Estaba paralizada por completo.
¿De verdad estaba frente a una criatura como las que mi madre me contaba? ¿Esas que solo vivían en cuentos? No podía creerlo. Y sin embargo, ahí estaba él. Real. Vivo. Mirándome.
—¿Estás bien? —preguntó de pronto el chico, al verme medio en shock.
Negué con la cabeza rápidamente, parpadeando fuerte.
—Lo siento… es que es la primera vez que veo… pues… lo que eres.
Él me observó en silencio, como si ya estuviera acostumbrado a ese tipo de reacciones. No necesitaba decir nada más, sus ojos parecían comprenderlo todo.
—¿Eres amiga de Azul? —preguntó entonces, directo.
Con algo de nervios, respondí:
—Sí, soy su mejor amiga.
Él se cruzó de brazos, curioso.
—¿Y de dónde eres?
Lo miré con gracia, entrecerrando los ojos.
—¿Por qué tantas preguntas de repente? Más bien yo debería preguntarte a ti...
El chico rió, apenas un susurro.
—Es que me parece raro que no sepas lo que somos… todos en esa casa —señaló hacia el hogar de Azul— son criaturas diferentes y parientes de Azul.
Fruncí el ceño.
—Conozco a Azul desde chiquita y nunca me contó nada de eso —dije, juntando mis manos al frente, confundida—. No sé si creerte.
Justo en ese momento, el cielo explotó en colores.
Los fuegos artificiales comenzaron a estallar uno a uno, tiñendo el día de azules, dorados y púrpuras. Alcé la mirada, maravillada.
—Wow… qué bonito —susurré.
Sentí la mirada del chico sobre mí, intensa.
—Ven, acompáñame —dijo de pronto.
Se puso de pie y me tendió la mano. Dudé un segundo, pero se la tomé.
Entramos al hogar, Miré alrededor... y lo entendí. Era verdad.
Algunos invitados eran como mariposas humanas, otros tenían alas delicadas como hadas, otros incluso tenían cuernos o piel brillante. Criaturas mágicas... por todas partes.
Estaba tan absorta que no me di cuenta de que él me estaba llevando directo a la pista de baile.
—¿Quieres bailar conmigo?
Lo miré, súper sorprendida.
—No sé bailar… perdón.
Intenté irme, pero me sujetó rápido del brazo, sin lastimarme.
—Descuida, solo déjate llevar.
Dudé. Pero recordé las palabras de mi madre antes de venir: “Hija, diviértete.”
Así que asentí. Me dejé guiar.
La música comenzó a sonar y nuestros cuerpos se movían en un compás extraño, pero mágico. Hasta que… le pisé el pie.
—¡Aush! —dijo él, entre risa y queja.
Me solté enseguida, apenada.
—Mejor lo dejamos así —dije avergonzada.
Pero no me soltó.
—Vamos… dale una oportunidad. Solo mírame a los ojos. Tranquila… de todos modos nadie nos está mirando, están más pendientes de hablar.
Suspiré… y le hice caso.
Por primera vez en mi vida, bailaba. Y no solo bailaba, era como si el mundo a mi alrededor se formara Ligero, Seguro.
Estábamos en medio de un ambiente único, entre luces claras, música suave, y por alguna razón, ya no tenía miedo de ser juzgada por la sociedad.
Estaba tan concentrada en el ritmo, en los pasos que fluían como agua, en la música que se deslizaba por el aire como una brisa encantada, que Kil no se dio cuenta de lo que sucedía con su vestido.
Fue un susurro de luz al principio… un destello suave en la tela. Luego, el brillo se intensificó.
Su vestido comenzó a resplandecer con una luz etérea, como si pequeñas estrellas se hubieran cosido en sus pliegues. Tonos esmeralda y dorado danzaban con cada giro suyo, iluminando el suelo a su paso. Pero lo más sorprendente fue que el traje de él también comenzó a brillar. Un resplandor azulado surgió de sus mangas, bajando hasta sus zapatos, como si el mismo mar respondiera a aquella melodía invisible.
La gente a su alrededor se detuvo. Algunos se cubrieron la boca sorprendidos, otros susurraban. Pero nadie interrumpió el baile. Era como si todo el salón hubiera entendido que estaban presenciando algo que no debía romperse: un hechizo hecho danza.
Kil y el joven estaban en el centro, bailando con una armonía imposible de ensayar. Sus movimientos eran tan fluidos, tan suaves, que parecía que el aire los sostenía. Cada paso, cada vuelta, cada mirada, era una pincelada de magia.
Kil, aún embriagada por el momento, se atrevió a preguntar mientras daba una vuelta guiada por él:
—Con todo esto… ¿cómo te llamas?
Él la sostuvo con suavidad y sonrió con un toque de picardía, sin dejar de bailar.
—Bueno, señorita… me llamo Leo. ¿Y usted?
Kil también sonrió, bajando apenas la mirada mientras respondía:
—Me llamo Kil.
Leo asintió, repitiendo su nombre en voz baja, como si quisiera grabarlo en la memoria.
—Kil… Es un nombre especial. Me gusta.
La música seguía fluyendo, pero justo cuando ella pensaba decir algo más, la melodía se detuvo. No con brusquedad, sino como si el aire se recogiera en una suave reverencia. Entonces, la voz del maestro de ceremonias resonó con solemnidad:
—¡Por favor, den paso a la cumpleañera!
Un aplauso cálido envolvió el lugar. Todos comenzaron a apartarse, dejando el centro libre para Azul.
Kil y Leo se miraron una última vez, con una complicidad silenciosa. Hicieron una leve reverencia, y Kil se retiró del centro, su corazón aún latiendo al ritmo de esa danza mágica que no olvidaría jamás.
Kil caminó hacia un grupo de sillas vacías en un rincón de la gran sala, con su vestido verde moviéndose suavemente al compás de sus pasos. Se sentó con delicadeza, suspirando. Quería descansar un poco. El ambiente seguía animado, con música y risas, pero ella solo necesitaba respirar. Aún no sabía si lo que había sentido era emoción o pura confusión.
De pronto, por detrás de su espalda, se escuchó un fuerte:
—¡Pú!
—¡AAAAAH! —gritó Kil alzándose ligeramente del asiento, llevándose una mano al pecho del susto.
Se volteó y se encontró con Mateo, casi doblado de la risa, cubriéndose la boca mientras intentaba contenerse.