Una Luna Creciente

CAPÍTULO 27

—Bueno, su majestad, preste atención a lo que dicen los demás —comentó Lili mientras seguía avanzando.

De pronto, un sonido fuerte interrumpió el silencio del bosque: gruummm. Todos giramos la cabeza hacia Miguel, que se encogió de hombros con la cara roja.

—Chicos… lo siento —dijo en voz baja, apenado.

Suspiré y miré a nuestro alrededor. El bosque se extendía con árboles altos y una ligera neblina.
—Bueno… déjenmelo a mí —dije, empezando a soltarme del brazo de Mateo para ir a buscar algo.

Pero Mateo me sostuvo con firmeza.
—Ni se te ocurra, déjamelo a mí —me detuvo, mirándome con seriedad.
—¿Tú? ¿Vas a cazar? —pregunté incrédula, casi riéndome.

Mateo no dijo nada, solo me guió hasta una roca para que me sentara. Miguel hizo lo mismo con Azul, ayudándola con cuidado por sus heridas. Entonces Mateo, con gesto seguro, sacó de su bolso una pistola flintlock antigua pero bien cuidada.

—Ya verán —dijo con una media sonrisa antes de internarse en el bosque.

Me quedé mirándolo con sorpresa.
—Bueno, eso sí que me impresiona… pero no supera lo que ha pasado hoy —murmuré, cruzándome de brazos. Luego giré hacia Lili—. ¿Dónde estamos exactamente?

Ella no respondió de inmediato, sino que extendió una mano con calma. Un resplandor azul apareció en su palma y, como invocado de la nada, un libro antiguo flotó hasta quedar abierto frente a ella.

—Wow… —susurró Azul, maravillada, olvidando por un instante su dolor.

Lili hojeó el libro y levantó la vista.
—Creo que estamos en Narido —afirmó con tono solemne.

Abrí la boca sorprendida, mientras Azul se enderezaba un poco, emocionada.
—¡Sí! Mi primo Leo vive aquí, él puede ayudarnos a acomodarnos —exclamó, casi saltando de la alegría.

La miré arqueando una ceja.
—Estás muy adolorida como para emocionarte tanto… —dije con ironía, aunque en el fondo me contagiaba de su entusiasmo.

—Ella me paga en el brazo de juego… —dijo sonriendo, y esta vez dejó ver sus colmillos—. Sabes que los Alfas dominantes se recuperan más rápido que los Omegas.

—No pareces una Alfa dominante —murmuré, observándola con atención.

Ella frunció el ceño, con cierto aire orgulloso.
—Bueno, soy una Alfa educada y refinada… no como otras. —Su rostro adoptó una expresión amarga, como si el recuerdo de “otras” le disgustara demasiado.

El silencio se alargó unos segundos, hasta que Miguel habló, con un tono más ligero que rompió la tensión:
—Bueno, primero tenemos que comer algo.

—Lo sabemos, Miguel, pero tenemos que esperar a Mateo —dijo Azul, bajando la mirada a su pierna, que ya comenzaba a curarse lentamente.

—¡Ya vine! —la voz de Mateo resonó desde los árboles. Todos volteamos de inmediato.

Apareció entre las ramas, con el cabello completamente desordenado, una sonrisa amplia mostrando sus colmillos y sus ojos café claros brillando con una intensidad extraña. En sus manos cargaba una criatura grotesca: parecía un conejo, pero con patas palmeadas como de sapo, y un agujero de bala en la cabeza.

—Fue difícil atraparlo… pero se pudo —dijo orgulloso, levantando un poco su presa.

Me quedé mirándolo, impactada.
—E-en… Mateo, ¿no crees que tu lobo anda muy despierto? —pregunté, entre sorprendida y preocupada.

Él ladeó la cabeza como si no entendiera a qué me refería, hasta que reaccionó.
—Ah… lo siento, Shiz. —Suspiro y le sonrio —. Gracias por atraparlo —le dije, intentando suavizar la situación.

Él asintió feliz, y poco a poco sus ojos volvieron a la normalidad.
—Perdón… es que esta criatura se movía demasiado —explicó, caminando hacia nosotros con paso tranquilo, aunque todavía parecía contener esa energía salvaje.

Lo observé en silencio, con una mezcla de admiración y miedo. Es asombroso… el lobo de Mateo caza de una forma increíble, me dije a mí misma.

Después, Lili encendió una pequeña fogata. Las llamas bailaban con suavidad mientras el humo se elevaba al cielo estrellado. Sobre el fuego, habíamos puesto a asar el conejo que horas atrás cazamos, y poco a poco el aroma de la carne dorándose llenó el aire. Cuando por fin estuvo listo, lo repartimos entre los tres.

Mientras masticábamos en silencio, Lili se percató de que Miguel tenía un cuaderno abierto y trazaba líneas rápidas con un carboncillo. Sus dedos se movían con destreza, dando forma al conejo que habíamos cazado, pero con un detalle peculiar: lo dibujaba con cuerpo de conejo y cabeza de sapo.

—Así que eres un investigador —comentó Lili, con una leve sonrisa, inclinándose para mirar mejor el dibujo.

Miguel alzó la mirada enseguida, sorprendido de haber sido descubierto.
—Sí… —respondió con un tono algo tímido, aunque sus ojos brillaban con convicción—. Mis abuelos y mis tatarabuelos siempre guardaban los libros importantes… y también escribían las cosas que sucedían. Yo solo sigo con la tradición.

Lili asintió despacio y sonrió con interés.
—Interesante… muy pocos jóvenes lo harían.

—Claro, si lo vieras como es conmigo a veces —dije mientras mordía un pedazo, mirándolo descaradamente, con una sonrisa de esas que sé que lo sacan de quicio—. Ahora sí que sacas tu lado amable, ¿eh?

Los demás estallaron en risas, disfrutando del pique entre los dos.

—Tú sabes que amo molestarte —replicó Miguel, arqueando una ceja con una falsa seriedad, aunque sus ojos brillaban de diversión.

—Claro —dije seria, dejando el tono de broma atrás y volviendo a mirar a Lili, que estaba sentada en una roca frente al fuego. El reflejo de las llamas iluminaba su rostro sereno, pero sus ojos parecían pesar por algo que no quería decir.

—¿Me puedes decir ahora por qué demonios Saria quería matarnos? —pregunté, con la voz más firme de lo normal.

Lili bajó la mirada hacia su comida, servida sobre una hoja seca. Se quedó en silencio unos segundos, suspiró hondo y finalmente alzó los ojos hacia mí.



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En el texto hay: omegaverse, alfas, omega

Editado: 29.08.2025

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