Una luz de colores

Capítulo 2: Tucker

Observo a la mujer de cabello rubio oscuro y de ojos verdes, y no estoy seguro de que decir sobre ella. Se ve bastante decente y es guapa, no lo puedo negar. Sin embargo, es una desconocida y no sé si habla bien de ella que haya escuchado una conversación privada y me haya abordado en mi casa.

Suelto un suspiro.

La verdad, no he tenido suerte con las asistentes. Esta última se atrevió a meterse con mi hija mientras trabajaba en casa y es algo que no puedo tolerar. Sé que mi hija no es un sol, al contrario, es bastante traviesa y a mí me cuesta tratar con ella, mas es mi hija y no acepto que nadie le levante la voz.

La asistente anterior tuvo otras intenciones conmigo, no le gustó mi rechazo y trató de acusarme de acoso. Por suerte, soy precavido y me cubrí las espaldas con la filmación que obtuve de las cámaras que instalé en mi oficina, tanto en la de la casa como en la oficina.

No llegó a la policía el caso porque ella cometió el error de amenazarme antes de ir primero a la policía. Y tuve suerte, pues el video no hubiera sido admisible ante un juez como prueba.

Ella aceptó el dinero de indemnización y firmar un papel para evitar problemas futuros.

Cada vez se complica más encontrar una asistente decente. Mi amigo Tahiel sugirió que contratara un asistente hombre y lo tendría en cuenta si no fuera porque trabajo bastante desde casa para estar cerca de mi hija. No me agrada la idea de que un hombre esté cerca de ella.

—¿Tiene una hoja de vida que pueda ver?

Ella dibuja una sonrisa y extiende hacia mí una carpeta de color violeta… con perfume.

—Le puse perfume para darle un toque extra. Lo aprendí en legalmente rubia, aunque Elle usaba todo rosa, yo soy más del color violeta y el amarillo.

Paso por alto el comentario y le pido que me siga al interior de la casa.

Estoy loco por hacer entrar una desconocida que me abordó en la calle, mas no tengo nada que perder.

Ya he tenido tres asistentes en menos de seis meses y necesito una fija que pueda seguir el ritmo de trabajo, asistirme sin meterse en mis asuntos personales y que no intente seducirme ni prestarle atención a mi hija.

—Tome asiento.

Ella no lo hace, se acerca a un cuadro que tengo colgado en la pared.

—Tiene buen gusto en arte. Mi amiga Sophie es la mejor pintora de la historia, y no lo digo porque sea mi mejor amiga y me esté quedando en su casa. —lo señala con el dedo.

—¿Sophie Brown es su amiga?

—Desde la secundaria. Soy la madrina de su hijo mayor.

—¿Le gustan los niños?

—Claro. Hay niños traviesos que dan ganas de colgarlos, pero no es culpa de ellos, sino de los padres que los crían mal.  

Miro rápidamente la hoja de vida, cierro la carpeta y cruzo la pierna centrándome en ella.

—¿Qué hace en París?

—Buscando trabajo y haciendo una entrevista con usted.

—¿Es broma?

Ella se pone seria.

—No, no lo es. En serio necesito un trabajo—se sienta en el sofá y se quita los zapatos—. Perdón por quitarme los zapatos en plena entrevista, es que mis pies no dan más. En mi antiguo trabajo no tenía que usar tacones y hoy caminé bastante, si contamos que me perdí un par de veces, hay que multiplicarlo por el tripe.

—No da buena impresión que se quite los zapatos en una entrevista.

—Oh, por favor, lo que tiene que evaluar es mi cerebro y capacidad laboral, no los pies, aunque se ven bastante bien—no puedo evitar bajar la vista al movimiento de sus pies—. Me hice las uñas francesas en honor a Francia—ella ríe y deja de hacerlo al notar que yo no me río—. Ya entendí, el sentido del humor no es lo suyo. Me pondré los zapatos…

—Déjelo, da igual. Mejor dígame por qué dejó de trabajar en la compañía de publicidad en Londres en la que estuvo trabajando desde que se graduó y que la impulsó mudarse a París.

Ella suspira.

—Con respecto a la primera pregunta, renuncié por mudarme a París. La segunda respuesta me da vergüenza decir el motivo… ¿Tengo que hacerlo?

—Sí, necesito saber que no es una loca que huye de algo.

—Loca, tal vez un poco, de nacimiento, pero le aseguro que soy una loca decente y bien portada—me contengo para no reír. Es ingeniosa en sus respuestas, debo darle crédito—. Y si huyo de algo en Londres es de mi madre que no deja de decirme que me case y le dé nietos. Si se entera que dejé todo en Londres siguiendo a un hombre que creía que me amaba y resultó que no era así, que estaba casado y solo fui su pasamiento, me dirá que me lo dijo. Es verdad, ella me dijo que era una locura mudarme a otro país por un hombre que ni habló de matrimonio o algo parecido. Ni modo, me quise arriesgar y así me estrellé.

—¿Y prefiere quedarse en París, una ciudad con costumbres diferentes a la de Londres e idioma que no maneja bien, a que volver a Londres, admitir su error y rehacer su vida?

Ella exhala aire.

—Es obvio que no conoce a mi madre. Es intensa como… No sé qué, no se me ocurre nada. Es intensa. Y con respecto al idioma, llevo un año estudiándolo y comencé un curso que me recomendó Ragnar, el esposo de mi amiga Sophie, y es curso nocturno, así que no interferirá con el trabajo. Leer en francés puedo hacerlo, al igual que escribir, se me complica un poco hablarlo, pero puedo mejorar. Le juro que aprendo rápido y hago un gran té y también café.




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