Una Luz en Ti

Y NOS LO DIJERON -48|LEYLEY

Amanezco nerviosa, hoy nos dirán que son mis bebés y llevo semanas deseándolo. Cannes se remueve y me abraza por la cintura, despertándome, pensando que aún duermo.

— Estoy despierta. — le digo girándome y dándole un beso.

Él sonríe y me pregunta si estoy preparada y yo callada, le cojo una mano y me la coloco en la barriga y mi mano la dejo encima la suya para que note el temblor.

Me mira y me besa. Le pido, que hora es y me responde mirando el móvil, que las once.

Doy un brinco arriesgado y se me queja, pero le digo a qué hora tenemos la cita y suelta, barbaridades dignas de oír.

— Tranquilo, llegaremos, justos, pero llegaremos.

Suspiramos, y nos vestimos a lo correcaminos, para en veinte minutos salir de la casa. En un semáforo miro el móvil y veo que vamos demasiado justos y rezo para que lleguemos a tiempo.

—¿Qué pasa?

—No sé si llegaremos, faltan cinco minutos para la cita.

Y estamos a diez del hospital, él me pone una mano en un muslo y arranca del semáforo a la que se pone en verde.

— Llegaremos.

No sé como se lo hace para llegar justo sin haber corrido más de lo que se podía. Pero cuando llegamos a maternidad, nos llaman.

— Hola Catleya, ¿Cómo vais?

—Bien.

Pero al mirarle de reojo, veo como él, rueda los ojos y abre la boca para decirle lo del bajón en la playa de ayer.

— Solo fue un bajón. — le digo flojo a él.

—¿Qué bajón?

La gine lo ha escuchado y no queda otra que comentárselo.

— Ayer fuimos a la playa y ella se emocionó y dio unas vueltas y antes de hacer la última, se fue hacia atrás.

—¿Caíste?— niego.

— Cannes, me cogió por la espalda.

—Por la cintura mejor dicho.

—Puede que fuera del sol, o por desayunar poco. ¿Te tomaste las medicinas? — asiento.

—Bien.

>> —Ponte en la camilla, ya ha llegado la hora de saber. Haremos lo de siempre y luego os lo digo, como quedamos.

Asentimos y Cannes, se acerca más a mí. El gel estaba fresco y me da un escalofrío, ellos me sonríen y Cannes me aprieta más la mano que me tiene sujeta. Nos deja ver a los niños hasta que llega el momento de saber que son mis niños.

—Están sanitos.

Ella asiente… Y se sonríe, recordando cuando en la visita anterior le dije lo que me gustaría que fueran, cuando me lo preguntó.

—¿Ya nos lo dices?

— Sí, unas miradas más y digo.

Asentimos y yo me muerdo el labio inferior, y mirando a Cannes, nos apretamos la mano más.

—El momento ha llegado.

Las manos me tiemblan, por el miedo a que no sean lo que siempre he tenido la corazonada.

—¿Cómo queréis que os lo diga?

>> — Numero y sexo, en una sola vez, colores.

Cannes y yo nos miramos y asentimos.

— Colores.

—¿Qué colores?

—Verde y azul.

—¿Qué sexo cada color?

—Verde, niño; azul, niña. — decimos a la vez y nos miramos riéndonos.

— Pues, hay uno verde y el otro azul, enhorabuena, la parejita en un tiro.

Miro a Cannes sonriente, feliz, porque era lo que deseaba, lo que me decía el instinto, y lo que siempre desde niña quise.

— Nea Y Aiden…

—Los niños…

Ella nos deja un momento a solas, y cuando nos abrazamos, una lágrimas emocionadas, salen de mis ojos.

—Cada vez más real, mi niña, mi leley preciosa, Nea y Aiden.

—Nea…

—Y Aiden…

—¿No eran Ivonne y Alan?

—Solitos nos han hecho decir los nombres que les gusta para ellos y la verdad, que a mí también me encanta— sonrío y juntamos nuestras frentes y suspiro.

Vuelve a entrar y cuando estoy de pie, me da la próxima cita a vernos. Al salir de la consulta, no me resisto más y cojo el móvil y llamo a mis padres para darles la noticia.

La fiestita para los demás, los padres, hoy mismo. Mis padres dan saltos de alegría, y mamá me dice que ya se lo esperaba. Luego, al colgar, llegamos al coche y ese rato aprovecho, para mirar todas las fotos que les hice.

—Catorce semanas y un día de amor puro.

—Ellos estaban en nosotros mucho antes de estas semanas, ellos nos eligieron a nosotros.

Nos besamos en un stop, y por lo visto al de atrás que justo acaba de llegar, le parece que tardamos y nos pita, Cannes frunce el ceño y luego, le enseña el dedo del medio antes de arrancar, al llegar a la casa de los abuelos paternos, bajamos con dos sonrisas gigantes en nuestras caras. Cuando nos ven, ellos también sonríen




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