Era brillante, un azul muy puro y hermoso, tan cálido que parecía abrazar mi mirada. Me quedé contemplándolo con detenimiento, cuando escuché una voz a mi espalda:
—Kil, ¿qué tienes? —preguntó Miguel, sacándome de mis pensamientos.
Lo miré algo confundida.
—¿Eh?... ¿Qué? —respondí.
Él miró a los demás y luego volvió a posar sus ojos en mí, con un gesto preocupado.
—Es mejor que descanses —dijo Azul mientras se secaba el cabello con una toalla.
Asentí con la cabeza, un poco cansada.
—Tienes razón, mejor todos descansemos —intervino Mateo.
—Porfa, ¿Leo? ¿Nos puedes ayudar a que nuestras cosas se sequen? —añadió Mateo con su tono habitual.
Leo sonrió encantado, asintió y dejó el collar cuidadosamente sobre una repisa antes de hacer un gesto a uno de los sirvientes, pidiéndole que guiara a nuestros habitantes a sus lugares de descanso.
—La verdad, necesito un baño y cambiarme de ropa —dijo Azul bastante incómoda, y fue la primera en salir. Yo la seguí unos pasos detrás, pero antes me quedé observando una vez más el collar, como si escondiera un secreto, y luego me retiré.
El castillo era extraño, curioso, como dividido en dos mundos: una parte parecía hecha de agua y la otra no. “Me pregunto cómo lo logran…”, pensé mientras avanzaba por sus pasillos húmedos y luminosos.
—Señorita… —
—¡Ah! —me sobresalté y giré la cabeza.
Era una mujer, aunque no se parecía a ninguna de las anteriores. Su aspecto me recordó a una medusa: cabellos flotando como tentáculos y una presencia serena, pero firme.
—Perdón —dije con una risa nerviosa—, ando un poco distraída.
Ella asintió sin decir mucho y señaló con la mano una puerta cercana.
—Su habitación.
Le agradecí con una leve inclinación y entré en la habitación. Era hermosa, cálida, iluminada con tonos suaves que hacían olvidar por un momento todo el cansancio del día. Me quité las botas y me dejé caer en la cama, hundiéndome en la suavidad de las sábanas.
—Vamos Kil … —susurré, con un nudo en la garganta.
Me incorporé otra vez, intentando no pensar demasiado, y abrí el armario. Allí encontré una pijama sencilla pero cómoda. Suspiré, la tomé entre mis manos y me dirigí al baño.
Era una tina grande de madera, y poco después trajeron agua caliente que llenó el lugar de vapor. Me metí lentamente, cerrando los ojos mientras un suspiro escapaba de mis labios.
—Aww… esto era lo que necesitaba —murmuré, dejándome envolver por la calidez.
Todo parecía estar en calma, pero de repente escuché un pequeño sonido. Lo ignoré, pensando que quizá era la madera crujiendo, y me hundí un poco más en el agua tibia.
Pasó un rato hasta que otro sonido, esta vez más fuerte y extraño, resonó en la habitación. Abrí los ojos de golpe, el corazón acelerado, y giré hacia la puerta del baño. Estaba entreabierta.
Me levanté rápidamente, tomé una toalla y me cubrí mientras el vapor me seguía como una sombra. Salí con cautela, preparada para lo que fuera…
—En hol—… las palabras murieron en mi garganta.
Toda la habitación estaba llena de esferas azules, flotando en el aire como gotas de agua suspendidas en el tiempo.
—Wow… —murmuré, asombrada.
Un nuevo sonido retumbó, más fuerte que los anteriores. Las esferas comenzaron a moverse, atravesando los muebles y las paredes. Al chocar con los objetos, los hacían caer o desplazarse, como si todo el cuarto hubiera cobrado vida bajo un influjo acuático y desconocido.
De repente, otra vez mi mano comenzó a brillar. La observé con atención… era tan hermoso, tan irreal. Moví mis dedos lentamente y de ellos brotó una luz divina que llenó todo el cuarto con un resplandor deslumbrante, como si miles de estrellas hubieran descendido a danzar en mi habitación. Era un espectáculo maravilloso.
Entonces, alguien tocó a la puerta.
—¿Kil, estás allí? —preguntaron, y antes de que pudiera responder, la puerta se abrió.
Era Azul.
—Ah… estás sola. Venía a desearte buenas noches —dijo con sencillez.
Yo solo asentí con la cabeza.
—Igualmente, que descanses.
Ella me sonrió, levantó la mano en despedida y salió. Apenas la puerta se cerró, el cuarto volvió a la normalidad. Miré mis manos otra vez y, en ese instante, lo comprendí qué debía aceptar lo que realmente era, aunque el mundo me mirara como una simple chica omega sin importancia.
A la mañana siguiente me levanté temprano, me alisté y salí de mi habitación. Apenas crucé la puerta hacia la sala de estar, escuché la voz de Mateo.
—Wow, Kil… en serio, no sé de dónde sacas esas ropas —dijo, mirándome de arriba abajo con una mezcla de sorpresa y burla.
Reí suavemente mientras me acercaba.
—Es moda, Mateo —respondí, dándole un pequeño golpe en el hombro mientras soltaba una carcajada.
Miré a mi alrededor y fruncí el ceño.
—¿Dónde están los demás?
Mateo se encogió de hombros, estirándose perezoso en el sofá.
—Azul se llevó a Miguel para mostrarle el castillo.
Asentí con calma.
—Por lo menos no es un patán con ella… —murmuré, mirando a Mateo con serenidad.
Él me devolvió la mirada con una sonrisa ladeada, como si hubiera entendido perfectamente lo que quería decir. Entonces, recordó algo.
—Ah, cierto. Antes de irse, Leo nos dejó esto. —Rebuscó a su lado y me tendió mi bolso.
Lo tomé entre mis manos, y lo primero que saque del bolso fue la carta que se me mojo.
Mateo.
Cuando Kil abrió la carta, su rostro empezó a transformarse ante mis ojos. Primero fue un temblor leve en la mandíbula; luego la piel se le tensó como si algo bajo su piel quisiera salir.
—¿Qué pasa? ¿Qué dice? —pregunté, acercándome, pero ya podía ver el cambio en Ella, sus pupilas se ensancharon y, por un instante, sus ojos se volvieron de un azul tan intenso que me dolió mirarlos. Sentí un escalofrío. El lobo de Kil estaba enterado, pensé sin Creerlo.