Una Luna Creciente

CAPÍTULO 28

Moví mi cuerpo hacia él y, antes de poder reaccionar, él me sostuvo con firmeza, levantándome en modo princesa. Sentí el calor de sus brazos contrastar con el frío del agua que aún me rodeaba.
—Perdón, sé que esto para ti debe ser algo extraño, ¿no? —dijo Leo con una sonrisa tranquila, como si estuviera acostumbrado a situaciones insólitas.

Subíamos lentamente, flotando con el agua que parecía obedecerle, deslizándonos hacia una habitación sin puerta, un umbral que se abría sin necesidad de cerraduras. El movimiento era suave, casi hipnótico; el sonido del agua era lo único que me mantenía anclada a la realidad.

Cuando entramos, me sorprendí: la habitación era completamente normal. Ni rastros de agua, ni humedad en las paredes. Todo estaba seco, acogedor, con una iluminación cálida que parecía salir de lámparas antiguas y un aroma dulce, como a miel y flores. Él me bajó con cuidado, casi como si yo fuera frágil. Yo, en cambio, estaba empapada de pies a cabeza, el cabello pegado a mi rostro, mientras él parecía intacto, seco, como si el agua no pudiera tocarlo.
—Creo que me voy a volver loca —murmuré mirándolo, intentando secarme un poco con las manos.

Leo soltó una risa simpática, esa que logra calmar incluso en medio del caos.
—Si estuviera en tu posición, también lo diría. Pero mira, estás a salvo. Por favor, siéntate —señaló un sillón mullido de terciopelo oscuro.

No pude negarme; mis piernas parecían de plomo. Me dejé caer en el sillón, agradecida.
—Santry, por favor, trae chocolates burbuja —ordenó con amabilidad a la señora que me había abierto la puerta.

La mujer, con aspecto extraño, su piel recordaba a la carne de un pez gato, gruesa y brillante, y sus ojos parecían leerme con curiosidad. Caminó lentamente, como si flotara, hacia otra habitación. Antes de irse, me miró y sonrió.

—¿Y qué te trae por aquí? —preguntó, tomando un trapo de una mesita cercana y extendiéndomelo antes de sentarse junto a mí.

Lo tomé con agradecimiento. El contacto del paño tibio me dio un poco de calma.
—Bueno… ¿qué te puedo decir? —respondí casi con una cara alterada, mi voz quebrándose un poco—. Secuestraron a mi madre, casi matan a mis amigos y a mí… he visto cosas que todavía no puedo explicar… —me detuve, soltando un suspiro largo mientras me secaba el rostro—. Azul nos dijo que tú podrías ayudarnos, que al menos hoy podríamos quedarnos aquí.

Leo me miró, sus ojos parecían analizarme, como si pudiera leer mi cansancio y el miedo que intentaba ocultar. No había juicio en su mirada, solo comprensión.
—Ya veo, señorita. Ha pasado por mucho. ¿Qué tal si la llevo a su habitación? —dijo poniéndose de pie, su tono amable, casi protector—. Sé que necesita descansar.

Me extendió la mano, y aunque dudé un segundo, la tomé. Apenas nuestros dedos se tocaron, sentí una corriente recorrerme. Un suspiro se me escapó involuntariamente. Mis ojos empezaron a nublarse, la habitación parecía desvanecerse a mi alrededor. Vi destellos: gente moviéndose rápido, un collar brillante, Azul, su luz intensa tornándose roja como el fuego, y un sonido profundo, como un eco que resonaba en mi mente.

Entonces escuché una voz fuerte, desesperada, como si me llamara desde muy lejos.
—¡Kil! ¡KIL!

Parpadeé dos veces, aturdida.
—¿Eh…? —murmuré, llevando una mano a mi cabeza, que parecía pesar el doble.

—¿Estás bien? Te quedaste paralizada —preguntó Leo, inclinándose hacia mí, con el ceño fruncido por la preocupación.
Parpadeé varias veces, tratando de volver en sí, sentía el corazón latiendo fuerte en mi pecho.
—No sé… —susurré, llevándome la mano a la frente—. Vi… personas… y un collar. Un collar algo peculiar.

Leo alzó una ceja, su curiosidad despertó al instante.
—¿Por qué lo dices?

Miré mis manos temblorosas, como si todavía pudiera sentir la vibración de la visión.
—Porque lo vi antes… en la fiesta donde te conocí. Lo traía una chica, y era azul, brillante, casi hipnótico.

Leo guardó silencio unos segundos, como si procesara cada palabra. Luego asintió lentamente, su expresión se volvió más seria, como si acabara de confirmar algo que solo él sabía.
—La vengo… espere. No se levante —dijo con calma, pero su voz tenía un peso nuevo, una firmeza que no había mostrado antes.

Se giró y salió de la habitación, cerrando la puerta suavemente. El silencio que dejó tras su partida era casi sofocante. Aproveché ese momento para tomar aire, dejar que mi mente se acomodara. Apoyé mi espalda en el sillón, y mis pensamientos comenzaron a correr desordenados.

"¿Qué me está pasando? ¿Por qué veo estas cosas? ¿Y ese collar… qué significa?"

Me llevé las manos a los bolsillos de mi ropa empapada, y entonces recordé algo que había olvidado por completo.
"¡La carta!"

Saqué el pequeño sobre arrugado y húmedo. El papel estaba mojado, las letras corridas, casi ilegibles.
—Lo que me faltaba… —murmuré con frustración.

La giré entre mis dedos, buscando alguna parte rescatable, pero cada movimiento dejaba pequeñas gotas en el suelo. Pensé en Leo; tal vez él podría hacer algo. ¿Acaso no parecía dominar el agua y, al mismo tiempo, mantenerse seco? Quizás tenía un truco, un hechizo, algo que pudiera salvar esas palabras.

"Le voy a preguntar… seguro él tiene algo para secar esto."

Por parte del rey Alejandro

Me encontraba en mi habitación, revisando informes mientras los mensajeros iban y venían con noticias. Había ordenado a mis mejores espías vigilar cada movimiento de mi abuelo. No confiaba en él; algo tramaba, y lo que fuera no auguraba nada bueno. Antes, él y yo solíamos ser cercanos, incluso podría decir que era mi mayor consejero, pero todo cambió con la muerte de mi padre. Nunca se lo perdonaré. Fue su ambición la que lo llevó a buscar algo imposible, y por ello mi padre pagó con su vida.

Estaba firmando unos papeles cuando un sirviente entró con voz firme pero respetuosa.
—Su majestad, el duque Esteban desea verle.



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En el texto hay: omegaverse, alfas, omega

Editado: 29.08.2025

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