La gine le mandó un medicamento para ese dolor que no afectará a los bichitos. Cuando me levanto la veo como se lo toma y me acerco a ella y le dejo un beso en un lado de su cuello, ella sonríe y me mira.
Luego me señala un cuenco de leche y al lado unos cuantos de eso que me gusta para mojarlos en ella. Lo cogí, la besé y nos fuimos al sofá.
Más claro no podía tenerlo, pronto le pediría la mano; ella aquí tan preciosa, vestida como si fuese a una gala, tan solo para ir por la caravana, esa ropa guiñándome el ojo, dándome envidia por partes, una sonrisa socarrona y un bollicao en la mesa. Ella solo se toma un zumo, me dice que no tiene hambre y que comió hará un par de horas antes de que yo me levantará.
Asiento no muy a gusto y desayuno. Luego recogemos y nos ponemos en camino a casa. A media vuelta nos tenemos que parar para que ella ande un poco y haga pis, aprovechamos para comer. Le pregunto en qué casa la llevo, si a la de sus padres o donde vaya a parar yo y tarda unos segundos en responderme, segundos en los que se relame los labios.
Y me dice. — Ya llamaré a mis padres, quiero estar con vosotros— mirándose y acariciándose la barriga y colocando la otra encima de una de mis manos.
Sonrío y coloco la otra encima de la suya y así nos quedamos unos minutos; mirándonos a los ojos, con nuestras manos entre ellas, en un bar- restaurante de una gasolinera.
El sonido de llamada de su móvil suena y ella lo mira, me dice quién es y lo contesta.
Habla con sus padres, sonriente y cuando cuelga me dice que antes de irnos a la casa que vaya, que tenemos que pasar por la de sus padres un rato y se queda embobada en lo que sea que le hayan dicho.
A diez minutos de volver a estar en carretera, ella se durmió; cuando llegamos al pueblo, y pillamos un semáforo, me dediqué a mirarla hasta que estuviera en verde. Al estacionar, la despierto con cuidado y sonríe. Aún me tiene intrigado que le habrán dicho que la tenga así.
Al entrar se abrazan y luego me saludan; al entrar en el comedor nos sorprendemos, sí, ella también. Tenían toda la sala decorada, y estaba tan bonito. Su madre se acercó con un pelele para bebé de recién nacido de un verde menta que tanto nos gustaba a ambos, mis ojos empiezan a nublarse y ella, que ya sabía de ese pedacito de tela, se emociona.
Cuando salimos de la casa de mis futuros suegros me siento en las nubes y muy feliz, sintiendo a ciencia cierta que nuestros hijos tendrán unos abuelos de oro, plata, bronce y toda joya posible maternos. Ella parece más cansada y mañana ya vuelve una rutina de, uni, estudio y descanso.
Yendo para casa de mis padres, pienso en algo que quiero conseguir, que quiero cumplir con ella, que le quiero sorprender, que nos asentemos juntos. Independizarnos a la vez, ella de casa de sus padres y yo entre mis padres y los tíos.
Tener nuestra casita.
Cuando llegamos, les presento a la nena y le damos la noticia de embarazo… porque aún no habían podido conocerla, porque cuando estábamos, ellos estaban en las suyas… Y porque coño, nuestra vida es nuestra y cada cosa tiene su momento.
Por suerte, que hubiera sido lo mismo si no, Catleya les cayó genial y risas no faltaban.
Les pregunté si podía quedarse a dormir y ellos entusiasmados aceptaron encantados; y mi madre ya tuvo que soltar de sus comentarios.
— Tengo que aprovechar ahora, que me la has escondido mucho tiempo y no he podido estar con mis nietos estas nueve semanas y ocho días.
Nos reímos y ella me mira sonriéndose; luego vamos a cenar y me lo paso de ensueño. Antes de acostarnos nos lavamos los dientes y se monta una discoteca casera, ella con esa energía que saca de donde sea, que con escuchar el comienzo de una canción ya se viene arriba, que baila lavándose los dientes y se coge la barriga.
Que se mueve al son de un vals como si bailará con ellos. Yo me quedo embobado, observándola y amando cada segundo que la tengo cerca.
Luego de aclararnos las bocas, nos dimos un beso que hizo desaparecer el lugar, solo ella y yo. Cuando nos separamos, ella me pellizco la punta de la nariz y echo a correr a mi habitación que anteriormente le había enseñado.
Corro detrás de ella y cuando la pillo, la giro y la dejo acorralada en la puerta de mi armario; le pongo los brazos por encima de su cabeza y le muerdo el labio inferior. Susurrándole después. Me vas a pagar eso nena… Con una voz socarrona y unas ganas medio escondidas. Ella me miro con una sonrisa pillina, se relamió los labios y consiguió soltarse de mis brazos para irse a la cama y acostarse y palmear a su lado.
Sin pensarlo me eché a su lado y en vez de hacerlo, perdimos un tiempo embobándonos con esa barriguita que parecía un huevito, hablándole y acariciando ambos su barriga.
No me di cuenta luego de esa oleada de besos que se había dormido mientras yo le tocaba la barriga donde nuestros niños estaban… Sonreí, le dejé un beso en la frente y se dio la vuelta, yo me levanté, cogí la lámpara y el ordenador y en un Google DOCX empecé a planear lo que se estaba por venir.
Abrí el documento, y en otra pestaña empecé a buscar casas y pisos por Perth.
Anillos que ella vio y me consultó y otros que miré yo. Miré gastos, la cuenta del banco y como empezar. El tiempo que tardaríamos y el mejor mes para casarnos.