Ayer fuimos a la gine y vimos a los peques, todo sigue estando bien; y ya están más grandecitos. Le pregunté en qué semana estábamos y me dijo que en la doce. Miro las ecos, que sostengo en mis manos y aún me cuesta creer que pronto seré mamá, con el amor de mi vida.
Con el niño que me hizo fluir todo desde que llegó, que su paso ha sido lo mejor que me ha pasado esté año y que seguirá siendo lo mejor cada año que pasé junto a él.
Él sigue dibujando afuera, en el patio, esa media terracita, que parece un lugar de ensueño para peques. Lo veo entrar con el lienzo en mano y se para enfrente de mí, y me lo gira.
Cuando lo veo, un llanto se me adelanta antes de que pueda frenarlo, y me tapo la boca con mis manos. Lo veo borroso por las lágrimas, pero es precioso. Soy yo de espaldas a él, acariciándome la barriga, y él dibujándonos. En la sala de su caravana.
Lo deja colgado en su habitación y me susurra a la que nos abraza. Estará aquí hasta que nos vayamos. Lo miro con el ceño fruncido, en modo pensativa y me deja un beso en la nariz.
Yo dejo caer un, a saber que estás planeando…
Luego su madre nos llama para merendar y salimos de la mano de su habitación de toda la vida.
— ¿Cómo están los bichitos?
— Bien.
— ¿Puedo?
—Claro, sentir a la yaya, también les hará bien.
Ella, disfruta el rato que me acaricia la barriga y yo no paro de sonreír, experimentando una felicidad plena, de esa que veía lejana a mí.
— A merendar muchachas.
—¡Ya vamos nene!
Nos reímos y nos acercamos a la terracita. Donde la mesa redonda, ya está llena, de frutas, siropes, creps, tortitas y bollería.
— Rysant, ¿Nos quieres engordar o qué?
Todos estallamos a reír y yo me miro la mesa con deseo.
Con la boca llena de agua, y escucho ronronear a mi barriguita y les digo.
— Ahora os da de comer, mamá— los acaricio antes de sentarme.
Me meriendo, mínimo, una pieza de cada cosa, y las tortitas, remojadas en sirope de chocolate. Cannes me mira, feliz y sonriente, donde esa sonrisa que me desarma, esconde unas ganas de romper los centímetros de separación…
Luego avisamos que salimos y al cerrar la puerta, me gira y recostándome en una esquina de la casa, nos besamos con ganas y agilidad. Luego, de la mano, vamos a su coche y al estar listos a la vez decimos.
— A la caravana.
Ella, se ha vuelto nuestro hogar seguro cuando queremos un ratito a solas, o simplemente estar los dos, sin nadie más. Solo la familia tan bonita que somos.
Me duermo todo el camino y me da una pena dejarlo solo, aunque tenga la música, pero anteayer vi que le gusta observarme cuando me duermo en el coche. Por una foto de pantalla que tiene. Al llegar, vuelve a llamarme miss Australia y me río aún adormilada, y me coge en brazos para bajar del coche.
Cuando me tumbo por fin en la hamaca que tiene al lado de la caravana, dejo ir un suspiro que suena a jadeo y mi muñeco me mira a punto de reírse.
— No; lo; hagas. — le advierto.
Pero por lo visto da el efecto contrario y estalla a reír; me levanto como puedo y me acerco a zancadas a él y le dejo ir un guantazo que no le hace nada.
Él me mira socarrón y inicia una batalla de besos de esos que acaban en round masivos.
—¿Vamos a la pisci?
— No he traído bañador, Nnes.
—¿Quién ha dicho que en ropa interior no se pueda?
—¡Amor!
—Venga Ley…
—Está bien, pero cuando empiece a airear volvemos que no quiero que nos resfriemos ni que les pase algo a los niños, ¿Vale?
Asiente y me da una mano para coger las toallas y empezar a andar. Al llegar, no había nadie, por decir nadie, no estaba ni el socorrista y nos miramos, mordiéndonos los labios y hicimos una carrera para ver quién se metía primero en el agua.
Yo cuando pensé en tirarme, paré unos segundos y me lo repensé por ellos y bajé por la rampa, andando rápidamente.
Al final, ganó él por dos minutos de antelación y porque él sí puede tirarse en carrerilla. Cuando llego a él, me rodea la cintura y nos envolvemos en un abrazo que me hace sentir en casa, aun estando a kilómetros de ellas.
— Te amo moreno de mi vida.
— Te amo, amor de mi vida.
Nos besamos y nos dimos la vuelta al notar pasos por detrás de nosotros.
—Hola chicos
—Hola, Rick.
Lo vimos seguir y nosotros nos volvimos a mirar. Sus ojos me envuelven tanto, pienso en ellos y les hablo en pensamientos. Ojalá os parezcáis a vuestro padre. Salgáis con sus ojitos y seáis tan felices.
Haré lo que pueda por dároslo todo. Aunque a veces no pueda.
Os amo mis niños.
El cielo empezó a taparse y le miré; en sus ojos vi la respuesta a mi mirada. Salimos del agua y nos acostamos en las toallas a secarnos, ya que aún no refrescaba, pero hacía airecillo en el agua.