Termino de hablar con el gerente de mi restaurante de esta ciudad y suelto un suspiro. Al parecer para que todo salga bien, debo hacerlo yo mismo.
Miro hacia el jardín, mi hija está jugando con su perra y ambas corren de un lado al otro. Detrás de ellas va la señora Petrosky. No escucho lo que dice, pero de seguro le está pidiendo a Matilda que no corra o lo haga con cuidado.
Yo sé que a Matilda no le agrada su niñera, sin embargo, comprende que es una buena niñera. Una mujer seria y autoritaria que se preocupa por mi hija y arriesgaría su vida para protegerla.
Entrevisté a muchas y solo ella me dio las respuestas que me dejaron tranquilo. Es una mujer inglesa, soltera, sin interés en tener una familia propia. No tengo idea los motivos, tanto no indagué. Está bien no desear casarse ni tener hijos, lo importante es no arrepentirse.
Miro la hora, ya casi es la hora de la comida y le prometí a Matilda almorzar con ella. No siempre cumplo las promesas que le hago, pero la del almuerzo sí cuando trabajo desde casa.
Agarro el teléfono y le marco a Jennifer. Me parece más cómodo llamarla por su nombre que decirle “señorita” y a ella no le gusta.
—Dígame, señor Allan.
—Puedes llamarme Tucker cuando estemos nosotros nada más.
—De acuerdo. Dime, Tucker.
—Iré a almorzar con mi hija. Puede hacerlo usted también.
—¿Aquí en la prisión de cuatro paredes o puedo salir?
Dibujo una sonrisa. Sus respuestas ingeniosas son divertidas. Es muy original.
—Si quiere puede quedarse ahí y pedir algo de la calle, o a mi cocinera, o ir a comer al jardín o a la cocina. Donde quiera.
—Muy bien. Gracias.
Cuelga, por lo tanto, también yo. Me pongo de pie al mismo tiempo que ella sale de la oficina.
—Por lo menos tiene una ventana. —exclamo.
Ella suspira con exageración.
—Por lo menos. Lo siento, estoy acostumbrada a tratar con gente, a ver personas y hablar con ellas. Soy de las que prefiere una conversación cara a cara y no por teléfono.
—Yo también prefiero la conversación cara a cara.
—¿Me puede mostrar el jardín? Traje mi almuerzo, pues no sabía como sería trabajar en una casa. Saldría a comer por ahí si tuviera vehículo o sentido de dirección. Ya me perdí demasiadas veces y no puedo utilizar mi horario de almuerzo buscando como regresar al trabajo. Sumamos que soy despistada, seré una despistada despedida. ¿Qué opina? —abro la boca para decir algo y ella me corta—. Ya entendí, es de esos…
—¿Soy de esos qué?
—Callados que hablan solo cuando es necesario. Apuesto mis ovarios que fue criado en el seno de una familia privilegiada y estricta. No encontré nada sobre su familia en Google, aunque no es una fuente muy confiable…
Tomo su brazo con suavidad indicándole la cocina, pues ella sigue hablando y no me da mucho espacio para yo poder hablar. Ella ni se percata que cambiamos de dirección, solo camina y habla.
—¿Siempre habla tanto? —indago, atreviéndome a interrumpirla.
—Sí, solo mi madre me gana en hablar.
Llegamos a la cocina, la cocinera Anna nos recibe con una sonrisa y se acerca. Saluda a Jennifer y esta le devuelve el saludo en francés. Anna no habla inglés. Jennifer le entendió y le supo responder.
Le pido que nos sirva el almuerzo en el jardín y le indico a Jennifer donde puede almorzar.
—Espero no se ofenda, pero suelo almorzar con mi hija. Solo ella y yo cuando estoy en casa y…
—No pasa nada. Me parece dulce de su parte que le dedique tiempo a su hija y trabaje desde casa para pasar tiempo con ella. No todos los niños tienen ese privilegio con padres que trabajan tanto.
No le dedico el tiempo que debería y muchas veces no sé como hablar con ella. La mayoría de nuestros almuerzos son silenciosos. No es algo que mi nueva asistente deba saber.
—Lo intento.
—Papi.
Matilda aparece frente a nosotros seguida de su perra. Tiene la cara roja y el cabello despeinado. La señora Petrosky se disculpa por cómo se ha presentado su hija.
—La llevaré a asearse para el almuerzo. —exclama la niñera.
A Matilda le gusta más hablar en inglés que en francés, por lo que el francés lo utiliza cuando debe hacerlo, sino habla inglés y todos los empleados de la casa, excepto Anna, hablan inglés.
—¿Se disculpa por qué la niña está transpirada y despeinada? Es normal cuando juegan. Está bien que se lave las manos, pero… —Jennifer se calla en cuanto se encuentra con mi mirada—. No es asunto mío, lo entiendo. Iré a comer cerca de la piscina y le daré un poco de vitamina D a mi cuerpo. Disculpen.
Ella se aleja caminando, acaricia a Freya en el camino y se sienta en la pequeña mesa a la orilla de la piscina con su bolso rojo con caras felices de color amarilla.
—¿Po qué la señorita Cole no come con nosotos?