Miraba por la ventana, eran las seis de la mañana y estaba que me tiraba por cualquier lado. ¡No había podido dormir después de desvelarme a las tres de la madrugada! Me desvelé sin saber por qué y estaba desorientada. Todo parecía ir para abajo y sin parar.
— Reina, ¿Qué haces despierta a está hora?
— Llevo tres horas desvelada— le comunico a mamá.
—¿Y eso?
— No lo sé mamá— me encojo de hombros y hago una mueca con la boca mirándola.
Ella me abraza y con una mano coloca mi cabeza en su hombro derecho, intento no llorar al notar mis ojos, humedecerse. Juntas empezamos a ver como el amanecer se asoma.
— Me tengo que ir a trabajar leya, nos vemos después.
— Adiós mamá.
— Adiós Cate.
Me quedo sola en compañía de la luz anaranjada del amanecer a las seis y media. Me separo de la ventana y me acuesto en la cama para intentar si puedo dormir un poco más hasta las ocho, que es cuando me tengo que levantar para ir a la universidad. Cierro los ojos y parece que de vueltas sin apenas moverme, me pongo de lado y parece mejorar, y luego, voy relajándome hasta dormirme. Cuando despierto, me agobio al ver la hora y que voy tarde a clase, son las ocho y media y la uni me queda a veinte.
Me visto como puedo a carreras y desayuno por el camino, regañándome a mí misma, por llegar tarde en la tercera semana del segundo trimestre del último curso. Cuando llego a la puerta de mi clase, respiro agitadamente y suplicando que la profesora más sargento, me lo deje pasar.
Llamo a la puerta y escucho como la clase se pausa y ella dice un pase seco que me hace temblar.