Hoy cuando despierto, me siento como nuevo, he dormido demasiado bien, cuando la miro a ella y luego a donde nos encontramos, doy una respiración lenta y estiro mis labios en una fina sonrisa de felicidad.
—Buenos días, mis remolones.
—Remolona tu perra.
Me río y le doy un beso en la mejilla que llego, la otra la aplasta sobre la almohada. Me levanto y voy a su lado para ayudarla a incorporarse, hasta que queda sentada al filo de la cama.
—¿Dónde quieres desayunar?
—¿Estrenamos desayuno en cama?
—Venga.
Salgo de la habitación y bajo a la cocina para prepararle un desayuno especial.
Saco una gofrera y la masa ya preparada en un cuenco que dejemos preparado mi padre y yo a escondidas suya para sorprenderla hoy. Cuando llevo unas cuantas echas, ella baja y me abraza por la espalda sin yo haberla escuchado llegar y me sobresalto aun sabiendo que solo podía ser ella, que solo estábamos nosotros en la casa.
—¿Qué haces aquí mi Leys preciosa?
—Bajar a por ti, ya subiremos a la cama, luego para desayunar y hacerla.
Sonrío mirando a unos gofres ya hechos y pienso que si la lotería jamás toca, será porque yo ya la tengo.
Luego de hacer una cantidad considerable, pongo los cacharros a lavar y cojo una bandeja para poner dos platicos con unos cinco gofres en cada uno, un zumo para ella y un colacao para mí y chocolate.
—Lo subo yo, así que tira adelante.
Ella me mira poniendo sus labios en piñón como si se enfadara y sonríe estallando a reír y darme la espalda para subirnos. La vigilo a cada paso que me da, porque me angustia que pase algo, y ahora que estamos por llegar a la recta final del embarazo, cada segundo cuenta. Cuando ella se acomoda en la cama, le pido si puede sujetar la bandeja un momento y me acomodo yo, luego, entre los dos, ponemos la bandeja sobre una toalla y empezamos a desayunar.
Luego, ella se ducha y yo espero a que lleguen, ya que hoy ponemos la alarma en la casa.
Luego de ella ducharse, y empezar a poner ropa de los peques en sus cajones, me ducho yo en diez minutos y al salir y vestirme, los chicos llegan.
—Descansa y disfrutemos juntos este nuevo pasito.
La ayudo a levantarse y bajamos a abrir la puerta, nos sentamos en la terraza y nos cuentan primero todo, luego decidimos y la ponemos en la entrada, con una cámara por piso que tiene la casa, incluida la terraza y el garage. Cuando se van, la niña se adentra en la cocina para hacer de comer y hablamos de que hacer.
—¿Canelones?
—Por mi bien.
Mientras los ponemos a hacer, le comento de irnos, alguna vez cuando los peques ya tengan varios meses, a España unos días de vacaciones, antes de Navidad.
Preparamos la mesa mientras se hacen y luego, le doy algo de beber que la veo con sed, pero no para de lo que hace. Cuando comemos, ella come como si estuviera ansiosa y me agito un poco demasiado por ellos.
—Ley, ¿Estás bien? —asiente, pero me evita la mirada y eso no es muy de ella si realmente está bien, así que me levanto y me acerco a ella.
—Catle…
Me mira y rompe a llorar, no sé qué pueda ponerle así, pero decido no agobiarla y la abrazo de lado con su cabeza en mi pecho y dejarle que se desahogue en mi regazo. Poco a poco va calmándose y mi nudo se va deshaciendo en su paso… Verla así me rompe, pero si la atosigaba, iba a ser peor, acabaríamos peor y eso no es lo que quiero para los primeros días en la casa.
—Perdón.
—Leya, no tienes por qué pedir perdón por estar así, porque es lo más normal, y no hace falta que me evites la mirada, sé que no quieres hacerme sentir mal, o preocuparme de más, porque ya debes notarme acelerado, pero soy tu pareja, el padre de tus hijos y tu futuro marido y estoy en todas y lo seguiré estando después, si sientes, que tienes que descargar, lo haces, que necesitas un abrazo o como ahora, tú me lo dices y lo hacemos, pero no me lo escondas.
Ella asiente y nos besamos, luego, le digo que se eche un rato en el sofá o en la cama y yo recojo la mesa. Luego, voy al baño y luego de hacer una necesidad, me lavo manos y dientes, y la busco hasta encontrarla en la habitación de los niños, con un cajón abierto, ropa en sus manos y ella dormida en mala postura, sentada.
Debía estar ordenando de nuevo.
Me acerco a ella y me agacho quedando a su altura, para despertarla a besos y caricias, le quito un peto que tenía verdecito, según dijo para Aiden, de la mano y se remueve, le dejo un beso en la cabeza y la siento gruñir como un ronroneo de gato y desperezarse.
—¿Qué pasa?
—Te has quedado dormida ordenando ropa de los peques.
Ella, mira el espacio donde se encuentra y cuando vuelve a caer en mí, sonríe como si hubiera hecho algo que no debía.
—No podía aguantarme y cuando he subido para acostarme, me he pasado de la cama y pues así, me ha vencido el sueño.
—Bueno, ahora, te ayudo a levantarte y si a la siesta correcta.