A unos minutos para que empiece la reunión mis manos tiemblan y me sacuden varios escalofríos que unos brazos al rodear calmarían, pero sigue por la casa mientras me deja mi tiempo para que me calme y haga la videollamada. Me llega un mensaje confirmándome que ya están preparados y entramos al Zoom.
Respiro profundamente ante el intento de calmar mis nervios; cuando nos vemos las caras, sonrío cuando me parece reconocer a alguien que me suena de algún extraescolar que hice cuando iba a parvularios.
Me dicen sus nombres y luego les explico cómo se pronuncia bien, el mío, y luego empezamos el motivo de la reunión y lo que me tuvo en desvelo por dos horas.
Antes de contar lo que fue, pondré en contexto.
Me saqué una carrera de diseñador gráfico a los veinte, pero estoy con mis tíos en su tienda ayudando, ya que no encontraba nada, he hecho varios de sus logos y la decoración de la tienda. Y las letras de las cunas de los peques también las diseñé yo, y las llevamos a hacer.
Y ellos contactaron conmigo a raíz de Instagram porque les llamó la atención la foto que subí de los diseños y cuando recogimos las letras. La habitación ya está acabada, aunque iremos añadiendo cosas según pase el tiempo. Volvamos a la reunión, me piden que les enseñe más diseños y aprovecho para mostrar los de la tienda de mis tíos y otros que hice en casa de ellos por ganas y quedan satisfechos.
Lo que no me esperaba era lo que iban a decirme después.
— Queremos pedirte que aceptes diseñar logos de nuestras empresas de toda Australia.
Quedó sin habla por minutos hasta que el que me suena de extraescolar me llama.
—Acepto.
—Serán 10,000 dólares australianos por mes.
— ¿En general o por empresa que diseñe?
—Por empresa que pida los diseños.
—En total serán 40, 000 dólares australianos por mes.
Cuando acabamos la reunión quedamos en que un día vaya a Sídney a firmar el contrato. Cuando salgo del salón aún estoy en shock, por fin conseguí mi sueño.
Y mis hijos pronto nacerán y en unos meses, me casaré con ella.
Con la primera que me encuentro al salir es Catleya, que me mira a la expectativa de lo ocurrido y cuando le sonrío, se me echa encima y nos besamos por más de cinco minutos con una separación de unos segundos para coger aire.
—¿Sí? — asiento y vuelve a enrollarme en sus brazos, estrechándome en el abrazo.
—Felicidades papuchi — la miro y me hace sonreír a lo grande.
—Es un sueño.
—Sería un sueño, ahora es una realidad y te la mereces.
Las primeras lágrimas caen en cuanto ella me dice esas palabras que me tocan el alma y me llenan.
Una realidad y qué bonita realidad siendo con vosotros a mi lado.
Catleya
Luego de preparar la maleta, empiezo a sentir contracciones más seguidas que las de las últimas semanas y me duelen vistosa y internamente más. Bajamos y nos sentamos en el sofá a descansar, pero en una contracción tengo que levantarme. En cuanto se calma, mis niños patean y su padre sale del salón en un estado que pocas veces, mejor dicho, en ninguna lo pude ver.
Sus ojos fijados en el suelo, su cuerpo recto, sus manos levemente nerviosas, me acerco a él y le pregunto, cuando lo veo sonreír, me da una alegría que me sobresalto.
Luego de secarle esas lágrimas, comemos y le comento lo de las contracciones y que mi maleta ya está hecha por si tenemos que ir.
—¿No has esperado demasiado para hacerla mi Leys?
—Sí, pero está hecha y es un alivio que las contracciones me nublan.
Es un dolor que nunca creí poder tener y que, aunque duele exageradamente mucho para lo que soy, me muero por llegar al momento de tenerlos a mi lado.
—Crees… ¿Qué ya es trabajo de parto?
No puedo contestar por la señal de otra y su tía responde por mí que sí, que nuestros hijos están por llegar. Los nervios acaban llegando y por un segundo dejo de respirar y Cannes y yo nos miramos.
Él se hace el tranquilo, pero sé que está igual de nervioso y tembloroso que yo.
Comemos como podemos y luego me pongo a dar vueltas en la pelota de pilates que tuve que comprar. Hago respiraciones y poco a poco voy superando cada contracción que viene.
Mis niños, nacer rápido, ¡Por Dios!
Agacho la cabeza y noto como algo rompe.
—Familia— con decir eso, ya se alertan y vienen hasta donde estoy y Ayreli dice.
—Mamá, ¿Ha roto aguas?
La niña esperando contestación y yo suspirando como puedo.
—Sí, esto ya se acerca.
—¿¡Vamos al hospital!?
Sus familiares intentan calmarle y hablándolo decidimos esperar hasta que yo ya lo necesite. Vamos hablando cuando no tengo contracciones y bajan las maletas para la hora de correr.