—A la playa.
—¿Vamos andando o, cómo estás?
—Andemos.
—Yo llevaré las canastas con las toallas y todo, ¿Hacemos bocadillos y cenamos allí en la playa?
—¡Vale! — luego de responderle con tanta euforia, a mi mente llegan recuerdos de un viaje que hicimos hace años a Cambrils.
—Ponte cómoda, pero bonita y mientras yo los hago.
Asiento y nos damos un beso rápido antes de que se baje y yo me vaya a nuestro armario, para ver qué. Porque no podía arreglarme mucho porque quería meterme, pero como voy tampoco quiero ir.
Pienso en las probabilidades que hay de que Cannes me haga unas fotos y me pongo ese bikini suave y que no aprieta, color caqui y con volantes en los tirantes del sostén. Luego, por encima me pongo un fular naranja medio transparente y unas sandalias turquesas, muy bonitas.
Me dejo la melena suelta y luego, me pongo las cremas y bajo. Lo veo guardando los bocadillos y dos latas de refresco en una bolsa térmica y me acerco a él, cuando me ve, nos besamos y luego, se cambia él.
Me pongo en la entrada a esperarle y me voy fijando en como la tenemos, el mueble ya empieza a estar desorganizado por encima y empiezo a tocar, pieza aquí, pieza allí. Cuando baja, me ve se sonríe y coge las llaves de la casa, abre, conecto la alarma y salimos.
Como aun viviendo desde peques aquí, desde está zona, no ubicamos las playas, nos ponemos el Maps.
—Hacia abajo — nos damos una mano y nos ponemos a andar.
Cuando noto un pinchazo me paro y toco esa zona.
—¿Qué pasa?
—Patada del niño supongo, con la niña son menos fuertes.
—¿Ya estás mejor?
—Sí, sigamos.
Disfruto esté rato como nadie se va a imaginar nunca, grabado a fuego lo voy a tener, pero las ganas de que estén ya con nosotros, ganan.
Tengo ganas de sostenerlos en mis brazos, llenarlos de besos y caricias, de verlos en brazos de papá, de darles el bibi.
De cuidarles, como siempre supieron hacerlo los míos, y mejor, quiero darles lo mejor de mí. Paramos a descansar un par de minutos en un banco y respiro acelerado.
—¿Quieres que volvamos o prefieres seguir yendo?
—Quiero ir.
—Cabezona como siempre.
—¿Qué has dicho?
Se ríe y con esa mirada socarrona y brillante, se acerca más a mí y me besa con ardor. Siento unos patadones, y cojo una de sus manos para ponerla en esa parte y nuestros peques vuelven a patear.
—Vamos a acabar de llegar.
Asiente y me da una mano, luego cruzamos y me sofoco, él localiza una tienda de bebidas y me hace esperar en una sombra para más tarde traerme una botella de agua.
—Toma.
—Gracias amor de mi vida.
—De nada, mi fuego.
—Tú eres la mecha de ese fuego, tú lo enciendes.
Él, se queda callado mirándome y noto como sus ojos están más brillantes que antes, le cojo una mano y la aprieto poniéndola en el centro de mi pecho y cerrando los ojos.
—Te amo, Ley.
—Y yo a ti Nnes.
Le respondo volviendo a abrir los ojos y mirándole a los suyos directamente. Seguimos hasta que llegamos a ella y nos colocamos, ponemos juntos las toallas bien tendidas y luego, la brisa empieza a rozar piel, dándome un escalofrío.
—¿Estás segura de estarnos aquí? Tiritas de frío.
—Nos estamos menos rato y no pasa nada, a más, al final no nos podemos bañar porque hay bandera roja y el viento crece por momentos.
>> — Me pongo el fular y ya.
—Cariño, ya llevas el fular y tiritas igual.
—¿Y qué propones?
Lo veo agacharse en vez de responder y lo veo abrir una bolsa para sacar una chaquetilla.
—Toma.
—Nnes…
—Lo cogí antes de salir por si pasaba.
Nos estamos tumbados un rato hasta que empieza a anochecer y cenamos viendo al cielo ir cambiando de colores, pasando por naranja, rosa y azul oscuro hasta llegar a la normal oscuridad. Luego de cenar, me ayuda a levantarme y andamos por la orilla mojándonos solo los pies cogidos de la mano y es uno de mis ratos favoritos. Él, playa y yo.
A las casi veintinueve semanas de embarazo.
Son cerca de las once de la noche cuando mira su reloj que lleva azul oscuro con la hebilla verde terciopelo. Luego, me susurra en el oído que le queda más cercano, un te amo que me eriza la piel y luego me pregunta que tan cansada estoy y al decírselo, volvemos a casa.
Cuando llevamos medio camino de regreso, los pies ya me bombean de dolor y cansancio. Él, varias veces me mira de reojo pensando que no me doy cuenta y sonrío.
—¿Qué pasa?
—Me parece muy bonito tu manera de asegurarte que voy bien — cuando cae en que lo he pillado mirándome, me pellizca una mejilla y nos besamos.