Una Luna Creciente

CAPÍTULO 21

El viento soplaba fuerte entre las plataformas flotantes. A nuestro alrededor solo había vacío, un cielo distorsionado y la sensación de que el tiempo mismo se estaba quebrando.

—¡Kil, ¿qué hacemos?! —gritó Azul desde su fragmento, con los ojos llenos de miedo.

—¡Manténganse firmes! ¡No salten, no se muevan! —respondí. Mi voz era más firme de lo que me sentía por dentro.

Un zumbido comenzó a llenar el aire. Bajo nuestras plataformas, algo burbujeaba. Un líquido espeso, ardiente, como lava… comenzó a subir lentamente desde el abismo. Pero no era solo lava. De entre ella emergieron formas con alas retorcidas, negras, como mariposas gigantes con cuerpos quemados y retorcidos, cubiertos de venas de fuego y ojos brillantes que nos miraban con hambre.

Una de ellas se lanzó directo hacia Azul.

—¡NO! —grité, pero ella ya estaba reaccionando.

Azul alzó ambos brazos y el viento respondió como un rugido. Una corriente violenta giró a su alrededor, formando un vórtice que golpeó a la criatura en pleno vuelo. El monstruo se estrelló contra el borde de su plataforma, rompiendo parte de la roca, y cayó al vacío con un chillido agudo.

—¡Sí! —gritó Mateo desde su fragmento— ¡Eso fue genial, Azul!

—¡No me distraigas! —respondió ella, concentrada, haciendo girar una espiral de aire a su alrededor como un escudo.

Pero no era la única amenaza. Otras dos criaturas se abalanzaron sobre Miguel, que no tenía ni magia ni protección… o eso creíamos.

—¡Miguel! —alcé la voz, pero él no se movió ni un centímetro.

En un solo movimiento, sacó un cuchillo pequeño de su cinturón. El metal brilló como si respondiera a su energía. Sus ojos cambiaron. Se oscurecieron, como si algo profundo despertara en él.

La criatura cayó en picada. Miguel la esquivó por centímetros, giró sobre sí mismo con una precisión imposible… y hundió el cuchillo en el cuello de la bestia con una fuerza brutal. Un chorro de energía oscura salió del corte, y la mariposa deformada se deshizo en cenizas.

—¿¡Qué…!? —susurré.

Mateo se quedó pasmado, sin palabras.

—¿Viste eso? —dijo Azul desde el viento, sus ojos fijos en Miguel.

Miguel respiraba con dificultad, aún en guardia, con la hoja temblando en su mano.

—No sé qué fue eso… —murmuró él—, pero… fue como si supiera exactamente qué hacer.

No hubo tiempo para preguntas. Otra criatura se abalanzó sobre Mateo, que tuvo que agacharse para esquivarla. Rodó por el suelo de su plataforma y alzó una piedra afilada.

—¡¡VAMOS!! —gritó y la lanzó con fuerza. El impacto dio de lleno en el ojo de la criatura, que estalló en fuego azul y desapareció.

—¡Mateo! ¡Bien hecho! —le grité desde mi plataforma.

Él sonrió nervioso.—Ni idea de cómo hice eso…

Las plataformas seguían flotando, temblando, pero el ataque se había detenido. Las criaturas se replegaban, como si no esperaran resistencia.

—¿Alguien más siente que este lugar… saca cosas de nosotros? —preguntó Azul, con el viento aún girando a su alrededor.

—Sí —respondió Miguel, mirando su cuchillo, que ya no brillaba—

—Sea lo que sea… tenemos que salir de aquí —dije, mirando al castillo flotante que, ahora, parecía aún más cerca.

Después de lo sucedido, todo se quedó en silencio. Las criaturas habían desaparecido y las islas, que antes flotaban como si fuesen parte de un sueño, comenzaron a caer lentamente, una por una. El tiempo parecía haberse detenido. Ya sabíamos que no podíamos quedarnos más allí, no era seguro.

Entonces la vimos… Azul. Se quedó quieta unos segundos, sus ojos se cerraron lentamente y alzó las manos con decisión. Su cabello voló con la brisa que ahora comenzaba a girar a su alrededor. El viento… era suyo.

—Chicos… confíen en mí —dijo con la voz suave pero segura.

La energía cambió. Sentimos una presión extraña en el aire, como si la misma naturaleza le respondiera. El viento giró más fuerte, pero no era agresivo, era como si estuviera vivo y obedeciera solo a ella.

Primero fue con Miguel. Dirigió sus manos hacia él, y de pronto, el viento lo envolvió. La isla donde él estaba comenzó a deslizarse por el aire como una barca sobre un río invisible, llevándolo directo al gran castillo al fondo.

Después vino hacia mí. Sentí cómo el viento me empujaba con suavidad, y mi isla se deslizó igual, siguiendo el mismo camino que la de Miguel. No podía dejar de mirar a Azul… era como si el viento la amara.

Mateo levantó los brazos emocionado cuando le tocó a él. Azul sonrió levemente, concentrada, y su isla también fue llevada con precisión, como si el viento supiera el camino exacto.

Y por último, Azul se quedó sola. Abrió los ojos, respiró hondo, y entonces el viento la elevó a ella misma. Su isla se movió con una elegancia increíble, como si la estuviera protegiendo.

Así fue como, uno por uno, logramos pasar todas las islas y llegar al castillo.

—Bueno, aquí estamos… —dijo Mateo mientras empujaba lentamente las enormes puertas dobles del castillo.

Un crujido solemne resonó por los pasillos cuando las puertas se abrieron, revelando un interior deslumbrante. El palacio, aunque cubierto de un leve polvo por los años de abandono, seguía conservando su majestuosidad. Candelabros colgaban de un techo altísimo con molduras doradas, y las paredes estaban decoradas con cortinas largas de terciopelo oscuro, pero lo que más resaltaba eran los espejos… estaban por todas partes. Algunos tan grandes como puertas, otros redondos, ovalados o con marcos en espiral. El reflejo de cada uno parecía moverse ligeramente, como si observaran.

—La gente de aquí sí que tenía una obsesión con los espejos —murmuró Miguel, cruzando los brazos.

—Ni me di cuenta —añadió Mateo, encogiéndose de hombros con una expresión inocente.

Yo estaba justo a su lado, y no pude evitar golpearlo suavemente en el brazo.

—No seas grosero, Mateo.

Él negó con la cabeza, reprimiendo una sonrisa divertida.



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Editado: 29.08.2025

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