Estoy en la cocina, sacando dos o tres variaciones de desayuno y vigilando cada paso que pueda hacer Cannes. Pero él ha sido más listo y me acaba de sorprender apareciendo a mi lado de la nada y sin previó aviso.
— Me asustaste huevón— le doy un manotazo en el hombro.
Él me besa y se coloca detrás de mí abrazándome por la cintura, me susurra qué si en una hora podemos estar de camino a un lugar, mejor que mejor, que tiene planes para nosotros. El desayuno pasa sin más, aunque hoy he podido desayunar más que otros días y no solo por la boca.
Estando él aquí no hay quien logré controlar lo que siento por él, todo sobresale sin fines. Estamos en mi habitación cada uno liado con vestirse, mi mente a cada rato viajando al momento reciente de la noche tan maravillosa que pasamos aquí, en mi habitación que colecciona momentos conmigo.
— Lista.
— Pues vamos.
Lo observo y instintivamente me muerdo los labios, escucho como se ríe y confirmo que me ha visto mordiéndomelos.
Sé acerca tanto a mí que sin quitarle la mirada, le beso y le cojo la mano para salir de la casa.
Ya en el coche y al mando de sus manos, ponemos camino a ese lugar que nos esperan tantos momentos.
— Es en otra ciudad.
Él no dice nada, pero yo sola me lo confirmo al ver la señal de fin de poblado en el que pone Perth.
— Sí, es en Melbourne.
Sonrío feliz y le acaricio el cuello, noto como sé le eriza el vello del cuello y le miro. Sus ojos se separan de la carretera por un mili segundo para mirarme y pellizcarme una mejilla sin hacerme daño.
No me entero de nada más porque en medio camino me quedo dormida. Al llegar a la ciudad, Cannes me avisa que me vaya despertando para lo que sé viene en nada. Un aire parecido a las primeras veces que me llevo a Kings Park me azota cuando me dice que me tape los ojos con un pañuelo y que él me hará de guía.
Como sé que es de fiarse, no dudo a la hora de ponérmelo y confiarle mi vida a sus manos y su buena orientación. Cuando puedo quitarme el pañuelo visualizo el cartel de Botanical Garden. Me giro para verle la cara de ilusión al verme tan contenta y como para no estarlo, con tantas sorpresas y alegrías que me da.
Un rato ya paseando por el área, me dice de sentarnos, estiramos una manta que nos hemos traído y me tumbo de plancha.
Él se pone de lado mirándome, me acaricia la cara y me perfila los labios con sus dedos. Nos miramos a los ojos y los míos quieren acción, quieren amor, y quieren más de él. Me subo a sus caderas y me muevo de atrás para delante y viceversa.
Cannes nota mi incomodidad por lo que me sale hacer, y el lugar en el que estamos.
— Tranquila, que esté lugar es para nosotros solos para todo el día hasta mañana al despertar.
Mis ojos no pueden abrirse más y lo beso con toda mi libertad. Él me pone sus manos en cada hueso de mi cadera y mis nervios titilan al erizarse ante su roce.
— Te amo Nnes.
— Te amo Ley.
Nos besamos y se tumba sin dejar el peso en mí, nuestras intimidades haciendo puzzle y erizándonos de pies a cabeza.
— Cannes pregunta seria, ¿Llevas condones?
Él se acerca a una oreja mía y me susurra sensualmente que sí y lo saca de mi bolso. Mientras se lo pone me da el tiempo suficiente para pensar que habrá hecho para conseguir que tengamos este parque para nosotros solos.
Cuando vuelve a estar cerca de mí una de mis manos se antoja y le acaricio sus partes haciéndole soltar un jadeo que hace que con cuidado se coloque encima y con una mirada y un asentimiento de mi parte, me dé la primera penetración.
Jadeo aquí, gemido allí, entra y sale, entra y sale, jadeo aquí, gemido allí, entra y sale, entra y sale. Mientras mi mente se ponía a cantarme esta melodía tan gloriosa, yo disfrutaba del acto de amor que Cannes y yo nos estamos dando.
— Ley, ¿Estás bien?— levanto un poco la cabeza para besarle y decirle que sí.
Cuando los dos ya hemos tenido el orgasmo, nos levantamos y lo llevo de la mano al lago que hay.
Miro las mil maneras de como meternos y finalmente acabo en el agua, él se ríe, pero a los minutos está a mi lado besándome.
Llega la hora de la comida y salimos del agua, al llegar a la manta él saca la cesta con la comida del medio día lista para comer. El estómago me ruge y siento que comeré bastante, me pasa lo que siente que me gusta y le da justo al clavo, me encanta y lo necesitaba ya.
Después de la comida nos tumbamos y con la cabeza en uno de sus hombros y sobándole el pecho, me quedo dormida.