Comienza el día pasado el desayuno, lo anterior es solo un despertar digno de los marcianos. Mis padres aun durmiendo, en posiciones extrañas. Catleya a pasitos de tortuga hacia la cocina con un batín de verano y con las manos en la barriga donde las coloca la mayoría del tiempo que las tiene desocupadas.
Luego del desayuno, nos llamó su madre para decirnos que la mudanza empezaría a las once y que vendrían aquí en su coche guiando a los de la mudanza, aunque ellos ya sepan donde es y tengan un Maps por cuidar de no pasarse y nos ayudarán también. Catleya, está duchándose corriendo, aunque le dije que pasaríamos calores y que no serviría de nada, pero lo ha hecho igual.
´´Para refrescarse´´ dijo.
Yo me visto cómodo mientras ella sale y cuando ella entra yo ya estoy listo.
—¿Qué queda?
—Diez minutos.
—Me sobran — me sonrío mientras ella se da prisa y niego con la cabeza, sabiendo que se quedará corta.
Salgo para beber algo y mis padres parecen estar preparados, también quieren ayudar. Bebemos y mis padres y yo damos un brindis, ellos saben más que yo por todo lo vivido y que esto era impensable para mí. Luego tocan el timbre y voy a abrir, saludo a mis suegros y les guío hasta donde estamos, que justo llega Ley.
—¿Cómo están esas veintiocho semanitas y los peques?
—Enormes, mamá — se abrazan y la abuela disfruta de sobar la barriga de su hija donde residen de momento sus primeros nietos.
Brindamos todos juntos y nos felicitan por ambas razones. Embarazo, más independización; las madres se emocionan y Ley acaba llorando también. Abrazándose a mí, se limpia las lágrimas y nos besamos justo cuando los de la mudanza llegan. Al abrir les guiamos hasta ese cuarto que mis padres apañaron para las cosas de los pequeños y vamos sacando las cajas, lo montado y lo por montar, luego las maletas las ponemos en los coches, dos para los niños y cinco para nosotros.
Aunque en las nuestras también llevamos alguna cosita para ellos. Catleya vive muy intensamente el rato de coche hasta la casa. Al llegar y estacionar, lo bajamos todo llevándolo hasta la puerta de la casa. Luego ahí, le digo a Ley que espere y voy a bajar cosas del camión de la mudanza.
Luego, cuando ya no queda nada en ningún vehículo, los de la inmobiliaria que también han bajado hasta aquí.
—Hola — nos saludamos y uno de ellos abre la puerta y nos pasan las llaves.
—Ahora ya son vuestras.
Nosotros sonreímos como nunca y Catleya está acelerada de la emoción que siente. Los niños deben patearle bastante también. Dejamos las casa por el salón, y nos despedimos de los de la mudanza, y les damos las gracias, ya que, su trabajo está finalizado, solo era traer lo que había en esa habitación, ya que aún muebles no habíamos ni comprado.
Las cunas las montaremos el primer fin de semana que ya vivamos aquí. A la hora de comer salimos de casa y vamos a comer afuera y los padres, preguntan si nos apetece a los demás ir al centro comercial más cercano a mirar cosillas y ya comer allí.
Asentimos, también por la falta que hace ahora mismo, y quedamos allí. Al llegar, vamos a la puerta en la que hemos puesto el punto de encuentro y noto a Leya andar más rápido del normal y me preocupa. Cuando estoy a su lado, le pregunto y me dice que normal, le costaba y que los movimientos de los peques, le dolían y por eso ha buscado esa manera de hacerlo más ligero.
Cuando ya estamos padres e hijos, decidimos mirar dos tiendecitas antes de ir a comer. Vamos a uno de muebles y miramos camas por parejas y luego nuestros padres ponen en común con nosotros, cuáles les han gustado a cada uno y nosotros les comentamos sobre una que es de un material resistente y el colchón muy cómodo hasta para Ley, las sábanas que tenía puestas eran preciosas de un coral de fondo y unos jazmines de estampado, las almohadas de un verde cactus y el cabecero precioso. Negro con un laberinto de hojas.
Miramos cada cama y nos tumbamos para comprobar y nos acabamos decidiendo por uno, menos por el nuestro. Ganando, la cama de mis padres, mayoría de la decisión de la niña. La compramos y pedimos que nos la traigan directamente a nuestra casa… Por fin podemos decir, nuestra casa.
Y quedamos mañana a las diez.
—¡A comer!
—Hay hambre… — la miro y sonrío, que ella diga que tiene hambre, es extraño, incluso embarazada, pero hoy, hasta hoy yo, lo noto.
El rato de comer, hablemos sobre los pequeños y la comodidad que tendremos con el mudarnos antes de que nazcan, según nuestros padres. Luego de la comida, seguimos mirando y aparte de más muebles, caen más ropas para los niños.
Con ironía suelto por lo bajo que necesitaremos un castillo solo para sus ropas y ley, me mira mal.
—No he dicho nada.
Ella sonríe y sigue feliz con las bolsas, hacia el coche, ya que ya nos salimos. Al llegar a casa de mis padres, me ducho y cenamos, saltándonos el merendar. Catleya se vuelve a remojar y cuando se acuesta, suelta un suspiro.
—¿Estás muy reventada?
—Sí, pero feliz.