Durante el trayecto por el coche, ninguno hablemos, yo controlaba las contracciones y Cannes se iba centrando en llegar. Cuando llegamos, me deja en la puerta del hospital y me dice que entre y vaya a la recepción mientras estaciona. Asiento y me meto en el hospital, pensando en él y en los niños.
Me acerco al mostrador y me pongo en una posición como si durmiera en el mostrador de cojín y suspiro ante la contracción intensa que empieza. La chica del mostrador sale de detrás del mostrador y se acerca a mí.
—¿Estás ya de parto? — asiento como puedo y justo Cannes nos alcanza.
—¡Amor!
Cuando está a mi lado lo abrazo de lado y entierro mi cara en su pecho y empiezo a lagrimear por la intensidad del dolor. La chica no nos habla hasta que me calmo y me pongo bien.
—Aviso a maternidad, dígame su nombre.
Cannes se lo dice por mí y yo aún en medio de una contracción. Vuelve detrás del mostrador y coge el telefonillo y marca un número. Cuando ya estoy en una silla de ruedas, nos vamos para el ascensor y a la planta del paritorio, donde hay más consultas para el tacto y la monitorización.
Cuando me acuestan con calma en una camilla hacen los monitores y luego de unos veinte minutos el primer tacto viendo que estoy de cinco.
—¿Cómo vas?
La miro suplicando el momento de la epidural y de que mis niños nazcan, el dolor me consume, pero solo pienso en que estén bien.
Yo paso a un segundo plano.
—Sigo fuerte, de momento vivo — la matrona sonríe con compasión y me aprieta la mano que me coge por un minuto.
—Cuando no puedas más, pídela y la ponemos, aún quedan unos centímetros de dilatación para que nazcan tus lucecillas.
Asiento y cierro los ojos para respirar como pueda y me muerdo el labio inferior. La sala es como en casi todos los hospitales, blanca, tiene un televisor y los aparatos necesarios, pero solo me enfoco en él y en seguir luchando por ellos. Luego dice que sale un momento y que elijamos las primeras puestas de los bebés y le señalo las maletas a Cannes en cuanto se cierra la puerta.
—¿El blanco o el naranja para Aiden?
—Muestra tendido.
Al verlos, le señalo el naranja. Y digo para mí.
—Ahora opina tú— al final acordamos con el blanco con un tigre miniatura en el lado del corazón.
—Ahora Nea.
—¿Igual o el naranja con el pingüino?
—El naranja.
Nos reímos por la casualidad de decirlo a la vez y al mismo tiempo y Cannes lo deja en una mesa al lado de la camilla y viene a mi lado y nos besamos.
—Te amo luchona.
—Y yo a ti, suerte de mi vida.
—Tú sí que eres la mía — volvemos a besarnos.
La matrona regresa con una enfermera que se lleva la ropa y ella me hace el segundo tacto y luego de otra contracción le quita el freno a la camilla y dice que ya empiecen a abrir la puerta del paritorio que vamos. Y me muerdo el labio inferior, y Cannes me sujeta una mano. La matrona le pide si va a entrar y él asiente visiblemente.
—¿De verdad Nnes?
—De verdad Ley— nos dejan besarnos y siento la necesidad de empujar.
—Dalara, tengo la necesidad de empujar, ¿Lo hago?
Ella asiente y da más prisa por llegar; empujo y entramos en el paritorio. Siguiendo sus instrucciones y en cada empujón, siento llegar cada vez más el momento.
—¡Ya quiero tenerloooos! — empujo y un obstetra me da ánimos y me dice que quedan dos últimos empujones fuertes para que nazca el primero.
Entre lágrimas y sudor, empujo hasta quedar al límite de oxígeno y respiro, luego de otro, sentimos el primer llanto y luego de enrollarlo en una toalla blanca, me lo ponen en el pecho y lloro sonriendo.
—¿Cuál es?
—El nene.
—Aiden, mi vida — miro a Cannes a los ojos y sonrío, ambos llorando en silencio, nos dejan darnos un beso y tenemos que seguir.
—Viene la niña.
Empujo con más fuerza de la que tengo y me dejo ir hacia atrás tocando la camilla fuerte con la espalda y suspiro.
—Queda poco mujer— asiento y vuelvo a empujar.
Cuando la niña nace, acabo fuera de mí pero muy feliz. Se los llevan a lavarlos y vestirlos y a nosotros nos dan unos minutos a solas.
—Has sido una mami luchona y muy fuerte, estoy muy orgulloso de ti Leyley.
Los ojos se me nublan en cuestión de segundos y un sollozo deja en pausa un poco el silencio que había quedado.
Empiezo a llorar y Cannes me abraza.
Cuando sentimos la puerta abrirse nos separamos y vemos a Dalara que nos sonríe.
—Vamos a dejarlos una noche en las incubadoras y mañana por la mañana os los llevamos a la habitación, si queréis uno puede estar con ellos.
—Cannes ves tú, yo necesito descansar y no podré estar bien — asiente, me besa y se van.
Luego una enfermera viene, me hace los cuidados que necesito y me llevan a la habitación. Cuando ya estoy en la habitación me traen algo de cena y me lo como con un gusto que nunca sentía al comer. Luego de las doce, Cannes vino y me achucho lo que pudo y yo soportaba y nos besamos. Me mima tanto.
—¿Cómo están?
—Están bien, pero los han querido tener esta noche en vigilancia por si acaso.
Asiento.
—¿Cómo son? — pregunto ya que a Aiden lo he visto poco y a Nea no he podido verla.
—Preciosos, Nea tiene bastante de ti y Aiden es un mix de los dos.
—¿Les has hecho fotos? — asiente y me las muestra.
Se me saltan dos lágrimas en cuanto los veo y los echo demasiado de menos.
—Los echo de menos Nnes.
—Ellos a ti también, han llorado unos minutos cuando los alejaban de ti y los acostaban ahí.
>> — Les he dado un dedito a cada uno, porque estan de lado y se han dormido.
>> — Puedo imaginar como estáis, después de nueve meses juntos.
>> —Por la mañana los traen. Ahora a dormir.
—Acuéstate a mi lado, nos pegamos, no duermas en ese sofá duro que luego estarás mal, y, además, quiero tenerte cerca de mí.