Una Luna Creciente

CAPÍTULO 18

Después de hablar largo rato con el señor y agradecerle por su ayuda, nos despedimos con una mezcla de alivio y ansiedad. El mapa ahora tenía nuevas marcas, rutas que no conocíamos y advertencias escritas con letras pequeñas. Salimos de la librería y pronto nos encontramos caminando entre las montañas, el aire fresco golpeándonos la cara y el cielo tiñéndose de tonos naranjas y lilas.

Las rocas crujían bajo nuestros pasos y el silencio del entorno nos hacía escuchar hasta el más leve suspiro.

—¿Tú crees que nos dijo la verdad? —preguntó, no muy convencido, mientras miraba el mapa con el ceño fruncido.

—Claro que sí, Mateo, ¿cómo puedes pensar otra cosa? —dije, caminando a su lado, tratando de sonar más tranquila de lo que en realidad estaba.

—Bueno… sí, aunque parecía algo raro —agregó Miguel, que venía detrás de nosotros, mirando hacia atrás de vez en cuando.

Fue entonces cuando Azul se giró con una sonrisa confiada y señaló en mi dirección.

—Recuerden, ¿quién de aquí tiene el don para saber esas cosas?

—Esta chica —dijo, apuntándome directamente—. Te lo digo, Kil, ese don tuyo sirve… y mucho —añadió con una media sonrisa.

La miré, y por primera vez en un buen rato, sentí algo de calma.

—Gracias, Azul —respondí, relajando un poco los hombros.

El grupo siguió avanzando, más unido que antes, aunque una pequeña duda seguía flotando en el aire… como si las montañas supieran que algo más se avecinaba.

Por otro lado...

Aldara

Me llevaron a un lugar que no conozco, alejado de todo lo que alguna vez me fue familiar. No sé cómo lo lograron, pero mis manos están atadas con cuerdas mágicas. No puedo romperlas, ni siquiera usando mis poderes. Era como si cada nudo supiera cómo resistirme.

Mi ropa estaba sucia, manchada de sangre seca y tierra. Apenas podía moverme sin que me doliera alguna parte del cuerpo. Me arrojaron en una celda angosta, más oscura que cualquier calabozo que haya visto, pero estaba segura de algo: no era Paudes, no era mi hogar.

Tenía frío. Mucho frío.

A mi lado, solo una cama de paja húmeda, y en lo alto, una ventana diminuta por donde entraban débiles rayos de luz. Era de noche, aunque no sabía si era el primer día o si ya habían pasado varios. Todo se sentía confuso.

Piensa, Aldara, piensa… -
Me repetía en mi mente una y otra vez mientras el frío calabozo parecía querer robarme hasta el último hilo de esperanza. Las cuerdas mágicas que sujetaban mis manos me quemaban la piel, aunque no se veían llamas. Dolía más el hecho de no poder sentirme libre que las marcas en mis muñecas.
Respiré hondo, cerré los ojos, y murmuré lo más bajo que pude:
—Ignis glacies…

En un intento desesperado lancé un hechizo de hielo, esperando que el frío pudiera debilitar el conjuro de las cuerdas. Pero en cuanto mi energía mágica empezó a fluir por mis venas, una descarga brutal subió por mis brazos. Era como si las mismas cuerdas se alimentaran de mi poder y lo devolvieran contra mí.

Grité sin poder evitarlo, mi cuerpo se sacudió y una corriente brutal me recorrió de pies a cabeza. El dolor era tan intenso, tan ardiente, tan... inhumano, que sentí como si mi alma se quebrara.

Todo se volvió negro.

Mi cuerpo cayó como una muñeca rota sobre el suelo frío. Y en la oscuridad de mi mente, donde ya no sentía ni las cadenas ni el frío, una voz suave me llamó.

—Aldara…

Kil

—¡Alto! —dijo Mateo de pronto, extendiendo un brazo para detenernos. Todos frenamos en seco.

—¿Qué pasa ahora? —pregunté mirando el mapa entre mis manos.

—Kil… no el mapa, mira al frente… —me respondió con un tono raro en la voz.

Levanté la mirada y por poco se me cae el alma a los pies.

—Pero… ¿qué… qué es eso? —murmuró Miguel, acercándose.

Frente a nosotros se extendía un enorme lago cubierto de sapos. No sapos comunes. Eran enormes, algunos tan grandes como una maleta. Saltaban perezosamente de roca en roca, y otros, simplemente nos observaban como si supieran que íbamos a cruzar.

—¡Vamos, chicos! ¡Que sí se puede! —dijo Azul, como si nada, avanzando alegremente hacia el lago.

—¡Azul, espera! ¿Y si te comen…? —le grité algo asustada, viendo cómo uno de los sapos abría la boca de forma sospechosa.

—Tranquila —respondió sin dejar de caminar—. Si no los molestas, no hacen nada.

Ya estaba en la mitad del lago. Caminaba sobre unas piedras que sobresalían, manteniendo el equilibrio con una facilidad impresionante. Azul tenía una paz tan natural.

—Su majestad tiene razón… pero igual hay que pasar con mucho cuidado —advirtió Miguel, dándome una mirada rápida—. Las damas primero.

Lo miré con una sonrisa sarcástica. —Qué caballeroso, gracias —dije con tono burlón, dando mi primer paso sobre una roca húmeda. Azul fue la primera en cruzar, yo la segunda. Los chicos venían detrás.

—¡Vamos, chicos, apúrense! —grité sin mirar atrás, ya con el corazón en la garganta.

Miguel se había quedado inmóvil.

—Kil… Kil… —me llamó con un tono suplicante.

—¿Qué pasa ahora? —le pregunté volteándome. Un sapo enorme estaba al lado de él, mirándolo fijamente… como si estuviera midiendo su miedo.

—¡Cállate! —susurró Mateo, congelado. Varios sapos se habían acercado, rodeándolos lentamente.

—¡NO PUEDO MÁS! —gritó Miguel, y en un segundo de pánico, salió corriendo.

—¡¡NO, MIGUEL!! —gritó Mateo. Pero ya era tarde.

Los sapos se asustaron por completo. Algunos saltaron hacia el agua, otros sobre las piedras, creando una confusión tremenda. El peso de sus cuerpos gigantes hizo que varias rocas resbalaran, y una de ellas se rompió bajo los pies de Miguel y Mateo callendose.

—¡Hay una cascada abajo! —dije en voz alta, viendo cómo sus cuerpos desaparecían.

Sin pensar, saqué una cuerda de mi bolso y la lancé con todas mis fuerzas.

—¡AGÁRRENLO! —grité, pero la cuerda voló al vacío. Miguel y Mateo ya se había caído.



#2354 en Fantasía
#1089 en Personajes sobrenaturales

En el texto hay: omegaverse, alfas, omega

Editado: 23.09.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.