Una Luz para Almas Peculiares (prejuicios #2)

CAPÍTULO 6

Entonces, cuando ambos creyeron que la comunicación quedaría en promesas vacías, las cartas fueron y vinieron, una tras otra, y las que no se perdían, se fueron acumulando como un tesoro que albergaba un poco de esperanza que les hacía mantener una ilusión por lo que escribiría su compañero de mensaje.

Para Casandra, era un escape de la realidad donde ella era una dama como cualquier otra de la sociedad, sin defectos que pudiesen espantar a cualquiera.

Para James, era un motivo para luchar y seguir viviendo.

En cada escrito, algo nuevo conocían del otro: sus edades, que a él le gustaba la historia —esos eventos ya pasados en los que mientras más raros fuesen, mucho mejor—; a ella que le encantaba comer tartas de manzana; que antes de la guerra, él coleccionaba especies de insectos; que ella amaba a las mariposas y que las azules, eran sus favoritas; que él detestaba los días soleados, pero ella odiaba la lluvia o los días nublados… Eran datos simples que podría saber cualquier amigo del otro, pero hubo uno que otro secreto que jamás revelaron con el pasar de los meses:

Ella no sabía que él era el hermano de una de sus amigas.

Y él no sabía que ella era la amiga de su irritante hermana, y al no saber tan importante dato, decidió que quería, no, que anhelaba conocer a su mariposa aun si todavía se estuviesen enviando mensajes.

Sin embargo, Casandra se quiso morir cuando escuchó a Agnes leer sobre la petición de su Coleccionista.

—¿Mi… mi nombre? —preguntó preocupada, dejándose caer en la cama— No.

—¿Por qué? —preguntó la señora Agnes doblando la carta para dejarla guardada en el baúl, junto a las demás que yacían escondidas allí— Se han enviado cartas durante todo el año y yo misma he podido asegurar que no hay malas intenciones detrás de sus palabras, ¿por qué no darle su nombre?

La joven recordó una y otra vez los bailes de temporada a los que asistió, las palabras de las damas que se burlaban de su condición, los caballeros que la veían como una carga, y la manera en que la dejaban hablando sola a propósito…

Si el Coleccionista supiera que ella era el deshecho de la sociedad solo por su ceguera, tal vez ya no quisiera ser su amigo.

Y lo peor es que la mayoría de las personas sabían su nombre, porque su caso había sido noticia nacional, por lo que era muy probable que él la conociera por el apellido que portaba.

—Él no me ha dado el suyo —se excusó sin querer revelar la verdad de sus temores—. No veo problema en que sigamos con nuestros apelativos, además, ¿sabes el escándalo que habrá si se supiera que le envío correspondencia a un hombre? Ni siquiera sé si nuestra amistad pueda ser posible. Mis padres se morirían si se enteraran y… —suspiró, bajando el tono cuando se dio cuenta que se estaba alterando a tal punto que casi revelaba su verdadero pesar— Sería un desastre, Agnes.

—… Bueno… —la doncella no supo qué decir por un momento, porque la joven había tenido razón en sus palabras— Puede ser cierto, pero… —al mirarla, frunció el entrecejo cuando la notó un poco decaída, lo cual no era normal después de una carta de aquel hombre— Niña Casandra, ¿estás bien?

Rápidamente, Casandra sonrió.

—Sí, no te preocupes —respondió, ocultando para sí sus pensamientos—. Es una lástima, pero creo que no será buena idea que le diga mi nombre. No es correcto…

Agnes no respondió, pues supo que la joven sonreía para ocultar algo que le afectaba, más no creyó que fuera buena idea molestarla con que le explicase para poder encontrar una solución. No por ahora, por lo menos.

°°°

—¿Entonces? —Lilian, ansiosa, se había cansado de esperar pacientemente una opinión, por lo que insistió. Hazel cerró lentamente la gruesa libreta que había leído en voz alta para que la rubia pudiese dar su crítica. La duquesa se retorció los dedos con nervios cuando percibió que la mirada de la pelirroja no la ayudaba en absoluto— Hablen ya, por favor.

Hazel, con un silencio sepulcral, dejó la libreta sobre la mesita del salón de música. Esa tarde habían ido a visitar a Casandra, reuniéndose luego de meses en los que la duquesa había vuelto al campo y regresó hace un día con una gran sorpresa. Hazel la había notado distinta: más alegre, con sus ojos brillantes y más tierna de lo normal. No era que la última vez Lilian no estuvo así, pero pareció haber algo distinto esta vez y, cuando Casandra las guio al salón de música y tras disfrutar de algunas galletas y de una melodía que cada una interpretó, es que Lilian confesó algo: había terminado de escribir un libro y necesitaba la opinión de alguien para poder corregir.

—Muy… muy rosa para mí —empezó a decir la señorita Allen, a lo que Casandra chilló de indignación.

—¿Rosa? ¡Es el amor que todas soñamos con tener! —la defendió, dejando de lado la galleta que había logrado tomar entre sus dedos. Casandra sonrió con picardía— Veo que has tenido una gran inspiración para tal caballero, ¿no es así, Lily?

Lilian se sonrojó. Pues era cierto, el protagonista estaba basado en su amado Andrew. Hazel, que notó la evidente reacción de la castaña, suspiró confirmándole a Casandra que había acertado.

—Sigo opinando que es muy rosa, pero eso no es malo —explicó la pelirroja en su habitual tono serio—. Sólo no estoy acostumbrada a ello y ustedes lo saben. Ahora, en cuanto a lo demás… —se cruzó de brazos pensando en las palabras que daría a continuación, algo que no pudiera volver a malinterpretarse— Puedo ver potencial en la manera en que lo relatas y también que haya un poco de sufrimiento… o tal vez bastante sufrimiento —Lilian notó en sus ojos un brillo en particular que le dio escalofrío— Me agrada que los protagonistas no hayan tenido todo fácil.




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