Una luz de colores

Capítulo 4: Tucker

—¿Es un mal momento para llamarla?

—¡No! Lo siento. Estaba peleando con mi madre, como sabrá, y no esperaba su llamado a estas horas. Los vendedores y los pervertidos no tienen horarios—ríe—. ¿Sabe qué? Haga de cuenta que no dije nada y empecemos de nuevo. Usted acaba de llamar, yo respondo y digo: ¡Hola! ¿Quién habla? Y usted dice…

Niego con la cabeza dibujando una sonrisa.

Escucharla hablar hace que replantee mi decisión de contratarla. No quería aceptar y no lo hubiera hecho si no fuera por las excelentes referencias de su antigua empresa que lamentó perderla. Dijeron que es una mujer muy carismática, responsable y era una de las mejores en su trabajo gracias a sus habilidades sociales.

También tuvo que ver que a mi hija le agradó y a ella le agradan pocas personas, casi ninguna, lo que es poco probable que haga travesuras para echarla.

Exhalo aire y decido seguirle el juego.

—Soy Tucker Allan. Llamaba por el tema del trabajo. Lamento molestarla a esta hora…

—Si me llamó para decirme que me da el trabajo, lo disculpo, de lo contrario le diré que no son horas para llamar y menos para decirme que no soy apta de ser su asistente, luego lo mandaría a un lugar no muy agradable porque no me dan ganas de ser dama educada. Usted dígame.

Cambio el celular de lugar y masajeo mis sienes. «Paciencia, Tuck».

—La llamo para contratarla y preguntarle si puede comenzar mañana. Por eso me atreví a llamarla tan tarde. Estoy por inaugurar un segundo restaurante aquí en París, ando muy liado y necesito una asistente—se escucha un ruido fuerte—. ¡Hola! ¿Sigue ahí, señorita Cole?

—Sí, aquí sigo—ríe—. Disculpe, es que me emocioné y me caí, pero estoy bien, solo se hirió mi orgullo.

Debo darle crédito por su sinceridad.

—Lo siento por su orgullo. Bueno, la espero a las ocho en punto en mi casa y le daré todo lo que necesita. Empezará de a poco hasta que domine mejor el francés.

—Disculpe, no quiero sonar desagradecida ni nada parecido…

—Pregunte rápido.

—¿Por qué me contrata?

—Tiene buenas referencias, parece honesta y le agradó a mi hija. Créame que haya logrado agradarle a Matilda es mejor incentivo que las referencias.

—Entonces, dele las gracias a su hija también. A las ocho en punto estoy ahí… Oh, una pregunta más. ¿Tengo que vestir traje y usar tacones?

—No necesita usar traje, alcanza con que se vista decentemente y los tacones son necesarios a menos que me acompañe a alguna cena importante o evento que por el momento no será hasta que dominé el francés, y si es que pasa el período de prueba.

—Lo pasaré. Seré la mejor asistente de la historia y no se arrepentirá.

—Perfecto. Hasta mañana.

Termino la llamada, dejo el celular sobre el escritorio y paso la mano por mi cabello.

Espero no arrepentirme de haber contratado a una mujer sin experiencia en el ámbito de asistentes y que no maneja muy bien el francés.

Ya he contratado a otras mujeres cualificadas y no me ha ido bien. Tal vez alguien diferente sea justo lo que necesito.

Si ella manejó un pequeño grupo de trabajo en su antiguo empleo, creo que podrá lidiar con mi complicada agenda y compromisos.

—Papi…

Alzo la mirada y me encuentro a mi hija en pijama de pie en el umbral de la puerta.

—¿Qué haces, Matilda? Deberías estar en la cama.

—¿Po qué?

—Porque es tarde.

—Me dijiste que no podías cenar conmigo poque tenías que terminar unas cosas del tabajo y me leerías un cuento antes de dormir. Te estaba espetando.

Cierro los ojos.

—Lo olvidé y ni siquiera pude cenar—me pongo de pie y me acerco a ella—. Estoy cansado para leer. ¿Lo dejamos para otro momento? —la tomo en brazos.

—¿Po qué?

—Estoy cansado. He estado ocupado con el tema de las asistentes, el nuevo restaurante y los otros, es un caos.

—¿Po qué otro estaurante? ¿No tienes muchos?

Río.

—Se dice restaurante. Tienes que practicar las letras erre. El de acá es muy solicitado y como no puedo ampliar, debo abrir otro.

—¿Vas a abir uno en Abaska?

—¿Abaska? ¿De dónde sacaste eso?

—Te escuché hablando con la mandona tajeada. Le decías que un amigo quería que abieras un restaurante en Abaska.

Ahogo una carcajada del apodo que le puso a su niñera. Es una mujer bastante seria, pero eficiente, y ha estado con Matilda desde que nació.

Pienso en alguna conversación que tuve con la niñera. No suelo hablar de temas laborales con ella, solo cosas que se relacionan a mi hija.

De repente comprendo y suelto una carcajada.

—No es Abaska, en Nebraska—llegamos a su habitación y la meto en la cama—. No creo que sea una posibilidad… Basta de hablar de negocios, hora de dormir.




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