Entramos en la semana treinta y uno y los nervios bonitos de que queda menos, se nos abalanzan a los dos. Hoy por la mañana mi ginecóloga me mandó un mensaje diciéndome que por la tarde; exactamente a las cuatro y media, que tengo que estar en el hospital para mi primera sesión de preparación al parto.
Y me pongo nerviosa. Esto está cerca y aunque tengo ganas de tenerlos ya con nosotros; ese momento me impone.
—¿Quién era? Que te has quedado con la cara que tanto sé que algo tienes — me pregunta Cannes, al verme con el móvil en las manos a punto de caer y mi mirada perdida en un punto del baño.
—La ginecóloga.
—¿Qué pasa?
—Míralo por ti mismo — le paso el móvil con el mensaje.
Cuando lo lee, me pasa el móvil y me dice, que está bien y que esté tranquila que sola no iré y que hará lo que pueda porque estemos los tres bien. Lo miro y me muerdo el labio inferior, pensando en la suerte de mi vida, viéndolo bajar las escaleras y preparando un café. Luego al terminar, bajo con él y me siento ya en la mesa, con la sorpresa de que, había preparado ambos desayunos y la mesa.
—Gracias, bonito, no hacía falta — él me mira sonriente y estira un brazo como puede, para darnos la mano.
—Te amo Ley.
—Y yo a ti Nnes.
Luego, aprieta el agarre y deshacemos. Mientras desayunamos no paro de darle vueltas a lo de está tarde.
—¿Qué pasa Leya?
Alzo la mirada y le miro a los ojos, intentando decirle pero sin salir mi voz. Se levanta al acabar su café y se coloca a mi lado, abrazándome.
—Tengo miedo.
—¿A qué?
—A cualquier cosa que pueda pasar.
Ciñe el abrazo y yo dejo apoyada mi cabeza en su hombro, quedándonos callados.
—¿Salimos a andar?
—Primero recojamos.
Recogimos la mesa entre los dos, entre algún toqueteo, algún apretón y besos de por medio. Luego me cambié y estamos por salir.
—¿Dónde comeremos? ¿En casa o afuera?
—Con la hora que es…
Asiento y le cojo una mano para alejarnos de casa al cerrar la puerta. Llegamos a la universidad para llegar casi a casa de una tía mía y me la quedo viendo con nostalgia. Cuando luego de eso, le doy un vistazo a Cannes, él sonríe.
Cuando pasamos por delante de lo de mi tía, decidimos pararnos a ver si está y la visitamos. Luego de los saludos y las presentaciones, toca mi barriga luego de haberme sentado en su sofá y nos pregunta por cuantas semanas estamos.
—De treinta y una recién cumplidas hoy.
—Felicidades sobrinita mía.
>> —¿ Cuantos son?
—Gracias tía, dos.
—Niño y niña — comenta Cannes mirándonos sonriendo.
Somos bastante familiares y esto está siendo improvisado pero demasiado bonito.
—¿Ya tenéis nombres? —asentimos.
—Nea para la niña.
—Aiden para el niño.
—Preciosos nombres.
Luego nos da unos bollos y cuando digo que ahora no, me insiste en que tengo que comer. Sonrío y cojo uno, que me termino en un minuto. Ellos ríen y yo me avergüenzo.
Luego me despido de ella y seguimos hasta llegar a la plaza y encontrarnos con sus padres.
—Hola papá, hola mamá.
—Hola.
—Hola hijo, hola Catleya — dicen sus padres al unísono y sonreímos los cuatro.
—¿A dónde ibais?
—Hemos salido a pasear, Catleya se había acelerado y necesitaba que se distrajera.
—¿Qué pasa? — pregunta su madre nerviosa.
—Esta tarde tengo la primera clase de preparación al parto.
Ellos se emocionan y me vuelvo a poner emotiva; luego decidimos comer allí con ellos y acaban invitándonos.
—Esto empieza a estar a puntito de caramelo.
—Ay mujer.
Ella me mira transmitiéndome tranquilidad y me cuenta como fue el nacimiento de Cannes. No es que me haya calmado, pero, ver que será un recuerdo permanente, me trae una ilusión que sé que siempre estará cuando los mire a los ojos.
Sí, hay cosas que no serán bonitas y habrá dolor, pero son cosas que se quedarán en segundo plano una vez los sostenga en brazos. Luego ellos vuelven a su casa y nosotros por donde hemos venido para llegar a la nuestra y ya llega el momento de tener que ir a lo desconocido.
—Tranquila ¿Sí? Yo estaré y te ayudaré en lo que pueda.
Lo miro a los ojos y respiro profundo.
—Intentaré.
Ya en el coche, acaricio mi barrigota y siento unas patadas y sonrío.
—Pronto con los papis al otro lado de la piel mis niños — susurro, de reojo veo a Cannes mirarnos sonriendo.
—Bebe agua anda.
Lo miro, sonrío y cojo la botella, para darle un trago. Justo toca parar en un semáforo y le ofrezco. Bebe y la guardo.
Al llegar a la puerta del hospital bajo y lo espero allí mientras va a estacionar, quedan diez minutos y estoy de los nervios. Mis manos temblando.
—Listo, entremos.
Ya vamos directos a la planta de maternidad y llegamos a la vez que la matrona y nos saluda alegre. Al iniciar, nos cuenta todo lo que daremos y luego, nos hace estirarnos en una esterilla y hacer ejercicios de respiración. Cannes, está atento a mí y a lo que ella dice, cada vez que puede, me pregunta.
Luego, nos hace sentarnos y la pareja tiene que darnos masajes circulares por los hombros y la espalda mientras las embarazadas, seguimos con los ejercicios de respiración. Al salir una hora y media después, salgo más calmada y sonriente.
Llegados al coche, bebo agua tres veces seguidas con dos descansos y después el arranca.
—¿Cómo estás Leyle?
—Cansada pero más calmada.
Nos besamos en el stop de debajo de la calle y luego me recuesto y me quedo dormida. Al llegar a no sé donde, él me despierta y me da nostalgia al ver donde hemos parado.
—¿Y esto?
—Toca merendar y he pensado que sería bueno un poco de aire y he hablado con Eze que lleváis días sin veros y nos está esperando en la puerta.