Wilton House, Wilton 1802
Desde que la pequeña Collins abrió los ojos por primera vez al mundo, los Condes de Pembroke supieron que sería una niña muy especial.
Y no se habían equivocado en dicha premonición, pues Casandra irradiaba luz y alegría fuera por donde fuese. Siempre riendo, realizando travesuras, jugueteando por los campos —pese a que la condesa la regañara por no comportarse como la dama en la que se está formando— de tal manera que era muy extraño verla llorar a menos que fuese porque le prohibiesen comer algún postre. Aun así, seguía siendo la niña más querida del mundo, o así lo es a ojos de sus padres.
Si bien el matrimonio Collins no fue concertado por la llama del amor o si quiera por la pasión, desde un inicio dejaron claro que habría respeto entre ellos y así fue por los siguientes años. Frederick y Agatha fueron conocidos como la pareja a la que todos aspiraban ser, y aunque nunca estuvieran enamorados, si existía el cariño que una amistad duradera podría proporcionar. Era fácil después de todo, sólo debían de yacer en los días que habían destinado para sus deberes conyugales con el objetivo de buscar el próximo heredero al título y prosperar el linaje que por años se había mantenido, ese era el principal deber de una pareja. Pero las cosas, cuando están de Dios, no siempre son fáciles como se tenía pensado.
Por más que lo intentaban, el cuerpo de Agatha no resistía el llevar a cabo un embarazo con éxito. Era de estatura baja, cabello de un rubio dorado y cuerpo sumamente estrecho que les hacía dudar el si eso era la causa de los abortos espontáneos que había sufrido la condesa durante los próximos tres años hasta el punto en que Agatha se culpaba por haber fallado como mujer, y sus nervios empezaron a jugarle una mala pasada en la que era Frederick quien debía que relajarla al mencionarle que no debían de perder la fe y que no serían ni los primeros ni los últimos con problemas para concebir. Sólo debían de tener paciencia y esperar, pues aún estaban jóvenes y contaban con un futuro por delante.
Entonces, una mañana que parecía ser de gloria, una niña de cabellos dorados como el sol se convirtió en un milagro para los Collins.
No era el heredero que esperaban, claro está, pero era preciosa. Apenas sus padres la tomaron en brazos, se convirtió en la razón de vivir tanto para Agatha como para Frederick, quien no dejaba de ponerle apelativos que demostraban el afecto que tenía por su hija. Y cuando llegó el momento en que la bebé abrió los ojos dejando ver un cielo azulado en ellos, el conde fue conquistado en absoluto. Sí, no importaba que no hubiese sido el heredero que tanto habían esperado, no si con ello habían ganado a ese rayito de sol que iluminaria sus días. Además, con lo complicado que fue el parto, no quería volver a poner en peligro a su esposa.
—Cassie, pero, ¿qué estás haciendo? —la pequeña de seis años volteó asustada al escuchar la voz de su madre. La condesa la miraba con una ceja arqueada mientras cruzaba los brazos a esperas de una explicación. Casandra sonrió con inocencia.
—Sólo dejo bonito a papá —respondió en lo que jugueteaba con sus lazos y flores que había juntado en su canasta— ¿Si lo está, cierto? Es que es tan feo que me daba lástima.
Agatha volteó a ver a un conde —que dormía plácidamente en su sillón favorito junto a la chimenea— arreglado con cintas en tonos rosas colocados tanto en sus muñecas como en el cabello que, además, estaba decorado con flores silvestres dándole un aspecto de lo más ridículo. Se mordió los labios para no reír, pues no deseaba aprobar ese tipo de travesuras que podrían ser tomadas como una falta de respeto por parte de los demás. No quería dar una imagen en la que no podían controlar a su hija.
—Casandra, respeta a tu pa… ¡Ay, santo cielo! —chilló cuando el hombre se movió bruscamente para agarrar a la niña y hacerle cosquillas sacándole más de un grito y carcajadas a Casandra. La mujer posó su mano sobre su pecho para calmar su corazón tras semejaste susto— ¡Salvaje! ¡Eres un vil hombre! ¡Ay, mis pobres nervios, casi me da un infarto!
—¿Con que tu padre es feo, no es así? —comentó con diversión mientras Casandra seguía riendo de una manera que, cuando la vio tan roja como un tomate, decidió que era momento de dejarla respirar. Sólo entonces volteó hacia la condesa— No exageres, Agatha. La niña debe entretenerse con algo.
—No a costas de sus padres —dijo ella con rigor—. Además, es hora de su lección de etiqueta, no debería estar aquí. La institutriz está más que molesta.
—La Sra. Smith se enfada hasta porque decido beber té fuera del horario indicado, ¿qué se cree? —se quejó el conde dejando que la pequeña se acomodara en su regazo—. Deja que este torbellino se divierta el día de hoy, es fin de semana. Merece descansar de esa mujer.
—Aún no sabe cómo comportarse en la mesa y a esa edad ya debería…
—Ya aprenderá. Ten paciencia —Agatha suspiró con frustración al darse cuenta que su esposo le había ganado esta vez. Frederick volteó a ver a Casandra con una sonrisa que la niña supo que algo bueno se venía— ¿Te gustaría dar un paseo a caballo conmigo?
Cassie asintió con euforia, apresurando a su padre para que se moviera. Fred se preguntó qué era lo que le daban de comer como para que un cuerpo tan pequeño albergara una energía que ni él mismo cargaba encima.
—¿Por qué no sólo van a caminar? —sugirió la condesa, quien nunca aprobó que su hija montara a caballo siendo tan pequeña.
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Editado: 06.08.2025