cuidado, ajustando el vestido. Le puso los zapatos y los broches, le peinó el cabello con sus dedos hasta dejarlo suave y natural. Y por último, el antifaz.
—¡Listo! —dijo orgullosa mientras daba un paso atrás para mirarla.
Kil se acercó al espejo. Se veía hermosa. Realmente hermosa. Pero no podía evitar sentirse incómoda.
—Madre… no sé. ¿Y si no voy?
Su madre la miró a los ojos y sonrió, tocándole el rostro con cariño.
—Vamos, cariño. Te ves preciosa. Además, es la primera vez que te vistes así de elegante. No va a pasar nada malo. Solo ve, diviértete.
Le acomodó un mechón de cabello detrás de la oreja y luego, con tono más firme pero divertido, dijo:
—Y recuerda lo que siempre te digo: cuidado con los hombres.
Kil asintió, pero su madre volvió a tocarla la cara con la mano.
—Hija… ojo.
Kil no pudo evitar reír.
—Madre, usted misma me enseñó que si alguien intenta pasarse de listo, le doy una paliza.
La madre, al oír eso, asintió con orgullo, segura de que había criado bien a su hija.
Subieron al carruaje que las llevaría al hogar de Azul, y el camino fue tranquilo. Una vez llegaron, su madre la ayudó a bajar y la abrazó una vez más y se retiro con el carruaje.
Kil se voltea hacia la entrada del palacio, un edificio grande pero con un encanto acogedor, lleno de flores en los ventanales y música suave saliendo de dentro. Suspiró hondo y dio unos pasos.
Apenas cruzó la entrada, todos voltearon a verla. Kil sintió las miradas, algunas admiradas, otras curiosas. Pero fue entonces cuando la vio: Azul, con su vestido rosado claro y corona de flores, la observaba desde unos metros de distancia.
—Kil... ya te reconocí —dijo Azul con una sonrisa mientras caminaba hacia ella.
Kil se quedó quieta, algo sorprendida.
—¿Cómo supiste que era yo?
—Vamos, Kil —dijo Azul tomando sus manos—. Eres la más sutil cuando se trata de vestidos. Siempre te vistes diferente, con ese estilo único tuyo. Y hoy… te ves hermosa, sin necesidad de llevar uno de esos vestidos enormes.
Kil bajó un poco la mirada, con una sonrisita tímida, pero su corazón se llenó de algo cálido. Azul siempre sabía cómo hacerla sentir especial.
Azul tomó a Kil del brazo con entusiasmo, tirando suavemente de ella mientras decía con una sonrisa radiante:
—¡Vamos! Quiero presentarte a algunos amigos míos.
Kil apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que Azul la guiara entre la multitud del salón, donde la música sonaba suavemente y las luces brillaban como estrellas doradas. Las risas llenaban el aire, y el murmullo de conversaciones entre nobles y jóvenes bien vestidos resonaba en el fondo.
Se detuvieron frente a un pequeño círculo de personas. Azul, con la confianza de quien brilla en su propio ambiente, alzó la voz con dulzura:
—Hola, chicos, miren, ella es Kil, mi amiga.
La mayoría del grupo respondió con sonrisas y saludos cordiales. Un chico de cabello rizado inclinó levemente la cabeza en señal de respeto. Una joven de vestido azul celeste le ofreció una sonrisa tímida, y otro más le dijo:
—¡Mucho gusto, Kil! Azul nos ha hablado de ti.
Pero no todos parecían igual de amistosos. Hacia un costado, un joven permanecía de brazos cruzados, con expresión huraña, observando a Kil sin decir una palabra. Su ceño fruncido y su mirada algo pesada hacían que desentonara con la calidez del grupo. A pesar de eso, Kil intentó no prestarle demasiada atención.
Y entonces lo vio.
Entre todos, estaba él.
Mateo.
Lo reconoció de inmediato. Esa sonrisa suya, tan encantadora como siempre, le causó un cosquilleo extraño en el estómago. Tenía esa expresión relajada, casi traviesa, como si siempre estuviera a punto de contar un chiste o hacer una broma.
—¡Kil! —dijo él al verla, alzando la mano en un gesto exagerado, como si fuera una vieja amiga perdida en el tiempo—. ¡No puede ser que estés aquí! ¿Quién te dejó entrar con tanta elegancia?
Su tono gracioso, acompañado de una leve reverencia teatral, provocó algunas risas en el grupo.
Kil sonrió, algo nerviosa, pero aliviada de ver una cara familiar.
—Hola, Mateo... —respondió, aguantando la risa—. Tú tampoco luces tan mal, para ser un príncipe torpe.
—¡Auch! —bromeó él, llevándose una mano al pecho como si le hubieran herido—. Recién llegas y ya me estás clavando puñales. Me agrada.