Trabajar en la oficina de Tucker es mucho más liberador que hacerlo en su casa. No me siento tan encerrada en mi cubículo fuera de su oficina, al menos veo personas pasar y tengo una lista vista desde el primer piso.
Me parece genial que tenga la oficina justo arriba del primer restaurante que abrió en París.
No hay mucha gente trabajando en este lugar, nada más las dos chicas de administración que me cayeron bien. Samantha y Jaqueline. Samantha es norteamericana y está casada con un francés. Jaqueline es francesa y está soltera. Ambas son jóvenes, Jaqueline tiene mi edad y Sam es tres años mayor que yo. Lo bueno es que ambas hablan inglés, pero les he pedido que tratemos de hablar francés para mejorar mi pronunciación y entender mejor.
En la planta baja se encuentra el restaurante, abrió a las once de la mañana y cierra a media noche los martes, miércoles y jueves, el fin de semana está abierto hasta las dos y los días lunes está cerrado. Aún no he conocido a los empleados y espero probar la comida sin tener que vender ningún órgano.
El teléfono suena, espero que no sea algún otro francés. Si no hubiera Jaqueline para ayudarme a entender, habría metido la pata de seguro.
Respondo y es mandona tajeada, como le dice Matilda.
—Llamo para que le recuerde al señor Allan que debe llevar a su hija a comprar las cosas para el ballet. He intentado llamar a su teléfono personal y no he tenido suerte. ¿Puede informárselo?
—Hola a usted también. Claro. Está en una reunión por videoconferencia, apenas termine le paso el recado. Usted déjelo en mis manos... —la llamada termina antes de acabar de hablar. ¿Esa le enseña modales a Matilda? —. Gracias. Que usted tenga un lindo día, mandona tajeada.
Cuelgo el teléfono.
—¿Estaba hablando con la señora Petrosky?
Me pongo de pie de un salto y llevo la mano al corazón.
—Señor Allan, no aparezca como fantasma en la noche, me dio un susto.
—Lo siento. No quería interrumpir… ¿Le ha dicho mandona tajeada?
—No en su cara. Me cortó antes de eso. Debería enseñarle a decir: «Hola» y «Adiós, que tenga un buen día». Los modales nunca están demás y que yo sepa es algo universal. A menos que sea algo propio de los franceses y yo no estaba enterada.
—Ella es bastante seca—expresa—. ¿Para qué llamó?
—Para recordarle que tiene que ir por su hija y comprar cosas de ballet. ¿Matilda hace ballet?
Él maldice en voz alta. Vaya, no es tan controlado y correcto como pensé. Me gusta. Yo puedo ser un camionero con las malas palabras.
—Me olvidé por completo de eso y debo ir a resolver una cuestión con los permisos—mira la hora en su reloj—. Llame a la niñera, dígale que lleve a ella a Matilda a comprar las cosas o me envíe la lista…
—¿Le prometió a su hija llevarla de compras y la va a cancelar por una reunión?
—No pueden seguir con la obra si no soluciono lo de los permisos.
—Un abogado puede hacerlo, y asumo que tiene uno—asiente—. Deje que él lo solucione y usted se va de compras con su hija.
—No, yo…
—Yo llevo su agenda y según lo que he estado revisando, después de este problema, tiene dos horas libres y supongo que es así por su hija. Vaya y luego vuelve, si el abogado llama por algún inconveniente, verá como lo resuelve… Y no vaya a comenzar a decirme que me paga para ser su asistente y no opinar sobre su hija, porque lo que le digo es parte de mi trabajo.
Él apoya las manos en el escritorio y me observa. Sus ojos azules son fríos, llamativos y su rostro cuadrado libre de barba es muy atractivo.
«No te babees, Jen».
—Usted viene con nosotras.
—¿Qué yo qué?
—No tengo idea de cosas de bailarinas y aunque espero que una empleada me asesore, vendrá bien si cuento con su apoyo. Le agrada a Matilda.
Niego con la cabeza.
—No sé nada de ballet, me parece muy aburrido y la idea es que usted pase tiempo con su hija. Si voy yo, usted estará en el celular como todo adicto al trabajo y yo estaré opinando sobre tutús como si supiera algo.
—No es una petición, señorita Cole, es una orden.
Borro la sonrisa.
Es un chantajeador nato y comienzo a pensar que le da miedo pasar tiempo a solas con su hija. No creo que no quiera estar con ella, solo no sabe como.
Parece que tendré que darle un empujón, uno bastante fuerte.
—Bien. Su celular lo tendré yo, si es algo importante se lo haré saber, si es algo que se puede reprogramar, lo haré y no quiero oír quejas de su parte.
—Andando.
Saludo a las chicas y sigo a Tucker a la salida. Esto de tutearlo en privado y tratarlo formal en público me marea un poco. Supongo que ahora puedo tutearlo de nuevo.
En cuanto subimos al vehículo, Tucker le avisa a la “mandona tajeada” que está en camino y esta le asegura que Matilda está lista esperándolo.