Después de unas horas me sentí mucho mejor. Las curas de este mundo eran muy distintas a las que yo conocía; no eran simples ungüentos o hierbas, sino mezclas de magia y medicina que parecían obrar milagros.
Hablé un rato con Saria, quien insistió en que descansara, pero la curiosidad pudo más. Salí a caminar un poco, y pronto me vi adentrándome en el bosque.
Era hermoso… mágico. Los árboles parecían susurrar entre ellos, el aire estaba lleno de un aroma dulce y fresco, y entre la niebla aparecían seres extraordinarios: personas con piel de roca que caminaban pesadamente, criaturas aladas que dejaban estelas de luz en el aire, y gigantes de pasos suaves que corrían jugando como niños, haciendo temblar la tierra con cada pisada.
"¿En serio… mi madre vino a este lugar?" pensé, fascinada.
—Y hay muchas más criaturas —dijo una voz detrás de mí.
Me giré rápidamente. Frente a mí había una mujer muy anciana. Su cabello era blanco como la nieve y caía en trenzas largas; llevaba una capa negra que cubría sus brazos y, al mirarme, sonrió con una calidez extraña.
—Déjeme presentarme, princesa… soy Lili.
Mis ojos se abrieron con sorpresa.
—¿Lili…? —murmuré.
Ella asintió.
—Sí.
—¿Cómo?… —mi voz tembló—. ¿Eres… la Lili que fue sirvienta de mi madre?
No respondió con palabras. Simplemente se acercó despacio y me abrazó. Me quedé inmóvil unos segundos, sin entender por qué, pero había algo tan familiar en ese abrazo que, sin pensarlo, la abracé también.
—Eres igual a ella… —susurró con un nudo en la voz, y comenzó a llorar.
De repente, sentí una energía cálida que empezó a recorrer mi piel, suave como una caricia.
Narradora
Una luz azul brillante comenzó a emanar del cuerpo de Kil. Era intensa pero reconfortante, y fluía hacia Lili como si tuviera vida propia. Lentamente, el brillo cubrió a la anciana, y su aspecto empezó a cambiar: su espalda se enderezó, sus arrugas se desvanecieron y su cabello recuperó parte de su color. En cuestión de segundos, Lili parecía mucho más joven.
Kil abrió los ojos de golpe al darse cuenta de lo que estaba pasando y se apartó de inmediato.
—¡¿Qué?! —exclamó, mirando sus manos, que aún desprendían un leve resplandor azul.
Al alzar la vista, se encontró con una Lili rejuvenecida, que la observaba con una mezcla de asombro y respeto.
—Princesa… —dijo Lili con voz clara—.
Kil retrocedió un paso.
—No te acerques.
Lili alzó las manos con calma.
—Sé que está confundida… pero déjeme ayudarla. Le diré todo, se lo juro.
Kil la observó fijamente. Podía sentir que decía la verdad.
—Todo… es todo.
Lili sonrió con alivio, juntando las manos.
—Será un honor. Por favor, venga conmigo.
Se giró y señaló un sendero entre la niebla. Al final, se distinguía una cabaña de madera, con una chimenea de la que salía un hilo de humo.
Kil respiró hondo… y decidió seguirla.
Azul
—¡Mateo, Mateo! ¿Y Kil? —grité, acercándome a él.
Mateo me miró como si estuviera exagerando.
—Mateo, por favor —crucé los brazos, molesta—.
Él soltó un suspiro.
—Azul, cálmate. Está bien. Solo porque haya desaparecido unas horas no significa que esté muerta.
En ese momento, alguien tosió detrás de nosotros. Era Miguel, que entraba en la habitación.
—La posibilidad de que esté muerta… es alta —dijo con una calma inquietante.
—¡Ajá! —respondí, sarcástica—. Sí, claro… mírame, me estoy riendo a carcajadas —bufé, rodando los ojos—. Te juro que si le pasa algo, tú serás el primero en pagarlo.
Miguel alzó las manos en señal de defensa.
—Lo siento, es que… este lugar es muy raro —dijo, dejándose caer en un sillón.
—En eso tienes razón —respondió Mateo, mirándolo.
—¿Y tú qué? —lo señalé, frunciendo el ceño—. ¡Eres su mejor amigo y estás más relajado que todos! —le di un golpe en el brazo.
Mateo sonrió de lado.
—Vamos, Azul… sabes que aunque Kil sea una omega, se sabe defender.
Yo lo miré con incredulidad, apretando los labios.
—Sí, pero eso no significa que pueda contra todo lo que hay aquí.
Mateo me tomó de los brazos para detenerme.
—¡Suéltame, mal amigo! —protesté, intentando zafarme.
Él me miró fingiendo ofensa.
—¿Mal amigo? ¿¡Yo!? ¡Jamás! —exclamó, y de pronto comenzó a hacerme cosquillas.
—¡Oye, basta! —me separé rápidamente, riendo—. Eres un tonto.
Los dos terminamos riéndonos, aunque mi preocupación por Kil seguía latente.
Caminé un poco hasta llegar a la biblioteca, pero de repente escuché a Saria hablando con alguien. Me detuve, pensando en irme para no interrumpir, pero entonces escuché algo que me hizo quedarme quieta.
—Sí, sí… sé lo que quiere, mi señor. Por favor, tenga paciencia —dijo Saria con voz tensa.
De pronto, una voz varonil y fuerte retumbó desde algún lugar que no podía ver.
—¿Paciencia? ¿No me dijiste que la tenías allí? ¿Qué sucedió? —preguntó, con un tono cargado de enojo.
—La… la tonta de la hija se puso nerviosa y no tocó el espejo —respondió Saria, bajando un poco la voz.
Me incliné y miré por la rejilla de la puerta. Saria estaba sentada frente a una mesa, y sobre ella había una esfera brillante. La figura con la que hablaba no se veía claramente, pero la voz volvió a sonar, más amenazante.
—¡Si no haces que esa estúpida niña toque ese espejo, te juro que no le voy a quitar los poderes a ella si no a ti!
Sentí un escalofrío recorrerme la espalda. Me aparté enseguida, impactada y asustada. Sin pensarlo, corrí a la habitación donde estaban los chicos.
—¡Chicos, nos tenemos que ir! —exclamé, agitada.
Mateo fue el primero en acercarse al verme tan alarmada.
—¿Por qué? ¿Qué pasó? —preguntó, mientras sacaba una mochila grande de un cajón.
Le lancé una mochila a Mateo y otra a Miguel.
—Agarren sus cosas, nos largamos de aquí.
Sin esperar respuesta, salí corriendo hacia el museo que tenían dedicado a la reina Samantha y empecé a tomar todo lo que pude de sus pertenencias.