jerárquica muy rígida, donde el monarca es considerado de origen divino. En ese entonces, la sociedad estaba dominada por los más altos, que mandaban más de lo que parecía.
Desde la muerte de la reina Samantha, todo cambió para los príncipes y princesas. Ya no podían casarse con el amor de su vida, ni tomar decisiones propias. Eran forzados a cumplir arreglos horribles, y la ayuda hacia los más necesitados se volvió casi inexistente.
Cuando sucedió la muerte de la reina, el pueblo comenzó a morir de hambre. No se les daba lo necesario ni siquiera para soportar el invierno.
Un niño, un príncipe algo aburrido de apenas diez años, acompañaba a su padre a una salida de caza. Según su padre, todo Alfa tenía que aprender a cazar ciervos desde joven.
Pero el niño no estaba interesado en eso. Aun así, era forzado a participar.
—Ve por allá y me avisas si ves un conejo —ordenó su padre, con una voz fría y seria.
El niño solo asintió con la cabeza, sin sonreír ni decir nada.
Entonces caminó un poco más hacia el bosque, dejando atrás a su padre. Mientras avanzaba, de repente se encontró con un cuervo sobre una rama, que lo observaba en silencio. Siguió caminando, y de pronto escuchó un sonido que venía de un arbusto cercano.
El niño, sin pensarlo mucho, apuntó su arco hacia esa dirección. Su padre le había dado el arma por obligación.
—¡Espera, por favor, espera! ¡No me dispares! —gritó una voz.
El niño bajó el arco rápidamente, sorprendido. Del arbusto salió una niña. Su vestido estaba algo sucio y su cabello desordenado. La niña respiraba agitada, y con una vocecita dijo:
—Solo... solo estaba buscando cerezas.
El niño se quedó mirándola fijamente. Es hermosa, pensó mientras la observaba con delicadeza, como si tuviera miedo de romper aquel instante.
𝐀𝐦𝐨𝐫 𝐚 𝐩𝐫𝐢𝐦𝐞𝐫𝐚 𝐯𝐢𝐬𝐭𝐚
La niña notó su mirada y sonrió.
—¿Soy tan bonita que te quedaste mirándome así? —preguntó.
El niño se sonrojó al escucharla y bajó un poco la cabeza.
—Pues... sí, eres muy bonita —admitió con timidez.
La niña también se sonrojó de inmediato.
—Gracias —respondió en voz baja.
Justo en ese momento, una voz fuerte rompió el momento:
—¡Mateo! ¿Dónde estás? —gritó su padre desde la distancia.
El niño volteó rápidamente al escuchar su nombre, pero antes de moverse, la niña comentó con curiosidad:
—Así que te llamas Mateo...
Él asintió con la cabeza, aún un poco nervioso. Luego volvió a mirarla.
—Yo me llamo Valentina —dijo ella, con una sonrisa suave—. Si quieres, mañana podemos vernos aquí otra vez. Pareces algo aburrido.
Mateo, con la voz baja y algo tímido, respondió:
—Claro... te veré mañana.
—Entonces hasta luego—dijo Valentina, dando un pequeño paso hacia atrás mientras él comenzaba a caminar de regreso.
Mateo fue rápidamente donde su padre, y juntos regresaron a casa, al hogar de la familia real.
Al llegar, su padre lo miró con seriedad, pero también con cierta curiosidad en los ojos.
—Hijo… esta vez, si quieres, mañana no—
Pero Mateo lo interrumpió enseguida.
—No, padre. Quiero ir mañana. Quiero ir todos los días - Dijo volviendo al ver el bosque sonrojado.
El padre, sorprendido por la respuesta tan repentina y decidida de su hijo, lo observó en silencio por unos segundos. Luego asintió lentamente con la cabeza, con una expresión de orgullo.
—Así es, hijo.
Y así fue... todos los días, sin falta, Mateo volvía al bosque. Los años pasaron como hojas que lleva el viento. Aquel niño aburrido y sin gracia se transformó gracias a ella, gracias a Valentina, la niña que, sin saberlo, despertó algo nuevo en él.
Ahora, cuando Mateo terminaba sus deberes reales o volvía de una cacería, lo primero que hacía era ir a verla. Estaba completamente enamorado.
Y ella también. Aunque ninguno de los dos lo decía abiertamente, cuando estaban juntos todo era mágico. Como si el tiempo se detuviera solo para ellos.
Una tarde, al regresar a su hogar, su padre lo esperaba en la entrada.
—¿Por qué demoras tanto? —preguntó con una ceja levantada—. ¿Tanto te gusta cazar? Si sigues así, vas a ser el mejor cazador de todos.
Mateo negó con la cabeza, sonriendo mientras lo miraba.
—No es por eso, padre —dijo entre risas.
—Bien, hijo, debes estar agotado —respondió su padre, y lo llevó a sentarse en un sillón amplio, entregándole una taza de té caliente.
Después de unos minutos en silencio, Mateo miró a su padre y dijo:
—Padre… quería hablar contigo.
—¿Qué? ¿Hablar conmigo? —respondió el hombre sin levantar la vista de los documentos que revisaba.
—Sí, padre. Quería hablar contigo —repitió Mateo, más firme.
Su padre dejó a un lado las hojas y lo miró directamente.
—Bueno, hijo. ¿Qué quieres decirme?
Justo en ese momento, la madre de Mateo entró en la habitación.
—¿Qué pasa, hijo? —preguntó con dulzura—. ¿Qué es lo que quieres hablar?
Mateo respiró hondo, algo nervioso, y se rascó la nuca antes de responder:
—Pues… ya estoy listo para casarme, ¿no?
Los padres se miraron entre ellos, sonriendo con sorpresa.
—¿Así de pronto? —dijo el padre entre risas, pero fue la madre quien tomó la palabra.
—¿Y con quién, hijo?
Mateo titubeó un poco, bajando la mirada, todavía inseguro.
—No estoy seguro… madre.
Ella, confundida, frunció el ceño con una pequeña sonrisa.
—Bueno, cuando estés seguro, nos dices quién es —dijo con tono amable—. Y si es alguien de la realeza, te casaremos sin ningún problema. Pero recuerda, debe ser alguien de nuestra clase.
Los padres de Mateo se quedaron hablando entre ellos, comentando entre risas posibles candidatas de la realeza, mencionando nombres de princesas que ni siquiera le interesaban.
Mateo los miró en silencio, pero poco a poco su expresión cambió. Su rostro, antes tranquilo, se tornó serio. Una mezcla de tristeza y amargura se dibujó en su cara.
Sin decir una sola palabra, se levantó del sillón y salió de la sala, con pasos lentos pero firmes. No miró atrás.