Una Luna Creciente

CAPÍTULO 19

Mateo y Miguel

Mateo.

Después de secarnos lo más rápido posible, salimos a buscar un lugar donde dormir. No era nada fácil, especialmente cuando llevas contigo a alguien que le tiene miedo a casi todo.

—Miguel, solo es una mariposa —dije apartándola de su cara.

—¡Pero es que he leído que las mariposas chupan sangre! —respondió Miguel con los ojos bien abiertos, aferrado a su mochila como si eso fuera a protegerlo.

Rodé los ojos, intentando no reírme.

—Miguel... lees demasiado. Creo que incluso más de lo normal.

Nos detuvimos en medio del bosque. El suelo crujía con nuestras pisadas y la oscuridad comenzaba a envolverlo todo.

—Tenemos que subir. Buscar a las chicas. Si no lo hacemos pronto… algo podría atacarnos —dije en voz baja, observando cómo las sombras se estiraban entre los árboles.

Miguel asintió con la cabeza, tragando saliva.

—Okey… vamos —dijo finalmente, con voz temblorosa, sujetando con fuerza su bolso.

Escalamos el terreno resbaloso, y cuando por fin llegamos arriba, lo ayudé a subir con un tirón firme. Para entonces, ya había oscurecido por completo, y la niebla comenzó a aparecer, espesa, cubriendo el bosque con un velo helado.

Entonces, de repente, se escuchó un zumbido.
—¿Mateo?... —dijo Miguel, deteniéndose.
Saqué mi espada enseguida y le indiqué con la mano que hiciera silencio. El zumbido crecía, se volvía más grave, más profundo... y la niebla no ayudaba. No podíamos ver lo que venía, pero sabíamos que no era una simple avispa. Ese sonido... no era natural.

De pronto, una sombra se movió entre la neblina.

—¡AHH! —gritó Miguel, retrocediendo cuando los ojos múltiples de una criatura enorme brillaron frente a nosotros. Era una mezcla horrenda: una araña con alas, patas afiladas como cuchillas, y un aguijón que vibraba con energía venenosa. Una araña avispa.

—¡Agáchate! —grité.

Con un rápido movimiento, empujé a Miguel a un lado con mi pie. La criatura lanzó su aguijón justo donde él estaba, clavándolo en un tronco. No lo pensé dos veces. Corrí hacia ella, mi espada en alto, y justo cuando levantó sus patas delanteras para atacarme, giré sobre mí mismo y lancé un corte en diagonal, con fuerza y precisión. El primer tajo le arrancó una de las alas.

Rugió, un sonido extraño para algo que parecía un insecto, pero no me detuve. Usé mi habilidad para levitar ligeramente, apenas unos centímetros sobre el suelo, y me impulsé con una velocidad brutal. Salté sobre su lomo, esquivé sus patas peludas y brillantes, y con un giro violento, bajé mi espada en seco sobre su cuello.

¡CLAC!

Su cabeza rodó por el suelo y su cuerpo cayó pesadamente, revolcándose antes de quedar inmóvil. Respiraba con dificultad, con el corazón acelerado, pero no dejé que el miedo me dominara.

—¿Viste eso? —dije, limpiando la espada con mi camisa—. No era una avispa cualquiera, eso era una maldita bestia.

Miguel me miraba con los ojos como platos.

—¿Mateo… de verdad acabas de hacer eso? Yo… yo pensé que íbamos a morir.

—No mientras yo tenga esta espada y esté contigo —le respondí con una sonrisa torcida, y lo ayudé a ponerse de pie—. Vámonos. No quiero ver qué otras cosas salen con esta niebla.

A lo lejos, entre los árboles, vimos una cabaña. Un humo delgado salía de su chimenea, señal de vida y calor. Corrimos con esperanza. La puerta, de madera vieja, colgaba apenas de sus bisagras. Toqué dos veces, con fuerza.

Kil

Azul y yo hablábamos en voz baja. El sueño ya nos estaba ganando, mis párpados pesaban. Pero justo cuando pensábamos dormir, alguien tocó la puerta.

Nos miramos. En sus ojos leí lo mismo que pensaba: ¿quién carajos sería a estas horas?

Saqué mi trabuco y caminé con cautela. Azul se quedó cerca, lista para ayudar. Abrí la puerta de un solo tirón, apuntando directamente hacia quien estuviera allí.

—¡Wow! ¡Tranquila! Somos nosotros… tus amigos —dijo Miguel, con las manos levantadas en señal de paz.

Mateo estaba junto a él, igualmente agotado, cubierto de tierra y arañazos.

—¡Tontos! Pensé que estaban perdidos —dije, sintiendo una mezcla de alivio y rabia.

—¡Chicos! ¡Están aquí! Vamos, entren, entren, a esta hora hace frío —dijo Azul, acercándose rápidamente y abriéndoles paso con una sonrisa de bienvenida.

Los dos entraron, casi cayéndose del cansancio.

—¿Qué demonios les pasó? —pregunté mientras cerraba la puerta detrás de ellos.

Mateo me miró y sonrió apenas.

—Una araña con alas quiso arrancarnos la cabeza… lo normal.

La miré sorprendida.
—Mmm… qué raro —susurré, confundida.

Vi que Miguel sacaba una libreta algo desgastada de su bolso, se sentó en el suelo con rapidez y empezó a escribir con la mirada fija.

—¿Qué haces? —pregunté sin poder evitar el tono de curiosidad.

Él alzó la mirada apenas un segundo.
—Es que… quiero escribir sobre esas criaturas. Jamás leí en ningún libro que algo así existiera. Estas mutaciones no son normales… —murmuró, como si intentara convencerse a sí mismo de que aquello era real.

Suspiré, ya algo cansada, y asentí con la cabeza.
—Se los dije… el viejo no mentía. Decía la verdad. Así que tenemos que descansar… mañana puede que sea peor.

REALEZA — En la Corte Real

—Es imposible que la princesa Melisa ya sea duquesa —dijo un hombre de barba espesa, con voz grave.

—Estoy de acuerdo… es demasiada responsabilidad para ella sola —añadió otro, removiéndose inquieto en su asiento.

Un murmullo se alzó entre los nobles sentados alrededor de la larga mesa del consejo. Todos discutían, opinaban, se miraban entre ellos como buscando apoyo. Pero entonces, una voz firme y autoritaria rompió el aire cargado de dudas.

—Vamos, señores —dijo el rey Alejandro, alzando su copa con calma y observándolos uno a uno con expresión serena pero dominante—. Los años cambian. La señorita Melisa puede llegar a ser una excelente duquesa.



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Editado: 29.08.2025

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