Una luz de colores

Capítulo 11: Jennifer

En mis planes nunca estuvo besar al jefe y descubrir que sus labios son suaves y besa muy bien. No debería gustarme, tampoco disfrutarlo, mas es lo que sucede mientras abro un ojo asegurándome de que mi fantasma haya desaparecido, en cuanto noto que ya no está, me aparto de Tucker y lo miro con cara de disculpas.

Él me observa con desconcierto, manteniendo el silencio por largo rato.

—Lo siento mucho—exclamo—. Me vi en aprietos y fue lo único que se me ocurrió en el momento. Sé que no debería esconderme y mucho menos ser yo quien lo evite, ya que fui la engañada, pero verlo fue inesperado y… No te interesan mis explicaciones. Lo único que me queda por decir es que lamento haber sido poco profesional y entenderé si quieres mi carta de renuncia…

—¿Por qué hiciste eso? No entendí de quien se estabas escondiendo.

—De mi ex casado infiel—señalo la casa detrás de mí—. Entró en esa casa en compañía de su cornuda esposa, a quien no le importan los cuernos o no le conviene importarle.

Él mira más allá de mí y suspira.

—Besar a otra persona, sea tu jefe o no, no es la forma de huir de ellos. Además, como dijiste, no eres la que debe esconderse, sino el mal nacido que te engañó.

—Lo sé. Es solo… Aun me siento avergonzada por haber dejado todo en Londres siguiendo a un hombre que no valía la pena. Si hubiera aceptado la ayuda de mis amigos, lo habría descubierto antes de tirar todo a la barca y quedar a la deriva.

—Bueno, como yo lo analizo, creo que no lamentas haberte mudado a París o lo habrías pensado mejor o ya habrías vuelto, independientemente de su madre. Mi opinión es que deseabas salir de Londres y usaste al ex casado infiel como excusa para tomar valor y viajar. También ayudó que sabías que podía contar con tu amiga la pintora.

Relamo mis labios y arrugo la nariz.

Si lo pienso bien, podría tener razón. Amo Londres, me gustaba mi trabajo, pero sentía que algo me faltaba o no encajaba, creía que lo encontraría en otro lado. Estoy en París y sigo sintiendo que me falta algo.

—Si te doy la razón, ¿conservo mi empleo?

Él niega con la cabeza riendo.

—Si prometes que no volverá a suceder. Es que… No importa.

Llevo una mano a mi corazón y levanto la otra.

—Prometo no volver a besarte de sorpresa. ¿Así está bien?

Él me estudia con la mirada por largo rato, no dice nada y comienzo a ponerme nerviosa.

—Está bien. —dice finalmente.

Exhalo el aire que guardaba en mis pulmones sin ser consciente y sonrío.

—Bien. De todas maneras fue solo un beso, no es para exagerar. He besado a muchos hombres y tú a muchas mujeres… ¿Sabes qué? Hagamos de cuenta que no pasó nada. Vayamos a la reunión.

Él afirma con la cabeza sin agregar nada y lo sigo al interior del futuro restaurante.

Por un momento, durante un breve momento, se me pasó por la cabeza que él disfrutó el beso y lo dejó sorprendido la reacción. Luego recordé que, probablemente, solo estaba anonadado porque la que loca de su asistente lo besó en medio de la calle.

Es mejor no pensar en ese beso. No importa que haya sido bueno y que lo disfrutara. Es una reacción normal ante un hombre guapo y llevar dos meses de celibato, y para mí es mucho tiempo, es casi un récord.

No digo más nada y me dedico a observar el lugar de dos plantas. No parece un restaurante. Hay una barra, pero lo demás está reducido a madera y cosas sin forma. Con razón anda estresado por el lugar, yo también lo estaría si estuviera dado vueltas.

Tucker me presenta como su nueva asistente y avisa que puedo llegar a venir en su lugar en algún momento.

Los trabajadores me saludan con cordialidad en francés y les devuelvo el saludo.

Tucker me dice que ninguno habla inglés y sonrío como idiota tomando nota mental en caso de que me toque venir aquí, a hacer… no sé. ¿Supervisar? Lo que sea.

Me pide que lo siga a la parte trasera donde hay una mesa con un hermoso y delicado mantel color crema y cuatro sillas tapizadas de color azul.

Un hombre joven y guapo está sentado en una de esas sillas, enfocado en la carpeta sobre la mesa y las botellas de vino a su lado.

Tucker lo saluda y este alza la mirada con una sonrisa. Vaya, es guapo, aunque no más que Tucker.

Es un hombre alto, de cabello castaño oscuro y ojos oscuros que te invitan a los placeres más oscuros e indebidos. Aceptaría, solo que estoy de celibato.

—Un placer—exclama estrechando la mano—. Soy Clayton Lennox de industrias y viñedos Lennox.

—Que bueno que habla inglés, todavía no domino bien el francés.

Él dibuja una sonrisa.

—Soy australiano.

—Y mi tiempo es limitado—interrumpe Tucker—. ¿Tiene el vino para probar? 

—Por supuesto. Uno de sus empleados me dio algunas copas.

Sirve el vino en dos copas y no las entrega a Tucker y a mí. Al hacerlo, no paso por alto el anillo de casado en su dedo y enseguida lo borro de mis fantasías sexuales. No quiero saber de hombres casados ni en mi mente.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.