— Buenos días — le digo a Catle cuando veo que se remueve.
— Buenos días, Nnesi — me dice con su esencia adormilada.
Poco a poco, los dos nos vamos moviendo y nos incorporamos. Cuando ya me pongo de pie, voy a la mini cocina de la caravana y preparo los desayunos. Luego se acerca ella y me abraza por la espalda, pegando su mejilla a mi piel y respirando profundamente.
Su voz aún se le escucha adormilada, pero, tiene más voz.
— Toma. — le paso lo que la gine le recetó.
Ella me mira sonriendo y luego, mirándose la barriga, acaricia a los niños.
— Gracias papá. — me dice con voz infantil, esa voz que cada vez que me la pone, me mata de amor.
Luego de desayunar, recogemos todo y nos vamos a la playa antes de volver a casa de mis padres. Donde estamos, hasta de aquí un tiempo. Aunque también pasamos y pasaremos tiempo en casa sus padres. Cuando llevamos diez minutos de camino, la niña se duerme y en un parón, la miro y sonrío.
— Gracias vida, por darme, esta familia tan bonita que tenemos, y la mejor que soñé, gracias por todo Dios.
Susurro al arrancar; cuando falta media hora para llegar, se despierta y me pregunta cuanto ha dormido, al decírselo, me pide que no la deje dormir más hasta que volvamos a la casa.
Al llegar a la playa, yo cargando con las bolsas, por supuesto, ella se descalza y da un par de vueltas al pisar la arena.
— Te marearás Ley…
— Dos más y ya.
Cuando da una vuelta más y un saltito, antes de empezar a dar la segunda vuelta, veo que se va hacia atrás y al milisegundo suelto las bolsas en el suelo y me pongo detrás, antes de que caiga, la cojo por la cintura y le pregunto como se encuentra.
— Estoy bien… Solo ha sido un bajón.
La beso, cuando se pone recta y seguimos hasta donde colocamos las cosas.
Ella se desviste quedándose solo en bikini, uno verde oscuro, con las tiras en cruzado y un cierre metálico. Yo me quedo mirándola y ella se sonríe. Luego de colocar el parasol al fin, me desvisto y ella se me come con los ojos, luego, nos ponemos crema y sin esperar más, nos acercamos al agua.
Ella al tocar el agua, da un respingo y se tira hacia atrás, pero va siguiendo hasta estar metida, no pasa de la orilla por su miedo a ciertos animales, pero llega hasta donde le permite hacer lo que siempre hace.
La observo, sin dejar de hacerlo ni un segundo, y al mirar por donde piso y levantar la mirada, dejo de poder visualizarla, y de repente, alguien me coge los tobillos por detrás y sumerge del agua riéndose. Se había puesto a bucear, luego, se me sube y se queda abrazada a mí cuál koala.
Voy dando pasos adentro y cuando viene una ola, nos dejamos llevar, luego de un rato, ella quiere salirse y la sigo, no vaya a ser que pase algo y me da un soponcio. Cuando ya la veo, tumbada en su toalla y hidratándose, vuelvo al agua, pero no le quito ojo. Ella es, mi cometa favorita y siempre lo va a ser, porque pronto será mi mujer.
Cuando llegan las dos, me hace salir, para comer, y llego a su lado, sonriéndome; me encanta su lado maternal, siempre me ha gustado, y que le salga con cualquiera sin importar edad, sobre todo si es alguien a quien quiere.
— Luego de comer, nos volvemos a casa.
Mientras yo termino, ella se queda dormida, esperándome, y cuando acabo me da cosa, despertarla y asustarla, por lo que, espero a que despierte para irnos.
— ¿Leley, vamos?
—¿Has acabado ya?
— Hace una hora que acabé.
— ¿Me dormí?— dice alarmada, incorporándose y mirándome.
— Pero no pasa nada, no te he despertado, porque me daba cosa, cuando estés despierta del todo, sin opción a mareo, nos vamos.
Media hora después, la ayudo a levantarse y recogemos las cosas, y nos vamos al coche, donde tenemos que esperar diez minutos para poder entrar de tanto sol que le ha dado. Entremos ya; le comento, pero cuando me contesta, veo que ya está adentro, me siento y me ato, para cerrar puerta y arrancar luego de un beso.
La niña cansada del día se me vuelve a dormir, y cuando paramos y la veo, la veo con sus manos en su barriga, donde habitan mis niños. Al llegar a Perth, pasamos por su casa y estamos un rato con sus padres, ellos encantados de que estemos.
Sus padres le preguntan que, que quiere hacer, ahora que pasa más tiempo conmigo y no está tanto en la casa. Ella me mira y mirándome a los ojos dice.
— Contigo hasta Milán.
Y sus padres sonrientes, asienten y su madre, acercándose al mueble de la entrada, trae una cajita azul, con un lazo verde y se lo da.
— Toma.
—¿Y esto mamá?
— Un detalle por tu pre- cumpleaños.
—¡Ostras! Es verdad, ¡Que el domingo es mi cumpleaños!
Ella mira la caja y su madre la toca, dándole un empujón para qué lo habrá ya, deseosa de verla reaccionar. Cuando lo abre, yo también miro cada movimiento y cuando vemos esa llave, ambos quedamos de piedra.