A las ocho en punto toco el timbre de la casa del señor Allan. Una señora con cara de momia vestida de negro abre la puerta y me pregunta que necesito luego de repasarme con la mirada.
No puede criticar mi vestido blanco con mariposas azules y mis zapatos de tacón bajo de color rojos. No me gusta combinar colores y en verano amo usar colores, muy diferente en invierno que soy fan del negro. Esta señora parece que es fan del negro todo el año, o tal vez es el uniforme.
—Buenos días—digo con una sonrisa—. Soy Jennifer Cole. La nueva asistente del señor Allan.
Ella abre la puerta y me indica que entre y espere en la sala mientras busca al señor Allan.
Vaya, no sabe sonreír.
En la sala me dedico a observar el cuadro de Sophie. Es un paisaje de Italia, no sé de qué parte, y lo pintó en un viaje que hizo con Ragnar antes de que su suegro se mudara definitivamente a París para compartir tiempo con su hijo y sus nietos, pues no tiene relación con el hijo y los nietos de Italia, ellos están del lado de la altanera de la ex esposa, y no es que la conozca, fue el comentario de Sophie hacia su suegra.
Sophie tiene un talento único para la pintura, no solo por retratar lo que sea, sino porque sabe expresar.
Observar este cuadro es imaginarme en ese lugar, relajada, mirando el paisaje con una copa de un buen vino en la mano.
—¿Qué miras?
Volteo al escuchar la voz infantil. Es la hija de Tucker. No recuerdo el nombre. Algo con emme.
—Hola... Lo siento, no recuerdo tu nombre.
—Matilda—me repasa con la mirada—. Me gusta tu vestido. Las mapiosas me encantan.
Enarco una ceja.
—¿Las mapiosas? —me señala las mariposas de mi vestido y ahora comprendo—. Oh, claro, las mapiosas. Si, a mí también.
Esta niña me agrada.
—Me cuestan algunas palabras.
—Suele pasar, no te preocupes. Gracias por el comentario de mi vestido. Tú—la repaso con la mirada—, te ves bien, aunque una niña pequeña no debería vestir de negro. Si te gustan las mapiosas, deberías usar algo de mapiosas.
Se encoge de hombros.
—Es lo que me dice la mandona tajeada que use. No tengo de mapiosas.
Enarco una ceja.
—¿Madona tajeada?
—Mi niñera.
Las voces de adultos se escuchan a los lejos, una es masculina, así que asumo que se trata del señor Allan y de la mujer que abrió la puerta. Supongo que es el ama de llaves.
—Tu ama de llaves también viste de negro y esa cara espanta a cualquiera.
Arruga el ceño.
—No se viste de nego. Le gustan los colores como a ti.
—¿Quién es esa? —cuestiono en voz baja, señalando en dirección al señor Allan y la mujer.
—La mandona tajeada.
Ahogo una carcajada y me incorporo al momento que llega el señor Allan y la mandona tajeada hasta nosotras.
El señor Allan me saluda con una sonrisa mientras que la mandona le dice a Matilda que es hora de comenzar con sus deberes.
—¿Po qué? Es verano.
—Debes estar bien preparada para cuando comiencen las clases. Si haces bien las cosas, podrás jugar en el jardín con Freya. Debemos mejorar tus palabras, en especial las que llevan erres.
La niña no parece muy contenta, mira a su padre con mirada triste, me saluda con la mano y le devuelvo el saludo mientras se va con su niñera.
Me da pena la niña. Siento como si se fuera con una bruja mala que chupa almas de niños inocentes.
—¿Mi hija le dijo algo? A veces pierde sus modales.
—Me dijo que le gusta mi vestido y que la mandona tajeada la viste de negro. Parece que no es feliz con ese color.
Él sonríe. Una linda sonrisa.
«Jen, no empieces a caer en la tentación del jefe guapo, estás para trabajar y has renunciado a los hombres indefinidamente».
—Le he dicho que no le diga así. En cuanto a su ropa, apenas tiene cuatro años.
—Los niños son cambiantes, pero no estaría mal ponerle algo de color. Le gustan las mapiosas… Digo, las mariposas.
—Señorita Cole, le voy a pagar para ocuparse de mis asuntos laborales, no de mi hija. Por favor, sígame.
Lo dice con tanta frialdad que decido callarme. Es mi primer día de trabajo y no quiero echarlo a perder por opinar sobre su hija.
La niña me dio un poco de lástima, es obvio que la niñera parece tener control sobre ella y su padre no tiene en cuenta su opinión.
En fin, no tengo que opinar sobre ella. El señor Allan es su padre y yo no puedo perder el trabajo antes de comenzar por no aprender a cerrar la boca y meterme en asuntos que no me corresponden.
Lo sigo hasta una enorme oficina iluminada. Hay un escritorio de roble muy antiguo, una gran silla de oficina y muchos papeles y una laptop sobre el escritorio.