Una luz de colores

Capítulo 10: Tucker

Ir de compras es aburrido, no entiendo como a las mujeres les gusta pasear de tienda en tienda viendo ropa, zapatos, peleando con otras personas por un par de zapatos y gastar dinero en cosas que no necesitan.

Mi hija ya se ha probado como diez tutús y ninguno le gusta sin importar que yo le diga que le quedan hermosos. Jennifer la apoya, aunque me confiesa que todos le parecen iguales, solo cambia que algunos tienen tul, otros solo la tela o el color.

—Dile que uno le queda bien, a ti te hará caso, parece que escucha más tu opinión que la mía.

—Claro, soy mujer y no le digo que todo lo queda bien bostezándole en la cara.

—Dije que esto no era para mí.

Nos callamos en cuanto Matilda sale del probador. La repaso con la mirada diciendo que ese es perfecto para sus ensayos.

—Estoy de acuerdo—apoya Jennifer—. Te ves preciosa. Simple y la tela parece buena.

Mi hija pasa las manos por el traje y da una vuelta sobre sí misma sonriendo.

—Este me gusta. Me llevaré dos.

—Bien—exclamo—cámbiate, busquemos las otras cosas y…

—Iremos por un helado. —dice Jennifer.

—¿Cómo?

—Dijiste que debes ir al restaurante a reunirte con el abogado, pasaremos por un helado de camino.

Matilda me mira con atención esperando mi confirmación. Rayos. Me siento como un patán que se quiere deshacer de su hija y no me gusta sentirme así, tampoco quiero que mi hija piense que me la quiero sacar de encima.

—Claro. Un helado.

Matilda sonríe y se da la vuelta para cambiarse. Ya me siento mejor.

»No vayas a pensar que soy un mal padre…

—Claro que no pienso eso. Eres un padre que no sabe como serlo. Poco a poco aprenderás y mejor disfrútala ahora. Cuando Matilda entre en la adolescencia te odiara como todos los adolescentes odian a sus padres, luego se irá a la Universidad, conocerá a un par de idiotas que le romperán el corazón hasta encontrar el indicado y dejará de ser tu niña para convertirse en la esposa de algún bastardo con suerte. Si te llevas bien con tu esposo, puede que te visiten todos los domingos y te dejen conocer a tus nietos.

Abro la boca y la vuelvo a cerrar. No había pensado en nada de eso.

—No estoy listo para pensar en todo eso. Es un futuro muy lejano.

—Tal vez seas como mis padres que no tienen problemas en dejarme volar y le prenden velas a los santos rogando que aparezca un esposo para mí y les dé nietos.

Como no tuve padres mientras crecía, no puedo opinar al respecto. Mi único padre es Roger Harmony, aunque lo conocí cuando tenía diecinueve años y no lo llamo papá, aunque lo considero como tal.

—Mejor busquemos lo que falta.

La empleada de la tienda se acerca, le digo en francés que nos llevamos dos de los vestidos que se probó al último, no sé si se llaman tutús o vestidos o tienen otro nombre, pero ella entiende.

Miro la lista, pido dos pares de zapatillas de ballet.

—Muy bien. ¿Se llevan las trusas también? —pregunta en inglés sabiendo que Jennifer no domina bien el francés y cree que es mi esposa o algo así. No digo lo contrario, no tengo que dar explicaciones de nada.

—Trufas, qué rico, hace mucho que no como de esas—exclama Jennifer—. ¿Aquí las venden?

—No dijo trufas, dijo trusas y no tengo idea que es eso.

La empleada ríe con discreción.

—Estas son tusas. —dice Matilda apareciendo con una especie de malla con mangas.

—¿Esas no son mallas? —cuestiono, confundido.

—Es lo mismo. —responde la empleada.

—Les gusta complicarse la vida con nombres raros—exclama Jennifer—. Es suficiente con decirles mallas a dos inexpertos del ballet como nosotros.

—Concuerdo con ella.

Matilda ríe y le entrega las mallas a la empleada.

—Ninguno sabe nada de ballet. —aclara mi pequeña, a lo que la empleada ríe mientras se lleva las cosas al mostrador.   

—Oye, yo sé sobre ballet—exclama Jennifer, haciéndose la ofendida—. Conozco la posición cuatro, la cinco y… Sí, hasta ahí llegan mis conocimientos. Las otras posiciones que conozco no son de ballet y tú eres muy pequeña para saberlas—la reprendo con la mirada—. ¿Qué? No dije nada malo.

Mi hija ríe.

—No impota. Eres gaciosa.  

En eso debo estar de acuerdo. Jennifer tiene la capacidad de hacer reír a las personas aunque no quieran.

Les digo que vayamos a pagar para ir por el helado e regresar al trabajo. No voy a quedarme tranquilo hasta que el restaurante esté abierto y en marcha. Luego de eso, haré una visita por cada uno de mis restaurantes distribuidos en el mundo y me tomaré un descanso, unas vacaciones con mi hija es justo lo que necesito.

Pago las compras, agarro las bolsas y sigo a Jennifer y a Matilda que caminan delante de mí hablando de cosas de chicas.




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