Una Luna Creciente

CAPÍTULO 26

Aldara

—Sé que se lo tengo que decir… pero no creo que sea el momento adecuado —murmuré, con un nudo en la garganta.

En ese instante, Alejandro se acercó y me puso una mano firme sobre el hombro.
—Bueno… si no te hubiera sacado de allí, nunca lo habría sabido, ¿sabes? —me miró con una media sonrisa, pero en sus ojos había algo de seriedad.

Bajé la mirada hacia mis vendas, recordando el dolor y lo frágil que aún me sentía.
—Todavía necesito reposo —admití en voz baja.

De repente, alguien tocó la puerta. Alejandro enderezó la postura y alzó la voz:
—Adelante.

La puerta se abrió y un sirviente entró con una reverencia.
—Su majestad… —dijo mirando a Alejandro, mientras extendía un sobre lacrado—. Una carta del Duque. Estaba esperando que se la entregara de inmediato.

Alejandro arqueó una ceja, tomó la carta y la giró entre sus manos, observando el sello. Yo lo miraba en silencio, con una extraña sensación en el pecho.

Alejandro rompió el sello y comenzó a leer la carta. Su expresión cambió poco a poco; al principio solo parecía concentrado, pero pronto frunció el ceño y permaneció demasiado tiempo en silencio. Me inquieté y me levanté de la silla, acercándome a él con cautela.

—Ale… ¿estás bien? —pregunté en voz baja.

De pronto, él lanzó la carta hacia la sirvienta, que la atrapó torpemente, sobresaltada.
—¡Díganle a ese loco que no acepto su propuesta! ¿¡Me oíste bien!? —gruñó con tanta fuerza que incluso yo di un paso atrás, asustada por su reacción.

La sirvienta, temblando, hizo una reverencia rápida.
—S-sí, mi señor… lo informaremos de inmediato —y salió casi corriendo, cerrando la puerta tras de sí.

Me giré hacia Alejandro con el corazón agitado.
—¿Qué pasa? —pregunté preocupada.

Él se llevó una mano al cabello, respirando agitado, como si la rabia lo estuviera consumiendo. Luego me miró con ojos cansados y llenos de estrés.
—El idiota de mi abuelo… —escupió las palabras con desprecio—. Quiere imponer una ley para que ninguna omega pueda trabajar. ¡Que no puedan hacer nada más que obedecer y callar!

Sentí que la sangre me hervía.
—¿Qué? ¡Eso es una locura! —exclamé, incrédula—. No puede quitarle la libertad a nadie, y menos a las omegas.

Alejandro apretó los puños, tratando de controlar su furia.
—Lo sé. Pero mi abuelo siempre ha querido retrocederlo todo a la época más oscura...

—No sé qué haré, Aldara. Él… él es un caso perdido, y tú muy bien lo sabes —asentí con la cabeza—.

—Y tú sabes por qué él es así… —dije en voz baja, mirándolo con seriedad—. Tu padre te lo contó, y también me lo dijo a mí: la maldición que le hizo la reina Samantha lo marcó para siempre. Tu abuelo tuvo mujeres, hijos… y uno a uno los vio morir frente a sus ojos.

Hice una pausa, suspirando hondo, cargando con el peso de esas palabras.

—Y solo por eso… —continué— tenemos que estar preparados. Porque la guerra que se avecina no tendrá compasión con ninguno de nosotros.

—Wow, wow… si vamos a pelear, que espero que no —dijo Alejandro con firmeza—, tú no vas a esa guerra.

Abrí los ojos, ofendida, como si me hubieran dado una bofetada.
—¿¡Cómo que no!? ¿Tú sabes a quién le estás hablando?

Él me sostuvo la mirada, cruzándose de brazos con toda la autoridad que podía mostrar.
—Lo sé muy bien, Aldara. Sé que tus heridas sanarán… pero también sé lo que juraste frente a mi padre: no volver a pelear más.

—Pero Alejandro, mi hi— —no pude terminar de hablar porque Alejandro se acercó a mí de golpe.

Se inclinó hacia mí, bajando la cabeza hasta que sus ojos quedaron clavados en los míos.
—Aldara… yo conocí muy bien a mi padre, y también a ti. Sé que él sabía perfectamente que tú no eras un Alfa, pero aun así… sabía cómo mandar. Te hacía entender que, si él daba una orden, se cumplía… no había otra opción.

La miré con el ceño fruncido, mis ojos cargados de rabia, como si cada palabra que el había dicho me ardiera en el pecho. No me contuve.
—En ese punto sí que se parecen… familia de ese malparido, ¿sabes? —escupí la frase con una voz grave, dura, casi como un cuchillo.

No esperé respuesta. Me di la vuelta con brusquedad y avancé directo hacia la puerta, dejando que el eco de mis pasos retumbara en la habitación. Antes de salir, sin mirarlo, solté lo último con un tono frío y desafiante:
—Prepara a tus soldados… los entrenare

La puerta se cerró tras de mí con un golpe seco, y la tensión quedó flotando en el aire, pesada, imposible de ignorar.

Kil

Cuando cruzamos al otro lado del portal, un golpe de tierra seca nos salpicó de lleno, levantando un polvo que me cegó por unos segundos. Sentí el suelo duro bajo mis rodillas y caí pesadamente al piso, Encima de Azul. Apenas alcancé a girar la cabeza cuando escuché el crujido seco detrás de nosotros: el portal se cerró de golpe, dejando solo un eco extraño en el aire.

—¡CHICAS! ¿ESTÁN BIEN? —la voz de Mateo sonó cerca, desesperada, sus pasos apresurados se escuchaban entre las piedras y la tierra removida.
—S–sí… estamos bien —respondí entrecortada, mi garganta ardiendo con cada palabra mientras una tos seca me sacudía el pecho.

Mateo llegó hasta mí en un segundo, su rostro reflejaba una mezcla de miedo y alivio. Me ofreció su mano y, aunque mis piernas temblaban, logré ponerme de pie con su ayuda.

—Tranquila, yo te sostengo —murmuró, acomodándome un brazo sobre su hombro para que no cayera de nuevo.

Mientras Miguel ayudaba a Azul, cargándola con cuidado entre sus brazos, ella dejó escapar un suspiro débil.
—Me duele todo… —murmuró con una voz baja y lastimada, apenas audible.

Yo me adelanté unos pasos, hasta que la muchacha quedó frente a mí. Sus ojos se movían nerviosos, como si guardara un secreto que no se atrevía a soltar.
—¿Qué fue eso, Lili? —pregunté con firmeza, intentando ocultar la preocupación que me carcomía por dentro.



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En el texto hay: omegaverse, alfas, omega

Editado: 29.08.2025

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